2020, el año en que fuimos pandemia
Bienvenidas las vacunas. Pero ojo, la OMS ha sido contundente al señalar que no garantizan la erradicación de un virus
Imposible haber imaginado, hace apenas un año, el largo y difícil recorrido que tuvo el ciclo calendario que hoy concluye. La arrogancia de la especie humana doblegada por una naturaleza invisible. El hombre más poderoso del planeta derrotado por un conjunto de proteínas. Desaparecieron empresas, empleos, proyectos, anhelos, ilusiones y lo más importante: vidas, muchas vidas. Mucho me temo que el recuento final será muy duro.
Los expertos de la Clínica Mayo, en Minnesota, han emitido un documento muy oportuno. Se refiere a “los mitos” que se expandieron este año en torno al COVID-19. Creencias que se propagaron sin sustento científico, y que incidieron en la propagación del virus y sus consecuencias. Conviene repasar algunos de ellos.
1. Las pruebas diagnósticas no sirven. Falso. Con sus márgenes de error, como todas las pruebas médicas, hacerlas ayuda a las personas a conocer mejor su condición clínica y, en este caso, a aislarse, si es necesario. Para los médicos, la herramienta ha sido útil para afinar el diagnóstico e iniciar el tratamiento oportunamente. Desde el punto de vista de la salud pública, las pruebas permiten tomar decisiones mejor sustentadas en espacios específicos: escuelas, empresas, o áreas circunscritas como distritos, barrios, comunidades, etc.
2. La mejor solución es la inmunidad de rebaño. Falso. Para empezar, no se sabe con certeza si, una vez infectada una persona, esta no se volverá a infectar. Pero además, optar por esta “medida” implicaría aceptar que muchos más tendrían que morir y, de paso, saturar todos los sistemas de salud existentes.
3. La mortalidad se debe a las condiciones mórbidas preexistentes. Falso. Tener obesidad, diabetes, problemas cardiovasculares o avanzada edad, para el caso, te hace más vulnerable a la enfermedad, pero eso no significa que tengas necesariamente que morirte durante la pandemia. La mortalidad no puede atribuirse sólo a esos factores.
4. La información hospitalaria no es confiable. Falso. Cada día aprendemos más sobre la pandemia en los hospitales y precisamente, la ciencia permite revisar y enmendar información previa que pudo ser errática. La información que generan los hospitales —me refiero a los que llevan registros rigurosos— ha sido invaluable para conocer mejor lo que el SARS-CoV-2 es capaz de hacerle a las personas.
5. El clima mata al virus. Falso. No hay evidencia de que el frío intenso o el calor extremo disminuya la propagación del virus. Una persona infectada puede contagiar a otra, independientemente del clima en el que estas se encuentren.
6. El cubrebocas no protege. Falso. Un número estimable de personas infectadas son asintomáticas. No saben que pueden contagiar a otros al hablar, al toser, al estornudar. Usar cubrebocas disminuye la probabilidad de transmitir a otros la infección, los protege y, si otros lo usan, también te protegen a ti. Si además se combina con la sana distancia y te mantienes en espacios bien ventilados, generas un ambiente más seguro para todos.
7. Los niños no se contagian. Falso. Los niños tienden a presentar síntomas más leves, pero pueden llegar a complicarse y, sobre todo, pueden contagiar a otras personas adultas más vulnerables.
8. No hay efectos a largo plazo. Falso. Algunos órganos como los pulmones, el corazón y el cerebro pueden dañarse seriamente. No sabemos con certeza si quedarán secuelas y durante cuánto tiempo, pero hay datos que sugieren que, al menos en algunos casos, esto puede estar ocurriendo.
9. No es necesario aislarse. Falso. Si estuviste enfermo, hay que aislarse por lo menos dos semanas. Si estuviste en contacto con una persona infectada pero no tienes síntomas, la cuarentena debe ser de al menos 10 días, aunque si te haces una prueba y sale negativa después de una semana del contacto, puedes darla por concluida.
10. Se trata de un invento. Falso. Se lo atribuyen lo mismo a los políticos que a los chinos, o a la tecnología 5G. No hay duda de que la enfermedad es real, que se trata de un virus que se propaga rápidamente y que puede ser muy grave en ciertos casos.
Hasta aquí los expertos de una muy prestigiada institución que —me consta— tiene como principio mantener a las personas en el centro de sus prioridades. Agrego algunas ideas sobre la salud mental que me parecen igualmente relevantes. Cada vez se reportan más casos psiquiátricos de cuadros clínicos graves (con síntomas psicóticos), algunos de los cuales sugieren posibles alteraciones cerebrales. No hay que descartar tampoco efectos neuropsicológicos de mediano y largo plazo en algunas personas. Se ha descrito además un síndrome de “adormecimiento psíquico”, para explicar la recurrencia de conductas de riesgo frente al contagio inminente. Una suerte de respuesta adaptativa en la que se pierde advertencia de la amenaza real. Se asocia al síndrome de estrés postraumático y ofrece una dimensión psicosocial alternativa del fenómeno que hemos vivido.
Finalmente, el año cierra con la perspectiva alentadora que nos traen las vacunas. Bienvenidas. Pero ojo, hagámosle caso a la Organización Mundial de la Salud, que ha sido contundente al señalar, con deliberada precisión, que las vacunas no garantizan la erradicación de un virus.
Embajador de México ante la ONU