Las pesadillas de Meade

Carlos Loret de Mola

Sabe cómo hablar ante medios, con empresarios, pero ¿será candidato atractivo para el público en general?

Enrique Peña Nieto ya jugó su ficha. En un momento en que en el mundo el establishment está viviendo su peor momento de desprestigio porque todo lo que suena a sistema e instituciones parece podrido, en un momento en que en México se reclama por encima de todo que se detenga la corrupción, el presidente de México ha optado como candidato a sucederlo a José Antonio Meade, intocado por la corrupción y presentado como orgullo del establishment.

El ritual del tapado priísta fue dirigido con una mágica narrativa de Peña Nieto quien mantuvo al filo de la butaca a la opinión pública, a su partido y a la oposición, y exhibió una vez más su ADN: es un priísta clásico que pudo haber sido presidente hoy o hace cuarenta años. El ritual fue ejecutado según los cánones.

Hay sin embargo, una enorme diferencia. Hace cuarenta años el presidente elegía sucesor. Ahora elige candidato. Y en esta ocasión, en particular, ese candidato arranca en tercer lugar en las encuestas y tiene frente a sí el desafío de lograr casi un milagro: convencer a un país enojado de que debe votar por el mismo partido que lo hizo enojar.

Los dos enojos centrales tienen que ver con el hartazgo por la corrupción y el hartazgo por un sistema en donde nada cambia.

Meade busca presentarse como el ejemplo de que no todo en el sistema está podrido: incluso sus rivales admiten que no es un hombre corrupto a pesar de llevar treinta años como funcionario público y haber sido cinco veces secretario de Estado en sexenios de dos partidos diferentes (PAN y PRI).

Ahí está otra de las claves: un candidato que pueda seducir a los desencantados del PAN o a quienes puedan ejercer el voto útil en caso de que “la final” de 2018 sea entre el PRI y Morena.

Pero enfrenta varios riesgos.

El primero, ya citado, es el lugar en el que arranca en las encuestas.

El segundo, como puse en la columna de ayer, es la necesidad de mantener la unidad del partido.

El tercero es que este orgullo del establishment hipnotice a las élites y éstas piensen que el pueblo no vota, que ya tienen el triunfo en la bolsa. Hillary Clinton también era un orgullo del establishment, funcionaria en varios sexenios, con una experiencia superior a sus rivales…

El cuarto es que, hasta ahora, José Antonio Meade no es un político que destaque por conectar con la gente. Ese pez en el agua que sabe cómo hablar ante medios, con empresarios, en el extranjero, ¿será un candidato atractivo?, ¿sus explicaciones y respuestas serán entendibles en un debate o sólo los expertos comprenderán lo que dice?, ¿será capaz de encontrar las dos o tres frases que recuerde el público en general?

Y el quinto es que, hasta ahora, si la elección presidencial es una final de dos, el PRI no tiene boleto. El Frente Ciudadano por México es un factor que puede apelar al mismo público y con un discurso similar al que está tratando de construir el presidente Peña con su candidato.

SACIAMORBOS. Por primera vez en un cambio de gabinete, el secretario de Gobernación no fue al anuncio.

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