Un horno sin humo para el barro rojo

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Es el mediodía y un grupo de artesanas con coloridos trajes típicos de San Marcos Tlapazola, en los Valles Centrales, espera el secado de sus piezas de barro rojo  bajo el intenso sol. Cuando estén secas serán quemadas en un horno construido por el maestro japonés Yusuke Suzuki y que hace algunos meses fue entregado a la comunidad como donación.

Se trata de 11 mujeres zapotecas que después de 40 años de quemar sus piezas artesanales a ras de piso han dado un paso adelante en la producción de la alfarería en Oaxaca. La innovación se debe a un nuevo horno de leña que no produce humo y que es donde ahora nacen sus creaciones.

“Nada de humo, gracias a Dios, esto fue una gran bendición para nosotras, dimos un paso brutal con este horno, antes quemábamos al aire libre con mucho sufrimiento, teníamos que estar todo el día”, platica Macrina Mateo Martínez, una de las primeras mujeres que mostró al mundo las artesanías características de  Tlapazola.

Ella, al igual que decenas de mujeres, durante  décadas quemó sus artesanías al aire libre, en contacto directo con el fuego, sufriendo quemaduras en su rostro, cabello y cuerpo, e  inhalando el humo tóxico que producía la incineración de 500 kilos de leña en cada ocasión.

Ahora, desde julio de este año, este método quedó atrás y  estas “mujeres del barro rojo”, como se les conoce, son  las primeras en Oaxaca en contar con un horno de leña de este tipo, construido con tabique, mortero y silicato de sodio por especialistas de  la Escuela Nacional de Cerámica, durante 16 días, obra a la que también se sumaron las artesanas.

“Las 11 mujeres estuvimos aquí ayudando, estuvimos pasando los tabiques, estuvimos limpiando, pasando el mortero, remojando los ladrillos, todo eso fue nuestro trabajo. Acá en Oaxaca somos las únicas con este horno, por eso estamos muy felices”, cuenta Macrina, representante del grupo.

Además del horno que ahora emplean Macrina y las otras artesanas, en el país existen otros cinco similares, todos elaborados como parte de un proyecto que   busca reducir las emisiones contaminantes que afectan al medio ambiente y a la salud de los artesanos.

Este tipo de hornos es una iniciativa que desde hace tres años impulsa la Escuela Nacional de Cerámica, quien fue la que  financió la producción del primero de ellos,  para  lo cual trajo a México al maestro japonés Masakazu Kusakabe, experto en este tipo de fabricaciones.

El primer horno tuvo un costo de 300 mil pesos y, a fin de elaborar más para expandirlos en todo el país, fue capacitado otro   especialista, también  de origen japonés,  llamado Yusuke Suzuki, quien adaptó el diseño para disminuir su  costo,  con la finalidad de hacerlo accesible  para más artesanos del país.

En San Marcos Tlapazola, por ejemplo, su edificación costó aproximadamente 60 mil pesos, monto que fue cubierto por la escuela, mientras las mujeres zapotecas aportaron otros 15 mil pesos más para levantar el techado que lo protege de la lluvia. El proyecto fue coordinado por la fundación Alfredo Harp Helú.

Además del que poseen Macrina y las otras artesanas, la fundación ha empezado la construcción de un segundo horno de este tipo en el municipio de Ocotlán de Morelos, y prevé con sus propios recursos hacer  cinco más  en la entidad  durante un periodo de 10 meses,  para así beneficiar a más artesanos.

Artesanías  cruzan fronteras

En San Marcos Tlapazola,  comunidad que pertenece al municipio de Tlacolula de Matamoros, las mujeres se distinguen por dos razones. La primera es la conservación de de  la indumentaria de la mujer zapoteca: vestidos brillantes y coloridos que se han ido perdiendo en otras localidades. La segunda es la alfarería en  barro rojo, un oficio que se aprende en la infancia y se hereda de madres y abuelas. 

Macrina, Amalia, María, Aquilina, Concepción, Elia, Alberta, Dorotea, Victorina, Alejandra y Angelina, las mujeres que se han beneficiado con el nuevo horno, son también las pioneras en llevar  este tipo de alfarería oaxaqueña a otros países del mundo. Para lograrlo, todos los días  su  trabajo iniciado desde las cinco de la mañana y terminado hasta las 11 de la noche. Su grupo se formó en 2005 y desde entonces sus piezas elaboradas a mano  han viajado a Estados Unidos y Francia.

Macrina,  quien  aprendió de su madre desde los ocho años, es principalmente  quien se ha encargado de difundir sus artesanías fuera de Oaxaca y de México. La historia de esta mujer de 49 años  está contada en libros internacionales, y tanto ella como otras integrantes de su equipo han expuesto sus creaciones en galerías y museos como el MoMA. Aunque a  Macrina le enorgullece el éxito alcanzado, asegura que  anhela que más naciones conozcan el barro rojo.

 “Queremos abrir nuevos mercados a diferentes partes del mundo, echándole ganas se va a poder”, dice firme una de las zapotecas que cambió el trueque de artesanías, como acostumbraban sus abuelos, por la comercialización.

Actualmente, las 11 mujeres distribuyen piezas con diseños innovadores a restaurantes de Oaxaca y del país, además le producen a tres diseñadores, dos mexicanos y uno francés.

Beneficios de la innovación

Alberta Mateo Sánchez, de 55 años,  es otra de las artesanas quien en el año 2000  pisó por primera vez  tierras extranjeras, gracias a su dedicación al barro.

 “Me sentí feliz de que ya llegué a Nueva York, MoMA me invitó a la inauguración de mis piezas,”, recuerda la mujer, quien desde los 11 años se dedica a la alfarería.

“Le pido a Dios que venda luego, porque yo vivo por mi trabajo, yo como, visto por mi trabajo, cuando veo mi trabajo tengo fe y le pido a Dios que venda luego”, narra.

Es por esa dependencia del barro rojo  que estas artesanas zapotecas  han visto su vida y oficio transformado gracias al horno que no produce humo. 

“Nos está cambiando en toda nuestra forma de trabajar, antes pasábamos el día sin comer por estar ahí con las piezas y ahorita, felices porque aún con lluvia quemamos, estamos contentas, platicando y todo, ya no  es como antes”, dicen las mujeres.  

Los beneficios no sólo han sido en la reducción del daño a la salud, sino además en la economía y  la disminución de las afectaciones  al medio ambiente, porque a diferencia de antes, ahora requieren de menos leña para trabajar. 

De los más de   500 kilos que usaban anteriormente  por cada quema, que a la semana podían repetirse hasta  cuatro veces, ahora  sólo emplean  unos 150 kilos, explica Elia Mateo Martínez, otra de las artesanas zapotecas.

Emocionada, Elia detalla  el funcionamiento de este horno. Dice que  aunque se  le llama “horno  sin humo” en la práctica se trata de un mecanismo  que  produce la suspensión en el aire de las partículas emitidas de la combustión, la diferencia, explica,  es que el humo que  se produce  es en menor cantidad y color blanco. “Es  la chimenea la que hace que no salga el humo”, indica.

En el nuevo horno, que puede alcanzar temperaturas de mil grados centígrados,  las mujeres   pueden quemar  hasta mil piezas en tan sólo  dos horas, calentándolo sólo a 800 grados, calor necesario para la cocción del barro.  Además, ahora  el color rojo resalta de una manera más uniforme y brillante en cada una de las creaciones.

Érick Chávez Santiago, coordinador de Arte Popular y Proyectos Productivos de la fundación Alfredo Harp Helú, también destaca que el horno, al ser sostenible,  también   potencializa el rendimiento de la leña usada como  combustible.

“El horno, a simple vista, tiene una campenaria, pero toda la base es una parrilla que se construye con tabiques, en la parte posterior hay una salida donde se instala la chimenea de nueve metros de altura, y hace la función como si fuera un popote, tiene tanta fuerza de aspiración que maximiza el uso de la leña, y el aire está generando más fuego que humo”, explica.

Destaca también los beneficios de esta innovación, que además de las ventajas al medio ambiente, como  que funciona sólo con la poda de los árboles y que reduce  las emisiones contaminantes, también beneficia a  la salud de las alfareras y sus familias, pues  disminuye la posibilidad de contraer enfermedades de las vías respiratorias.

Pero sobre todo, dice, se trata de una forma de facilitar la labor de estas mujeres que conservan la tradición de la alfarería en los  Valles Centrales y la expanden por todo el mundo. 

 “Yo me siento orgullosa, contenta y emocionada al ver que estoy logrando mi objetivo de dejar mis piezas de calidad, al estar elaborando yo siempre me inspiro en mi madre porque ella fue quien me inculcó  esto; siempre, al trabajarlo, sus palabras están en mi mente”, expresa Elia, una artesana de 38 años y una de las más jóvenes del grupo.