Enviado por evlin.aragon en Lun, 04/30/2018 - 20:10
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Érika, de 9 años, se dedica a hacer malabares en los cruceros. La socióloga Claudia Ramírez explica que aquellos que trabajan sólo piensan en sobrevivir. EDWIN HERNÁNDEZ. EL UNIVERSAL
30/04/2018 20:10
Lizbeth Flores

Está descalza sobre el asfalto. Sus pies y su rostro revelan la marginación  que vive. Son las nueve de la mañana, y con tres limones hace malabares frente a decenas de automóviles en las calles de la ciudad de Oaxaca, a cambio de una moneda. Es Érika, de nueve años de edad.

A unos tres metros y detrás de un vehículo está María, de 12 años, quien dice ser hermana de Érika, a quien vigila que trabaje. Las dos son originarias de Chiapas y de su llegada a Oaxaca guardan silencio. Aseguran que sus padres murieron hace cuatro años.

Ninguna de las dos, a su edad, estudia, no saben leer ni escribir. Incluso, la más pequeña desconoce las vocales.

¿Les gustaría ir a la escuela?, se les pregunta. Tímidas, sólo levantan los hombros y así expresan no saber. Evitan decir con quién viven, quién las cuida, qué comen y  a quién le entregan  el dinero que ganan en la calle.

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Como Érika y María, en Oaxaca existen al menos 994 mil 490 menores de edad, 79 mil 925 niños y adolescentes no estudian, de acuerdo con los indicadores de la población infantil registrados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) en 2015.

Del total de menores, 102 mil 712 trabajan, pero 95 mil 871 lo hacen en actividades no permitidas como el sector agrícola y, a pesar de ello, 56 mil 949 laboran sin recibir un salario.

Sólo unos 19 mil 513 niños y adolescentes han cobrado un salario mínimo por jornadas diarias que superan las 14 horas.

En Oaxaca este fenómeno representa 9.6% de tasa de ocupación infantil no permitida y 8% de tasa de inasistencia escolar. Al resto ni siquiera le pagan.

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Sin opciones

La situación se agrava porque en el estado, además de que no existe un proyecto integral y efectivo de enseñanza para los niños que laboran, tampoco ellos están en las condiciones adecuadas para estudiar, debido a la pobreza, violencia, desnutrición y al cansancio provocado por el trabajo que hacen, explica la socióloga Claudia Ramírez Izúcar.

La especialista detalla que para un niño y adolescente no es sencillo combinar el trabajo y el estudio porque significa para ellos no tener descanso.

Además, tampoco su alimentación es la adecuada para que crezcan sanamente, lo que ocasiona también problemas en su salud e impide su desarrollo educativo.

Tal es el caso de  migrantes jornaleros, como los que llegan a los campos de la Cuenca del Papaloapan, donde los niños empiezan a trabajar desde los seis años de edad,  sin recibir un pago.

Su situación, explica, les impide anhelar en estudiar porque lo único que les permite es en pensar cómo sobrevivir, y para ello pasan más de 10 horas diarias en los campos de caña ayudando a sus padres para tener qué comer.

“Si no trabajas, pues no comes, cuando se trata de sobrevivir necesitas tener lo básico, por eso mismo la familia mete a la dinámica laboral a las niñas y niños. Se trata de un problema multidimensional”, concluye la socióloga y   también autora del libro “La niñez jornalera. Educación y trabajo”.