Coatzacoalcos, en el otro polo del Corredor Interoceánico se arraiga violencia y miedo

Estados 27/08/2020 10:21 Oaxaca Actualizada 13:19

A un año de la masacre de más de 30 personas en el bar El Caballo Blanco de esta ciudad petrolera, habitantes viven con temor

A las 21:30 horas del 27 de agosto de 2019, la vida de la ciudad petrolera de Coatzacoalcos, Veracruz, quedó herida de muerte. Exactamente en ese momento, un grupo armado ingresó al bar “El Caballo Blanco”, ubicado en la colonia Palma Sola, y comenzó a ejecutar a clientes y empleados. Cuando algunos intentaron huir, los atacantes lanzaron bombas molotov y cerraron las salidas para causar un incendio. 

Hasta días después se sabría que el saldo final de todo ese infierno sería de 32 muertos, y el terror de una ciudad que quedó en medio de la disputa por el control de la plaza entre grupos rivales de la delincuencia organizada, que tienen como sello la quema de comercios y el ataque a bares para sembrar el pánico. 

A un año de la masacre, aquella cuando la violencia tocó su punto más alto, las noticias sangrientas no dejan de publicarse en las páginas informativas del puerto, a pesar de que en las calles es normal ver a los marinos o a la Guardia Nacional, lo que se traduce en que los ciudadanos no se sienten seguros en su propia ciudad. 

Antonia Gallegos, dueña de una refaccionaria en la colonia Palma Sola en el centro de Coatzacolcos, a unas cuadras del malogrado “Caballo Blanco”, dice que aunque la violencia aparentemente paró en los primeros dos meses  de la contingencia sanitaria por la pandemia de Covid-19, la inseguridad se sigue sintiendo y tras esa pausa  volvió a incrementarse de manera paulatina, aun con la policía patrullando las calles.

“Después de esa masacre ya no se dio otra igual, aunque la inseguridad siguió. Casi todos los días se sabe de asaltos o extorsiones, aquí mismo enfrente de mi casa. Ahora los comercios los cerramos a las cinco de la tarde por la pandemia, eso quizás ayude”, comenta vía telefónica a EL UNIVERSAL.

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Foto: Archivo EL UNIVERSAL

Sobre el caso del “Caballo Blanco”, Antonia Gallegos, sólo sabe lo que se publica en los periódicos locales y en las redes sociales;  que si en enero de este 2020, se detuvo a un jefe operativo de plaza del Cartel Nueva Jalisco Nueva Generación (CJNG),  responsable de la masacre; que si el gobierno otorgó apoyo a los familiares de las víctimas; que si sólo cuando el presidente de la República recorre la zona se retoma el caso.

Lo que tiene más presente son otras notas relacionadas con la masacre, aquellas que contaban sobre las 18 mujeres que laboraban en el lugar y murieron en el ataque, desde bailarinas hasta afanadoras, así como de dos filipinos que habían desembarcado en el puerto.

Antonia dice que cuando desgracias de ese tamaño tocan a la puerta, poco es lo que puede hacerse más que aprender a vivir con todo ese miedo. 

Tanto es ese miedo que sienten los habitantes de Coatzacoalcos como Antonia, que según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática  (Inegi), hasta el primer trimestre del 2020,  que va de enero a marzo, 92.1 % dijo sentirse inseguro en su ciudad, es decir, 9 de cada 10. Ese temor no desapareció en los siguientes meses, aun cuando la pandemia y las estadísticas de la Secretaría de Salud ocupaban las noticias.

De  abril a junio, el sentimiento de inseguridad en los porteños aumentó. Así lo dice el segundo informe del ENSU, que indica que en el segundo trimestre del año 94.3% de los encuestados mayores de 18 años se sintieron  inseguros en esta ciudad, llamada por el gobierno federal a ser uno de los dos polos del Corredor Interoceánico.

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Foto: Archivo EL UNIVERSAL

Fue precisamente ese deseo con el que se busca la detonación económica del sureste mexicano en la franja que une a Coatzacoalcos con el también petrolero puerto de Salina Cruz, Oaxaca, lo que llevó a que apenas este 16 de julio se anunciara que la Guardia Nacional vigilará de forma permanente ambos polos y el trayecto que los une. El problema es que en Coatzacoalcos ni eso los deja tranquilos. 

Al otro extremo de esta ciudad veracruzana, Arturo Bartolo, pequeño empresario, coincide con Antonia en que aquí se vive con miedo. Y sobre todo en la percepción de que lo único que frenó un poco la violencia fue el coronavirus.

“Ni la Guardia Nacional, ni los marinos pararon la violencia, fue el virus el que la frenó un poco, pero  fueron como dos o tres meses. Ahora que todo regresa poco a poco a la normalidad, también regresa la violencia. Hace como una semana apareció un colgado de un puente a las afuera de Coatza. También se han dado algunos ejecutados, siguen cerrados muchos negocios por las extorsiones, todo sigue igual como antes” comenta el constructor.

No se equivoca. La violencia en Coatzacoalcos sigue teniendo como principal objetivo a los bares. Apenas el 9 de mayo por la noche, los DJs Armando Ricardo Medellín y su esposa, Michele Velázquez, fueron asesinados mientras realizaban una transmisión en vivo a través de Facebook.

Era la medianoche de un sábado, y la pareja se encontraba en el bar del Hotel Revolución, en el puerto de Coatzacoalcos, cuando un comando irrumpió en el lugar, les disparó y se dio a la fuga. 

La escena se repitió apenas este lunes, cuando un grupo armado irrumpió en un bar de la colonia Francisco Villa conocido como “El Arrecife” y asesinó a un hombre y a una mujer. Eran las nueve de la noche y los cuerpos de ambos, en calidad de desconocidos, yacían desangrándose en una de las mesas del local. 

De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) entre el 1 de enero y el 31 de julio de este año, Coatzacoalcos suma 39 homicidios dolosos, 26 de ellos cometidos con arma de fuego. Además, suman tres secuestros y 29 denuncias por extorsión. 

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Foto: Archivo EL UNIVERSAL

A esas cifras oficiales habría que sumar dos secuestros y ejecuciones más, los de un empresario restaurantero y un estilista, ocurridos por separado en julio pasado, pero cuyos cuerpos fueron localizados este mes y aún no figuran en el recuento del horror que hacen las autoridades. 

Pese a esta vida bañada de un miedo y una violencia que no cede, Arturo Barolo, el pequeño empresario, se siente con suerte, pues hasta ahora  ni a él o algún miembro de su familia les ha tocado un secuestro o extorsión  de parte de grupos criminales, que saben son una realidad cotidiana. 

Dice que si bien ha recibido llamadas, pero simplemente las ignora o los bloquea y nunca ha pasado a mayores, pero muchos conocidos y amigos constructores suyos, prefirieron irse desde el año pasado, estableciéndose con sus familias en ciudades como Campeche, Merida y Querétaro.

Aunque sus negocios siguen en esta ciudad que se convirtió en infierno, ellos prefieren operarlos a la distancia y no han regresado a pesar de la presencia de la Guardia Nacional o de las promesas de una seguridad que no llega.

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