Isabel sabe extraer el principio activo de más de 300 plantas medicinales, aunque no conoce sus nombres científicos, muchos los identifica con su nombre en zapoteco como la passiflora incarnata que ella llama pepe du’bi, que es el fruto rojo de un bejuco y que sirve para calmar los nervios y el insomnio.
En el pequeño cuarto que Isabel acondicionó como consultorio tiene una cama para dar masaje, una alacena repleta de ungüentos, pomadas, gotas y jarabes, todos con sus respectivos nombres. Además, tiene dos estantes con paquetes de yerbas embolsadas y con etiquetas que anuncian el mal que curan.
Isabel los enumera de memoria; zapote blanco, sorosa, árnica, cacahunanche, castaña de la india para la diarrea y el vómito, sorosa, mano de león, belaquí, cuachinalá, flor de corazón, pimienta gorda, tila, entre otras.
Otras de las yerbas que ella ya puede recetar de manera legal es la valeriana, que puede usarse para la epilepsia; uña de gato, que controla la diabetes; cola de caballo, que sirve para tratar el cálculo renal; jengibre, para la obesidad y la circulación, y la zarzaparrilla, para bajar los niveles del colesterol.
Con los años, perfeccionó los conocimientos sobre de las plantas a través de talleres, cursos y con monjas coreanas que han asistido a las iglesia católicas en el Istmo.
Para Isabel, las 18 yerbas medicinales liberadas por Cofepris “no son nada” en comparación a las miles existentes en México. “Todos los males se curan con plantas, en ellas hay mucha sabiduría y el conocimiento de toda nuestra gente”, apunta.