La zona de artesanías, huaraches y ropa tradicional de este mercado, el más grande del estado, es un nudo de pasillos y pasadizos por momentos diminutos. Fue aquí donde la noche del miércoles una chispa de origen desconocido se convirtió en lenguas de fuego que mantuvieron en vela a toda la ciudad y transformaron el comercio del lugar en un coro de sollozos y reclamos.
De acuerdo con la joven, la desesperación corrió a la par del fuego y los “locatarios comenzaron a sumarse para que ellos mismos empezaran a apagarlo, pero no lograron controlarlo hasta muy de madrugada”, narra.

Los primeros en combatir el incendio fueron los comerciantes; sin embargo, su esfuerzo no fue suficiente: los bomberos tuvieron que apoyarlos.
En realidad pocos saben qué y cómo pasó. Los hay quienes reclaman que el apoyo nunca llegó y que sólo ellos se enfrentaron con las lenguas que danzaban y ardían. “La policía no nos ayudó para nada, ni las luces prendieron, nos dejaron a oscuras. Si esto fue provocado, no sabemos”, dice con impotencia otra de comerciante que rasca entre las cenizas y los escombros endurecidos.
Ese es el sentimiento de quienes habitan en estos pasillos laberínticos ahora sin techo y con cortinas y paredes torcidas por las altas temperaturas. Un hombre sentado con las manos en el rostro. Otro pidiendo que lo dejen rescatar algunas piezas de metal de su negocio y otros más teniendo que abandonarlo todo porque los policías advierten que no es seguro estar aquí.
Han pasado casi 12 horas desde el inicio del incendio que, de acuerdo con algunas versiones, pudo haber surgido de una chispa minúscula producto de trabajos de soldadura que se realizaban en uno de los locales.

Algunos locatarios de la Central de Abasto aseguran que ninguna autoridad los respaldó, además de que no saben si el fuego fue provocado.
Las reacciones son encontradas. Algunos dudan si la ayuda será suficiente para satisfacer el hambre que viene, porque mucho antes de perder su negocio y su empleo, la Central de Abasto ya vivía al límite, desde que se anunció que este mercado era uno de los sitios predilectos del virus que amenaza al mundo y que quien asistiera debía hacerlo bajo la propia responsabilidad. Ahora, la pregunta es si la noche en la que los brazos de héroes anónimos vencieron a la lumbre que saciaba su hambre no se convertirá en el día cero de un nuevo brote.