Nacieron después del año 2006 o crecieron en el contexto de la guerra que desató el ex presidente Felipe Calderón Hinojosa: los asesinatos, la violencia, las armas y la idea de que el crimen organizado es una opción de vida; son ellos quienes componen, cantan y escuchan los “corridos tumbados”.
Charlynne Curiel, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociológicas de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca (UABJO), sostiene que esta música en su versión “bélica” es la narrativa de la realidad que dejó esa guerra contra el narcotráfico.
Los narcocorridos y los corridos tumbados enfrentan la censura en diferentes estados del país, y cuya discusión se abrió nuevamente cuando el grupo musical Los Alegres del Barranco proyectaron imágenes de “El Mencho”, líder del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), durante dos de sus conciertos; y cuando se registró una trifulca en un concierto de Luis R. Conriquez, cuando éste se negó a interpretar corridos por disposición de las autoridades en la Feria de Texcoco.
La salida más fácil de las “buenas conciencias”, señala la investigadora de la UABJO, es la censura; pero advierte que esa censura, no va a cambiar la realidad de lo que sucede en el país en relación a la violencia y el crimen organizado.
Curiel, además, señala que la juventud ve en los grupos criminales una forma de salir adelante, tener dinero, bienes de lujo y mujeres, frente a un escenario de precarización que hay en el país.
“Por ejemplo, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) rechazó al 90 por ciento de los estudiantes que intentaron estudiar una carrera en esta institución. En la UABJO, me tocó ver cómo de 12 mil aspirantes a una de las profesiones más demandadas, la universidad sólo aceptó alrededor de 700 estudiantes”.
Entonces, dice, incorporarse a las economías ilegales es una alternativa para miles de jóvenes en México.
“Nos están retratando (los corridos tumbados) una realidad muy concreta y la responsabilidad está en el año 2006, en una guerra contra el narcotráfico que se inició sin ningún tipo de análisis, sin estrategia y que únicamente le pegó al avispero”.
Y advierte que antes los grupos criminales se concentraban en algunos estados del país que tradicionalmente estaban ligados al narcotráfico como Sinaloa o Sonora, pero ahora los grupos criminales se han extendido por todo el territorio y llegan cada vez a más jóvenes, incluido Oaxaca. “Dejemos las fórmulas conservadoras, porque esas no van a cambiar la realidad”, sentencia.
Alaide Vences, profesora invitada del Instituto Investigaciones Sociológicas, agrega que en México estamos en un estado de guerra “no convencional” donde hay asesinatos, desapariciones forzadas, y el incremento de feminicidios, entre otras violencias.
“Estamos en un estado de guerra no convencional con alcances extremos, en donde hay personas que están perdiendo la vida, viendo sus derechos humanos vulnerados… y es en ese marco, nos damos cuenta que hay poblaciones muy vulnerables, no solamente las madres buscadoras, sino también una población muy vulnerable, que son las juventudes”.
Este tipo de guerras, explica, ya no son entre Estados, el componente principal es el de obtener territorios, poblaciones con fines lucrativos, ganar prestigio y dinero, a costa de la violencia.
“Es el caso de México donde el crimen organizado ha tomado mucho poder y de repente ese crimen organizado se apodera de muchas estructuras tanto políticas como económicas”.
La investigadora Charlynne Curiel reitera que es a partir de la “mal llamada” guerra contra las drogas y el crimen organizado, que desata Felipe Calderón en el 2006 es cuando el escenario se pone sumamente complicado para las juventudes.
No sólo están siendo la carne de cañón que muere ahí, dice, sino también es el estereotipo, se les criminaliza y encarcela.
“Además tenemos el escenario de son jóvenes asesinados por otros jóvenes, jóvenes que a veces pertenecen a células del crimen organizado, y que son muerto por otros jóvenes que están en otra célula del crimen organizado, o que están trabajando en el ejército o incorporados a las policías, o que son jóvenes que sin tener ningún tipo de vínculos con el crimen organizado.
“Son simplemente son víctimas por el hecho de ser jóvenes, por el hecho de ser pobres, de ser de origen rural, indígena, tal es el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa”.
La especialista señala que las cifras del INEGI muestran un panorama muy desolador y una “obstaculización de los jóvenes para pensar más allá del día a día, más allá del presente, y no plantearse alternativas de futuro”.