Aunque los límites no dejan duda de que se trata de una población oaxaqueña, en realidad, pisando el calor de sus calles, hablando con su gente, comiendo los peces y los frutos que emergen al costado del río que la rodea, es posible entender que es un lugar trastocado por la frontera.
Aislados del centro de Oaxaca y Veracruz, es una selva extremadamente caliente entre dos mundos. Una región con dos culturas distintas, fusionadas, más cargada en historia y simbolismos a los negros cimarrones libertos de las haciendas veracruzanas a lo largo del tiempo, que a los pueblos indígenas de la Chinantla alta. Es una brecha de tierra llana de calor y humedad con mestizos que se reconocen a sí mismos como “oaxarochos”, una forma simple de unificar las luces que los han construido como habitantes de una cultura en el borde.

Para ser evaluados como pueblo afrodescendiente, los papaloapenses tuvieron que cubrir varios requisitos, entre ellos juntar firmas, recabar las costumbres del pueblo ligadas al afromestizaje e identificar las manualidades y el tipo de comida que realizan de forma cotidiana y tradicional. También crearon un perfil de las ocupaciones que han tenido sus habitantes a lo largo del tiempo, además de recopilar sobre todo la historia oral que no aparece en los libros de textos oficiales, explica la representante comunitaria.
Según las historias que cuentan los viejos papaloapenses, antes esta comunidad oaxaqueña fue una ensenada de agua dulce donde por muchos años se guarecieron barcos que venían de Alvarado y Las Antillas con negros traídos por empresas extranjeras a trabajar la siembra del plátano.

Marcos Amador es el anciano de mayor edad del pueblo. El 10 de septiembre próximo cumplirá 93 años y su relato, de alguna manera, representa las oleadas de mestizaje y la historia de Papaloapan de forma viva: indígenas que llegaron hace siglos a una tierra despoblada, hacendados blancos que necesitaban mano de obra gratuita a cambio de tierras ricas para la siembra y negros veracruzanos que huían del esclavismo colonial de Laguna Camaronera y la Laguna de Alvarado.
Luego, esclavos traídos por la empresa inglesa Waddell & Hedrick, para construir el puente de fierro que atraviesa el río Papaloapan desde 1899, y una nueva oleada de negros transportados entre 1920 y 1930 por españoles y británicos, para cargar vagones de trenes con toneladas de plátano para exportarlos a Europa, la época del “oro verde”, según documentos históricos del Sotavento veracruzano publicados en 2011.
“Mi papá era un viejo prieto morado, que llegó a Papaloapan caminando de Tierra Blanca, Veracruz cuando tenía 12 años. Aquí conoció a mi mamá que era de San Cristóbal de las Casas, era cocinera en los comedores de los señores que le trabajaban a los gringos. Ella me tuvo a mí y a mi hermano, pero mi papá tuvo otros 7 hijos con otras mujeres”, cuenta don Marcos Amador, que vive ahora en la entrada del pueblo frente a la carretera federal 145.
Cuando don Marcos Amador habla es como una voz perdida en la arenisca de un viento sureño, como si esta frontera oaxaqueña no fuera de las más pobres y dejadas, sostenidas por el mito de un Tren Transoceánico, que hoy es una especie de fantasma al que todos en Papaloapan parecen aferrarse.
“Cuando se quemaron las casas de palma decidieron ponerle Papaloapan en honor al río, lo refundaron, porque en nuestro pueblo inicia el Papaloapan veracruzano hasta llegar al mar y somos la entradita a Oaxaca. El puente donde atraviesa el tren, desde hace un siglo, representa la frontera y la unión de ambas culturas. Somos tan jarochos que yo de joven mi cartilla la sellaba en Veracruz como si hubiera nacido en ese estado”, relata.
“Los gringos trajeron muchos negros que trabajaban en el campo cargando flotas gigantes de plátano roatán. Después fue el plátano macho, en la noche les brillaban los ojos y los dientes, ellos dormían en el monte, comían y trabajan pero no tenían donde vivir, por eso muchos huían porque aguantaban mucho, pero el calor los mataba”, narra.
“Desde muy chicos a los niños nos enseñan a nadar y cruzar el puente, cuando pasa el tren uno se debe meter entre los tubos, luego desde ahí salta la gente cuando se anda bañando, el puente de fierro es algo que une a los Oaxarochos”, sostiene Marlene Alondra Ortega Lomelí, una joven profesora egresada de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN).
Su bisabuelo también fue de los primeros pobladores, por eso con seguridad afirma que en Papaloapan existen principalmente tradiciones jarochas como la rama, la jarana, y los pobladores rinde culto a la imagen del Cristo Negro que apareció flotando en una balsa en el río Papaloapan en 1597. La comunidad tiene su efigie en la entrada del pueblo para proteger a los centenares de peregrinos que van año con año al municipio veracruzano de Otatitlán, ubicado a 12 kilómetros.
Ella considera que la mayoría de la población es ajena al tema de afrodescendencia por desconocimiento y falta de interés, sobre todo porque no hay registros oficiales de la presencia negra en la comunidad. Y sobre todo, porque de alguna forma al centro de Oaxaca no le ha interesado documentar la historia de los pueblos en la frontera de Veracruz, que son muy distintos a las poblaciones de la sierra o los valles.