Una familia de Colombia, modificó una carriola, le adaptaron unos pequeños palos, arriba tendieron una sábana y listo. El papá empuja por ratos y luego la madre así avanzan sobre la carretera Panamericana, con un bote de un litro de agua colgando del hombro. Para ellos, la carretera no tiene fin, pero dicen que algún día, ese sufrimiento terminará.
Otra familia, de Venezuela, también convirtió en cama rodante un triciclo al que llenaron de cartón, cobijas y almohadas, donde duerme plácidamente, ajena al infortunio de su madre, quien empuja el vehículo, y al lado, el padre sostiene una llanta de repuesto, por si se requiere sobre el ardiente asfalto.
Muchas familias con hijos pequeños viajan así. El director del Centro de Dignificación Humana, Luis Rey García Villagrán, dice que en el Viacrucis del Migrante viajan unos 500 menores de edad. Las autoridades migratorias estiman que son como 300. De todas formas, 500 0 300, comenta Manuel, un venezolano que viaja solo, son criaturas indefensas que merecen una mejor vida.
— ¿Dónde compraron las carriolas, los triciclos y las bicicletas?
— Nos la regalaron. Unos en Tapachula, y otros en el trayecto La gente del pueblo de México es muy buena, nos dan panes, agua, galletas, juguetes y mucho ánimo, cuenta Magda, quien en un bolso pequeño guarda panes que le obsequiaron cuando el Viacrucis del Migrante llegó a la localidad de La Venta.
Las familias que no tienen triciclos o carriolas, hombres y mujeres cargan a sus pequeños en brazos y los más grandecitos, los cargan en sus hombros y sonrientes, como se tratara de un juego, simulan que viajan sobre un caballo. Los niños, inocentes, van aprendiendo la lección de Magda, que la migración es un acto de sobrevivencia.