Armando Guerrero, el artista plástico que llegó a Oaxaca y que convirtió el plasmar árboles en una obsesión
Pese a que su obra abarca diversidad de temas, materiales y técnicas, el pintor afirma que estos seres vivos son su obsesión
Oaxaca de Juárez.– Armando Guerrero se propuso hacer un retrato de Sor Juana Inés de la Cruz sin dibujarla. El retrato debía trasladarse a un proceso simbólico y para ello recurrió a los enigmas que rodeaban la vida de esta escritora novohispana, que hasta entonces no se habían resuelto. Por ejemplo, su familia o las razones por las que ingresó a la vida monástica. En total, eran siete los misterios en torno a ella.
El artista no recuerda el por qué llegó a la idea del árbol, quizá, dice, en su momento lo relacionó con la inteligencia de la escritora, a quien compara con Leonardo da Vinci. Finalmente su retrato de Sor Juana Inés de la Cruz consiste en siete árboles que representan los enigmas que rodeaban a esta literata del Siglo de Oro español.
A partir de entonces, los árboles se convirtieron en la característica principal de su obra, su distintivo o “línea”, como él la refiere. Aunque su concepto fue cambiando, los árboles se convirtieron en una obsesión para él.
No obstante, su trabajo es diverso; va desde lo abstracto a lo clásico. Esa variedad también se aprecia en los tipos de materiales y objetos que interviene. Sus intereses abarcan el video, grafiti y stickers. Hoy es uno de los artistas plásticos más reconocidos de Oaxaca.
“Ahora es sólo como una obsesión. Pinto otras cosas, tengo retratos, obra abstracta, pero siempre regreso al árbol. Ya no como una idea, sino como una obsesión, algo que no puedo dejar”, expresa.
Foto: Juan Carlos Zavala
Nació en la Ciudad de México en 1969, aunque la mayor parte de su familia es de Oaxaca. Entre 1991 y 1992 se estableció en la capital del estado principalmente por tres razones: la crisis económica que atravesaba el país, la violencia y porque su entonces pareja —quien consiguió un trabajo en el estado— lo invitó a venir.
Estudió pintura en la Casa de la Cultura de La Paz, Baja California Sur, y en la Casa de la Cultura de Coyoacán, entonces Distrito Federal. En 1990 entró a la Academia de San Carlos.
Su inclinación por el arte se la atribuye a su madre, quien a él y sus hermanos continuamente los llevaba a museos, conciertos de música clásica, rock y obras de teatro.
“Somos varios hermanos y de todos, siempre he dibujado y [hecho] cosas con plastilina, lo que hacen los niños. La diferencia es que hacía las cosas que hacen los niños, pero no dejé de hacerlas nunca; seguí haciéndolas y haciéndolas.
“No he pensado qué tanto tenga que ver la orientación que se me haya dado porque la misma se la dieron también a mis hermanos; sin embargo, yo seguí en el camino”, relata.
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Recientemente, Armando Guerrero conoció a unos artistas jóvenes y contemporáneos “muy casados” con su proceso, enfocados en su rama y en su “línea”, que los ha llevado a menospreciar o desestimar otras expresiones del arte, explica.
El encierro obligatorio de la pandemia le permitió parar, ver y verse, para reflexionar entre muchas otras cosas sobre la “situación de las artes”.
Foto: Juan Carlos Zavala
Una de sus conclusiones es que la obsesión de algunos artistas por encontrar su “línea”, es decir, aquello que los distinga, al final se convierte en una limitante no sólo del trabajo como artista, sino de la vida.
“Yo he tenido la oportunidad de ejecutar todo tipo de línea de arte y he tenido también la oportunidad, que no tienen otros, de haber encontrado una línea que son los árboles. Esa línea me ha dado que me conozcan, que me vaya bien, que tenga exposiciones. Pero eso es una limitante de la vida, si pensamos que el arte tiene que ser real, que tiene que ser verdad. Y la verdad es que no sólo somos una cosa, no sólo tenemos un carácter, un sólo gusto”.
Si quiere pintar algo clásico, dice, lo intenta. Lo mismo si quiere hacer un perfomance, un video, un grafiti. Explorar todas las “líneas” posibles que le permitan expresarse, porque de lo contrario no estaría satisfecho con su trabajo.
En la pintura, sostiene, son los mismos valores estéticos de siempre. “Los de Toledo que los de Rembrandt, tienen el mismo valor. Y hoy un cuadro de Rembrandt es una obra de arte como uno de Toledo, o como uno de Lakra. Son los mismos valores estéticos. Cambian las formas, nada más”.
Foto: Juan Carlos Zavala
Los valores artísticos, puntualiza, “siguen siendo los mismos y por eso despreciar algún tipo de arte es perderse algo en la vida”, concluye.