Artesanías de hojalata en Oaxaca: 300 años de un oficio en resistencia
Pese al nulo apoyo institucional, persisten objetos de este material, cuyo uso se remonta a los antiguos zapotecas y aztecas, explica a EL UNIVERSAL Andrea Agüero, la única mujer artesana que queda
En el Barrio de Xochimilco, uno de los asentamientos humanos más antiguos de la ciudad de Oaxaca, está el taller en donde trabaja Andrea Agüero Bustamante, la única mujer maestra de artesanía de hojalata, actividad que ha persistido por más de 300 años pese al nulo apoyo institucional a este oficio, que da identidad a la capital del estado.
Antes de ella, en el taller de su padre Miguel Ángel Agüero Pacheco, también estuvieron su tía Serafina Pacheco y su abuela Imelda Pacheco.
Ella es la quinta generación de una familia de maestros que conserva el oficio y que, en el caso de su padre, le ha permitido colaborar con artistas plásticos y exponer sus piezas en Europa. Además, fueron los encargados de adornar las puertas de Palacio Nacional en las celebraciones del Bicentenario de la Independencia de México, durante el sexenio del presidente Felipe Calderón Hinojosa.
Si bien se desconoce con precisión el origen del trabajo con hojalata, se cree que los antiguos zapotecas y aztecas elaboraban piezas con este material, como brazaletes y collares para los guerreros, y desde entonces ha pasado de generación en generación.
“Es un oficio que es a lo lírico, no hay un libro que específicamente nos diga cómo trabajarlo. Somos un pequeño asentamiento de xochimilcas de la Ciudad de México”, dice Andrea Agüero sobre el Barrio de Xochimilco, fundado en 1486 por guerreros bajo las órdenes del emperador azteca Ahuízotl.
La maestra artesana sostiene que la artesanía de hojalata fue exportada de aquí a San Miguel de Allende, en Guanajuato:
“San Miguel de Allende se lo lleva de aquí del barrio, a unos familiares de mi papá les ofrecen llevarse estos talleres y ellos aceptan, empiezan a exportar, ocupan trabajadores y estos lo aprenden y ponen sus talleres y en San Miguel de Allende se vuelve muy grande, cosa que no pasó en Oaxaca”, relata.
Oficio en riesgo
De los 15 talleres de hojalata que existían en el barrio subsisten tres que trabajan marcos, cajas y juguetería. Los primeros talleres elaboraban utensilios de cocina, como anafres, botes lecheros y garrafas de nieve.
Al llegar la industria, los maestros artesanos perdieron mercado; dejaron de elaborar utensilios de cocina y se dedicaron a la juguetería. Después sus juguetes se quedaron sin compradores y recurrieron a los “santeros”, representaciones de santos de la Iglesia católica.
Los artesanos comenzaron a vender imágenes religiosas en ferias y festividades católicas en la ciudad de Oaxaca. Algunas las metían en un nicho de hojalata. Finalmente, comenzaron a crear artesanías, algunas de las cuales conllevan un valor religioso o representan alguna leyenda indígena.
“Cuando se elabora una pieza, debemos saber qué significado tiene”. Por ejemplo, los famosos corazones rojos a los que llaman “milagros”.
“Los milagros nacen porque dentro de la religión católica, antiguamente, nuestros familiares llevaban una piernita, un ojito, una cabecita al santo de nuestra devoción, a pedirle el favor que nos sanara y de ahí nace el milagro, que es de hoja de lata, porque en Catedral tenemos a lo que es el Señor del Rayo, que está forrado de corazones, le llevan el que es de espinas, el de lágrimas y el corazón, el feligrés decide si se lo lleva de cobre, de hoja de lata o hasta de oro. Por eso nace el milagro”.
La mariposa, por ejemplo, es decoración, pero el colibrí es parte de una leyenda antigua de una localidad de la Sierra Norte de Oaxaca, en Zoogocho, en la que se advierte de la aparición de una serpiente dorada, explica.
Los habitantes tienen la creencia de que si una persona se encuentra con la serpiente y la atrapa con su tenate o rebozo, al llegar a su casa el animal se convierte en monedas de oro, pero condena a la persona a no volver a dormir en el pueblo.
Es por eso que cuando la serpiente aparece, también lo hacen los familiares que fallecieron convertidos en colibríes, para que con sus colores tornasol no permitan que la persona tome o atrape a la serpiente.
Aun cuando el trabajo de los artesanos de hojalata tiene más de 300 años y preserva parte de la identidad de los pueblos indígenas, en el Barrio de Xochimilco está en riesgo de desaparecer.
“Nosotros nunca hemos tenido lo que es apoyo ni de gobierno ni de ninguna institución turística, ahorita con la pandemia nos fue un poco mal porque decían que en el material se alojaba lo que es el virus, y la gente decía que prácticamente teníamos el nido aquí y que no podían tocarlo. Cuando iba a dar una exposición tenía que sanitizar la pieza para poder mostrarla. Nos afectó mucho”, dice Andrea Agüero.
La maestra artesana puntualiza que han sobrevivido por sus propios medios y porque han permitido que las personas tomen fotografías a sus piezas, lo que da mayor difusión a su trabajo en las redes sociales.
Además, ninguna de sus piezas se vende en la ciudad de Oaxaca. La mayoría circula en otros estados del país y en países como Estados Unidos, Inglaterra y Colombia.
Al igual que en otros trabajos artesanales, las nuevas generaciones cada vez se interesan menos en aprender el oficio.
“Una de las situaciones por las que se han perdido los talleres es esa, las futuras generaciones que ya no les interesa continuar, porque no tenemos el apoyo turístico. Los hijos lo aprenden, pero no llegan a elaborar, prefieren buscar un empleo que les dará un sueldo seguro a esperar a que venga el turismo y te compre 200 pesos. En la casa vivimos 20 [personas], pero si subsistimos los 20 únicamente del taller, no podríamos salir adelante”.
En el Barrio de Xochimilco han desaparecido talleres emblemáticos, como los de peines de madera, rebosería y florerías. Persisten algunos talleres de mantelería en hilo de algodón y los de hojalata.
“Se han perdido porque no hay apoyo por parte del gobierno y cuando uno pide apoyo, necesitas adherirte a un líder.
“Por ejemplo, indica Andrea Agüero, si hay alguna festividad como la Guelaguetza y quieres ponerte en el Andador Turístico, no te permiten entrar porque primero necesitas darte de alta en Hacienda, tener un líder, pagarle a ese líder para que te dé un lugar, y pagar el stand que te dan. Si no vendes, ¿de dónde sacas tanto para el líder como para el stand?, es una pérdida de dinero. Mejor me quedo en el taller y lo poco que consiga se queda en el taller y ya sé que es mío”, concluye la artesana.