El Día de Muertos es mucho más que una fecha en el calendario: es una expresión del sincretismo cultural, de la unión entre lo indígena con lo europeo y del vínculo espiritual que une a los vivos con quienes ya partieron.
En cada rincón del país, esta festividad se celebra con colores, flores, música, aromas y sabores que rinden homenaje a los difuntos.
Pero en Oaxaca, esta conmemoración adquiere una dimensión única: aquí, los altares no sólo se llenan de flores de cempasúchil y veladoras, sino también de panes que son verdaderas obras de arte.
Y entre todos los panes oaxaqueños, uno destaca por su belleza y simbolismo: el pan de carita, un producto que combina la tradición artesanal con el sentimiento más profundo de la festividad.

Un pan con rostro y alma
El pan de muerto oaxaqueño se distingue por sus múltiples variantes regionales: desde el pan de yema de Mitla hasta el marquesote del Istmo. Sin embargo, el pan de carita tiene un lugar especial en la mesa de los oaxaqueños.
Su elaboración es todo un ritual: se prepara con yema de huevo, harina de trigo, anís, vainilla y ajonjolí; ingredientes que, al mezclarse, desprenden un aroma cálido y familiar que llena las casas y las panaderías durante los últimos días de octubre.
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Sin embargo, lo más llamativo está en su superficie. Sobre cada pieza se coloca una pequeña “carita” hecha de una masa más firme, moldeada y secada al sol.
Estas figuras, pintadas con colores vegetales, representan los rostros de los difuntos a quienes se dedica la ofrenda. Tradicionalmente, las caritas muestran ángeles, santos, niños o incluso calaveras, simbolizando la presencia espiritual de aquellos que regresan del más allá.
El pueblo detrás de las caritas
La creación de estas peculiares figuras tiene su origen en Miahuatlán de Porfirio Díaz, un municipio ubicado en la Sierra Sur del estado. En este pueblo, los artesanos no sólo elaboran el pan con dedicación, sino que también moldean a mano las emblemáticas “caritas”, logrando que cada una sea diferente.
El nombre “Miahuatlán” proviene del náhuatl miahuatl, espiga de maíz y tlan, lugar o campo, lo que se traduce como “lugar de espigas de maíz”, una referencia perfecta para un sitio donde el maíz, el pan y la vida están íntimamente entrelazados.
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Durante las festividades de Día de Muertos, las panaderías de Miahuatlán trabajan sin descanso para surtir a los pueblos cercanos y a quienes acuden desde distintas regiones del estado en busca de este pan único.

Tradición, arte y sabor
Además de su legado panadero, Miahuatlán conserva una rica herencia cultural. Aquí se tallan miniaturas en espina de pochote y hueso de res, verdaderas joyas escultóricas que representan escenas de la vida cotidiana y danzas tradicionales.
También es posible conocer los palenques de mezcal, donde se conserva el proceso artesanal de esta bebida ancestral.
Pero si algo caracteriza al pueblo, es su espíritu festivo. En su día de plaza, cada lunes, el centro se llena de colores, aromas y sabores: frutas, verduras, ropa típica, artesanías y, por supuesto, panes de carita que esperan su turno para adornar los altares familiares.
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El visitante que llega a Miahuatlán no sólo descubre la historia de un pan, sino también la de un pueblo que ha sabido conservar sus costumbres con orgullo.
El templo parroquial de San Andrés Apóstol, con su fachada neoclásica y su altar dorado, es testigo del paso del tiempo y de la devoción de su gente.

El pan que da rostro a la memoria
En Oaxaca, cada tipo de pan de muerto cuenta una historia distinta. Los hay con forma humana, de animales o decorados con azúcar de colores; pero el pan de carita destaca porque encarna literalmente el rostro de los difuntos.
Su presencia en las ofrendas simboliza el reencuentro con los seres queridos, la continuidad de la vida y la certeza de que la memoria, al igual que el pan recién horneado, nunca se enfría del todo.
Así, Miahuatlán de Porfirio Díaz se erige como la cuna del pan de caritas, una tradición que no sólo endulza el paladar, sino que mantiene viva la esencia del Día de Muertos en Oaxaca: el arte de recordar con sabor.