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Cuando el hombre habla de demanda se refiere a que antes el sombrero no se limitaba a ser un accesorio que cubre del sol o un complemento de moda, sino de una necesidad de portarlo.
El sombrero de panza de burro, explica, no sólo protegía del sol y formaba parte de la vestimenta, sino que también servía como defensa personal. Su resistencia lo convertía en un escudo improvisado en las disputas y peleas, generalmente a machetazos, de aquel entonces.


El taller de don Fernando permanece inmutable en el tiempo. Conserva y utiliza las mismas herramientas que sus ancestros. Calcula que algunas de estas herramientas tienen hasta tres siglos de antigüedad en su familia, mientras que otras, como las planchas, datan de principios del siglo pasado.
No sólo las herramientas se mantienen, sino también la técnica tradicional y las materias primas naturales, como en los tiempos de esplendor. Sigue usando lana fina de borrego, tintes naturales, cera de abeja y brea de copal rojo, que le confieren la dureza y flexibilidad características.

Realizar un sombrero de panza de burro es una labor ardua, pude llevar de dos a tres días completos de trabajo. Además, por cada kilo de lana se pierden alrededor de 250 gramos en el proceso y cada sombrero ocupa entre 340 y 390 gramos.
A toda esa labor hay que agregar que vender un sombrero de estas características es cada vez más difícil, debido al alto costo de los materiales y las largas horas de trabajo invertidas; sin embargo, don Fernando sostiene que la durabilidad promedio de uno de sus sombreros, si se cuida adecuadamente, es de unos 30 años, algo que ningún sombrero industrial puede igualar.
A pesar de tener 11 hijos, sólo dos se interesaron en el oficio de don Fernando y conocen la técnica de fabricación del tradicional sombrero de panza de burro, pero ninguno se dedica a fabricarlos, lamenta el sombrero. “Yo que más quisiera que mis hijos se dedicaran a esto, pero no les llama la atención, me dicen que para vender un sombrero al mes no es posible”.

Dentro de este pequeño cuarto de lámina, no sólo se albergan herramientas antiguas, también se resguarda la historia y el conocimiento de un arte en camino a la extinción. Sólo las manos de don Fernando y su hermano sostienen este legado. “A mí me da gusto mostrar mi arte, aunque no cualquiera sabe apreciarlo, quien no conoce esta artesanía, piensa que es cualquier cosa y no, esto tiene historia” sentencia uno de los últimos sombreros.
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