Comencé a adentrarme en el arte de destilar en 2009, pero fue en 2014 cuando, debido a mi inquietud por apoyar la resistencia en contra de la invasión de maíces industrializados en Oaxaca, destilé mis primeros güisquis de maíz nativo. En busca de los verdaderos guardianes del maíz, acudí a los intercambios de semillas nativas en las comunidades indígenas de Oaxaca. Al ser testigo de algo que se rige por reglas que provienen de hace siglos, comprendí la profunda relación entre cada comunidad y sus propias variedades de semillas. Cada grano contiene una carga genética tan particular como la historia del pueblo que lo ha cuidado.

Los métodos de cultivo tradicional, la conservación del suelo, los bancos comunitarios de semillas ancestrales y la autonomía del campesino para usar sus propios granos son los cimientos de la soberanía alimentaria y la diversidad cultural. Guiados por esos fundamentos, mi esposa y yo creamos el Taller Experimental de Destilados de Granos Antiguos, del que surgió la marca Maíz Nation.
Para hacer un gran destilado tienes que honrar y respetar a la madre tierra y sobre todo a los pueblos que la han cultivado. Desde mi punto de vista el “terroir” o terruño significa mucho más que altitud, clima, suelo o la intersección de sistemas biológicos. Esa palabra extiende sus raíces en la historia de los pueblos, en su cultura, en sus ritmos vitales y en las motivaciones de su trabajo.
Para mí, destilar es un arte de alquimistas, más que de químicos. Maíz Nation compra su maíz nativo directamente a campesinos en la Chinantla, la Mixteca, la Sierra Juárez y la Costa de Oaxaca. Hemos forjado profundos lazos productivos, económicos y personales con agricultores indígenas que cultivan pequeñas parcelas de temporal.
Todos nuestros granos son sembrados, recolectados, trillados y limpiados a mano. Los productos de Maíz Nation se destilan a bajas temperaturas, lenta y uniformemente, en alambiques de olla de cobre de 250 litros construidos artesanalmente conforme a diseños propios que siguen evolucionando.
