La fotógrafa que mostró al mundo el rostro de las mujeres zapatistas que tomaron las armas

Ángeles Torrejón fue la primera fotoperiodista que tuvo acceso a las bases del movimiento zapatista en Chiapas, autorizado por el propio subcomandante Marcos. A diferencia de los hombres que buscaban imágenes del conflicto, ella decidió mostrar a madres e hijos ocultos en la selva

La fotógrafa que mostró al mundo el rostro de las mujeres zapatistas que tomaron las armas
La fotógrafa que mostró al mundo el rostro de las mujeres zapatistas que tomaron las armas. Fotos: Antonio Mundaca
Más de Oaxaca 26/01/2024 09:36 Antonio Mundaca Actualizada 09:36

Oaxaca de Juárez.- Mientras la mayoría de los fotoperiodistas de México iban a Chiapas para tomar fotos sobre el levantamiento armado y sus protagonistas, los integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), Ángeles Torrejón llegó en marzo de 1994 a las comunidades indígenas a documentar  los otros rostros del conflicto: las mujeres que dejaron sus tierras y tomaron también las armas, pero, sobre todo lucharon con sus hijos en brazos las batallas ocultas de un mundo que estaba siendo arrasado por el Ejército Mexicano. 

 Su editor le dijo que “ya no había noticia”, que la Agencia Imagen Latina, donde trabajaba, no podía costear la cobertura porque el conflicto armado estaba entrando en las Mesas de Paz y el acceso estaba controlado por el Estado y el ejército popular, pero sobre todo por viejos fotógrafos de prensa: un acceso que se limitaba a los medios grandes y a la prensa internacional. Desde la mirada de su editor casi todas las cosas ya estaban contadas y no era necesaria la mirada de una mujer. Fue así, recuerda, como la maquinaria machista intentó cerrarle el paso, a pesar de que en 1990 ya había recibido un premio a su trabajo como fotodocumentalista por la Comunidad Europea.

 “Marco Antonio Cruz, mi esposo que falleció hace dos años, que fue parte del partido comunista,  me dijo que para ir tenía que llevar un proyecto, algo que fuera muy mío, el mundo que creía que debía de ser contado y no hiciera caso a lo que dijeran otros. Entonces me fui a la selva buscando fotografiar a las mujeres, la vida en la comunidad que no estaban contando los hombres enfrascados en lo que consideraban las imágenes poderosas del movimiento armado, todos querían fotos del Subcomandante Marcos”, Sostiene Ángeles Castrejón, mientras el bullicio se apodera del Centro Fotográfico “Manuel Álvarez Bravo” (CFMAB) donde es entrevistada por EL UNIVERSAL.

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La venia del subcomandante

Sentada sobre montículos de cantera verde, Ángeles  ha participado apenas en una mesa con varios de sus colegas convocada por la inauguración de la muestra “30 años del EZLN, memoria de una lucha”, donde enfatizó que fue a través de la documentación fotográfica que México comenzó a darse cuenta de los espejismos del Salinismo y el olvido a los territorios indígenas en un sexenio que prometió llevar al país al “primer mundo”.  

Mientras platica, pone sus manos en el pecho y viaja a los recuerdos de los años 1994 al 2000, cuando fue a Chiapas y a la Selva Lacandona decenas de veces. Su proyecto documental fue aprobado la primera noche que llegó por la comandancia zapatista, fue el mismo subcomandante Marcos quien le dio el acceso privilegiado, narra la fotoperiodista nacida en 1963 en la Ciudad de México. 

“En dos meses cumplo 30 años de que fui por primera vez y quiero volver, quiero saber qué pasó con estás mujeres, dónde están sus hijos, sus nietos, que fue de aquella primera imagen que tomé de cinco mujeres con fusil con el rostro cubierto, mostrando con sus cuerpos delgados tanta fortaleza”, relata. Junto a ella, otros fotógrafos exponen sobre el 30 aniversario del surgimiento zapatista y las 300 imágenes que se exponen en el santuario que Francisco Toledo fundó en suelo oaxaqueño en 1996 para promover la fotografía. 

Una mirada distinta en la oscuridad de la selva 

Sus fotos brillan en la sala. Sobresalen en blanco y negro los cuerpos de mujeres indígenas atrapados por su lente, el tiempo detenido en el cuerpo de las niñas y ella habla de esas fotos con nostalgia.  Al igual que sus recuerdos, cuenta que una noche en La Realidad, en el corazón del grupo zapatista, caminó en medio de la oscuridad a través de la selva, acompañada de mujeres y niños, todos tomados de las manos porque les avisaron que grupos paramilitares del gobierno invadirían los campamentos rebeldes. 

Por entonces, Ángeles Torrejón llevaba casi un año entrando y saliendo de Chiapas, documentaba el proceso comunitario y la vida cotidiana de las familias rebeldes. En la madrugada, después de ese susto y una caminata de varios kilómetros, supieron que se trataba de un operativo para capturar al subcomandante Marcos. Horas más tarde el gobierno de Ernesto Zedillo revelaría el rostro y el nombre del mito naciente: Sebastián Guillen Vicente, el rebelde encapuchado que aprobó su estadía en la selva.

-¿Por qué contar con tus fotos la vida de mujeres zapatistas en un mundo que no aceptaba a las fotorreporteras? 

“Yo vengo de una familia de mujeres fuertes, una especie de matriarcado, esa es mi influencia. Aunque mi padre fue un hombre sabio, mis ancestras son mujeres, con ellas aprendí a observar la injusticia, el olvido, la resistencia y creo que las mujeres tenemos otra fuerza para hacer las imágenes, pero para hacer este tipo de trabajos necesitas una sensibilidad distintas, verte en el espejo, quizá por eso los fotógrafos hombres escogían cubrir la guerra y yo preferí el rostro oculto, fue un reconocernos entre nosotras”.

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Precisamente fue esa mirada distinta sobre el movimiento zapatista, la suya, la que le dio el reconocimiento nacional con la Mención honorífica del Premio Nacional de Periodismo Cultural “Fernando Benítez” en 1997, así como primer lugar del Concurso de Fotografía Antropológica en 1996. Desde entonces, su trabajo ha formado parte de 60 exposiciones colectivas tanto en Europa como en América Latina y sus instantáneas han sido publicadas en libros como “Fotografía de prensa en México: 40 reporteros gráfico” y “La mirada inquieta. Nuevo fotoperiodismo mexicano 1976-1996”.

A 30 años de esa experiencia, Ángeles Torrejón reconoce que el movimiento armado en Chiapas fue un antes y un después para la manera de entender a México en el mundo, y también fue para ella un punto de partida. La obra expuesta actualmente en Oaxaca, por ejemplo, así como mucho de su trabajo documental es reconocido en Estados Unidos, España, Italia, Dinamarca, Francia e Italia y es parte de colecciones impresas.

“No me gustan las fotografías posadas, todavía no sé qué hacer cuando pregunta cómo se ponen las personas. Yo creo más en la naturalidad de las fotos, en lo difícil que es retratar la imagen de alguien de quien te has ganado su confianza. Las fotos de las mujeres zapatistas que hice tienen eso, fueron días y horas de estar con ellas, de ser parte de una comunidad para que se mostrarán”, explica sonriente.

Mientras que el resto de sus colegas se apropian del escenario, saludan a admiradores, se pasean por los pasillos del centro fotográfico entre la música y las luces, para Ángeles Torrejón no hay estridencia. Con una mirada profunda, es como si se apropiara de otra forma el mundo y entrara en él con una sensibilidad distinta. 

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La fotoperiodista cuenta que fue su trabajo sobre Chiapas el que le llevó a ser reconocida por esos mismos viejos reporteros de prensa que en un inició insinuaron que no hacía falta otra mirada y finalmente le ganó su lugar como una de las 40 mejores reporteras gráficas y “la sangre nueva del fotoperiodismo mexicano” entre 1976 y 1996, cuando ella tenía apenas 31 años. 

“Yo aprendí muchísimo de las mujeres zapatistas, hay que aprender a observar, a escuchar, a no ser un extranjero. Es con mucha paciencia, con mucha humildad, con mucho respeto”, confiesa Ángeles, quien reconoce que esos métodos que no enseñan en las universidades, algo que dice con conocimiento de causa pues es egresada de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de México (UAM) campus Xochimilco. 

Con esa misma certeza afirma que la fotografía es una vocación y una profesión que sólo se aprende en el territorio, con la gente. Y lo dice tan segura que es posible imaginarla hace 30 años con la risa franca y una mirada sensible al entorno llegando a San Cristóbal de las Casas en una camioneta prestada, con una muda de ropa y su cámara en la mochila, para internarse sola en la Selva Lacandona, desobedeciendo a su editor, a sus colegas y a quienes pensaban que una mujer no era capaz de cubrir movimientos armados y entregar las imágenes que nadie quería ver sobre esa guerra.

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