Desolación en los balnearios naturales que sostienen a comunidades indígenas
Policías vigilan el balneario Ojo de Agua para evitar el acceso de visitantes
Los altavoces del pueblo son claros, el anuncio que realizan la presidencia municipal y el comisariado de Bienes Comunales obliga a los prestadores de servicio del balneario natural Ojo de Agua a no vender nada, ya que el manantial permanecerá cerrado por la contingencia ante el Covid-19.
Pero esta medida no aplica a los comercios del pueblo, ni a las cantinas, esos se mantienen abiertos y brindando atención a los habitantes.
El calor por arriba de los 35 grados obliga a muchos a no respetar la restricción oficial, algunos habitantes y sus hijos logran acceder a escondidas hasta el nacimiento del manantial, pues el área de albercas está seca.
Foto: Roselia Chaca
Los comerciantes que viven a orillas del afluente sólo observan sin poder ofertar nada, entre ellas está Eraida Santiago. No dice nada, sólo observa, evita confrontarse con la autoridad y con los bañistas, pero externa la molestia.
“¿Por qué a ellos los dejan entrar? ¿Por qué las tiendas, cenadurías y cantinas no los cierran? ¿Por qué los camiones de mercancías de grandes empresas sí entran y por qué a nosotros nos prohíben vender? ¿A caso no valemos?”, cuestiona esta comerciante con más de 38 años vendiendo comida y bebidas a los vacacionistas.
Eraida recuerda que ésta es la segunda ocasión que le cierran el balneario y la dejan sin trabajo. La primera vez fue hace 15 años, cuando se pelearon por el control de la zona los seguidores del PRD y el PRI, en esa ocasión la Policía Estatal resguardó el lugar por dos años.
“Ya aguanté dos años con el balneario cerrado, así que voy a poder soportar dos meses, nada más que, por el momento, me comeré lo que tengo de mercancía, puras ‘Maruchan’, cacahuates y galletas. Esperábamos estas vacaciones de Semana Santa para levantar la economía, ya de por sí afectada, pero estamos fregados”, comenta en medio de una risa contagiosa.
A unos cuantos metros de Eraida está el puesto de Carmen Castillejos y Sergio Jerónimo, ellos también viven en el lugar, sólo que debajo de los árboles. Todo el día ofrecen comida a los visitantes, pero desde el 20 de marzo no han vendido nada, así que ellos y sus dos nietas también comen lo que tienen almacenado.
El dinero que tenían destinado para invertir en productos lo están utilizando para comprar comida, pero saben que eso no durará mucho. A lo mejor una semana más, después, esperan emplearse en el corte del mango, si es que el coronavirus no frena la compra de la fruta por parte de compañías.
Foto: Roselia Chaca
“Ahora, estamos esperando que vengan a comprar los mangos que se produce en la localidad, porque si las empresas lo compran, nosotros tendremos un dinero por emplearnos como peones, pero si el coronavirus también detiene eso, pues ya nos amolamos”, analiza Carmen mientras sirve un plato de sopa a una de sus nietas.
Para esta familia, la peor fecha que pudo elegir la pandemia para frenar la economía fue Semana Santa, pues es la temporada que esperan en todo el año para lograr una pequeña ganancia que ayuda a mantenerlos por varios meses más, hasta que llega el verano y luego, la temporada de fin de año.
De los 3 mil habitantes de esta comunidad zapoteca, 55% se encuentra en condición de pobreza moderada como extrema, según el Consejo Nacional de Evaluación de la política de Desarrollo Social (Coneval). Y la mayor parte de su población depende directamente del turismo que atrae el balneario, además de la agricultura.