En medio de la guerra civil que sacudió a El Salvador en 1980, José Ramírez López abandonó todo a sus 19 años, incluyendo su máquina de coser en Santa Ana, ciudad que fue escenario de choques entre las Fuerzas Armadas y los insurgentes del Frente Farabundo Martí.
Gracias a Dios encontré en Juchitán a una persona que me respaldó como pareja y ahora tenemos una familia
“Gracias a Dios encontré en Juchitán a una persona que me respaldó como pareja y ahora tenemos una familia”, señala.
Ese es su llamado para quienes vienen en la caravana: “Que actúen de buena fe”.
Manuel llegó a Juchitán en abril, aunque al país entró como indocumentado hace seis años, cruzando el río Suchiate en una balsa, llegó a Tapachula y luego, en su ruta hacia Arriaga, Chiapas, fue plagiado. Por no llevar dinero, le dieron dos balazos en el abdomen, lo tiraron en la maleza. “Me dieron por muerto”, recuerda.
Cuéllar confiesa dejó su país porque en El Salvador ser joven representa un peligro: “Por un lado, las pandillas nos acosan para unirnos a ellas y por otro lado, la policía te acosa porque cree que eres miembro de una pandilla”, explica.
Fue por esa razón que dejó su patria y abandonó sus estudios, pese a que le faltaban dos años para concluir su especialidad como ingeniero en mecatrónica.
En Juchitán, dice, se siente cómodo, pero desea conocer otras culturas y algún día retomar sus estudios para asentarse en algún lugar del país, tal vez casarse y formar una familia. “Tal vez, uno no sabe, la vida da muchas vueltas”, señala mientras prende el motor del mototaxi para seguir en su ruta.