Migrantes “no van por sueño americano, huyen de pesadilla”

Apoyo y rechazo en el Istmo ante éxodo migrante

Antes de entrar a Oaxaca, los más de 7 mil migrantes se toparon con 200 elementos de la Gendarmería, la Policía Federal y del INM, quienes se mostraron hostiles, pero después les abrieron paso. Foto: Roselia Chaca / EL UNIVERSAL
Municipios 04/11/2018 10:53 Roselia Chaca Juchitán de Zaragoza, Oax.- Actualizada 09:23

Sean Hawkey es contundente al decir que los migrantes  que llegan en la caravana que salió de Honduras “no van por el sueño americano, huyen de la pesadilla hondureña”.

Este religioso de la organización Alianza Acción Conjunta de  las Iglesias (ACT) analiza desde la antesala de una clínica de Juchitán este peculiar y extraordinario movimiento migrante en caravana, que avanza desde hace 10 días, cuando rompió las fronteras.

El estadounidense no se dice dirigente de la organización que realiza un acompañamiento a los migrantes en esta primera caravana, pero está pendiente de que algunas mujeres embarazadas, como Olga Suyapa, reciban atención adecuada en su parto o que las religiosas que atienden a los heridos reciban apoyos necesarios para curar los pies de los migrantes.

Para Sean esta caravana no es algo  inusual, sino algo cotidiano, porque todos los días entran al país cientos de migrantes, sólo que ahora se juntaron por muchas razones como no pagar a los coyotes del crimen organizado quienes les cobran miles de dólares y al final les roban, secuestran y violan a las mujeres, además de que terminan vendiendo a las jóvenes para la prostitución,  también andan juntos por seguridad, “ya que México es un cementerio de migrantes”.

“Huyen por la violencia que los ha rebasado y la extrema pobreza, muchos otros huyen por la represión del gobierno. En Honduras han matado a 125 periodistas desde el golpe de estado”, dice el activista, quien se hizo cargo de los gastos  de Olga cuando dio a luz a Guadalupe, la primera niña de la caravana que nació en Juchitán.

 Solidaridad y rechazo

Antes de entrar a territorio oaxaqueño, el 27 de octubre, los más de 7 mil migrantes procedentes de Arriaga, Chiapas, se toparon con 200 elementos de la Gendarmería, la Policía Federal y del Instituto Nacional de Migración (INM), quienes se mostraron hostiles, pero después les abrieron paso.

Desde entonces, en los cinco días que ha durado su paso por Oaxaca la caravana se ha topado lo mismo con muestras de solidaridad que con actos de rechazo.

 En su  primera parada, en San Pedro Tapanatepec, 63 personas decidieron retornar a Honduras.  Aquí, diversos grupos de la zona norte del Istmo llegaron con alimentos para apoyar a los migrantes. Durante la travesía por Santo Domingo Zanatepec ciudadanos ofrecieron fruta, agua e incluso leche, mientras que el ayuntamiento dispuso de  vehículos.

En contraste, en la segunda parada, Santiago Niltepec, los comercios no abrieron sus puertas, pero   se hizo presente el DIF estatal y la Cruz Roja.

Más de mil migrantes se instalaron en el palacio municipal, aún colapsado por los sismos  de 2017.

En esta población  la situación fue tan delicada para los 800 niños de la caravana, pues no había un módulo de atención médica las 24 horas y por la noche se presentaban cuadros graves broncorespiratorios en los menores.

Ya en Juchitán, la tercera parada, las autoridades municipales acondicionaron una central camionera y les otorgaron comida. También, la  sociedad civil, organizaciones defensoras y  religiosas atendieron la emergencia humanitaria.

En Juchitán se contabilizaron 5 mil migrantes y se rectificó el cuarto punto de descanso: Matías Romero, para continuar por Veracruz. La decisión se dio  luego que  transportistas de la capital  les negaron el préstamo o renta de sus vehículos para facilitar la travesía.

Después de avanzar durante ocho horas, los migrantes fueron recibidos por la autoridad municipal de Matías Romero  en  un campo deportivo enmontado y sin condiciones para albergar a 5 mil personas, incluidos 800 niños.

Las lluvias se hicieron presente y ante la falta de previsión, los migrantes se vieron obligados a dispersarse. Luego, por la madrugada  avanzaron hacia la comunidad de Donají, donde tampoco encontraron condiciones para permanecer, por lo que decidieron partir hacia territorio veracruzano.

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