Migrantes: levantan con su trabajo las partes de un país ajeno

Más de 300 centroamericanos se solidarizan y ponen la fuerza de sus manos

Foto: Edwin Hernández. EL UNIVERSAL
Municipios 17/10/2017 15:16 Roselia Chaca Juchitán de Zaragoza, Oaxaca Actualizada 15:16

Un casco y un cubre boca es lo único que protege a Wilmer Sánchez Lagos del polvo que se expande entre   los escombros de una casa colapsada en el centro de Ciudad Ixtepec.

Aunque el riesgo de sufrir un accidente es grande, el hombre se desplaza con agilidad mientras remueve las tejas  de lo que hace unos días fue un techo. Como él, otros 11 jóvenes constituyen una cuadrilla de migrantes que llegaron para ayudar.

A simple vista, Wilmer parece un albañil de la comunidad zapoteca que fue contratado para realizar los trabajos de limpieza en una vivienda afectada por el sismo que aún no termina de transformar al Istmo oaxaqueño. Pero no, no es un albañil y mucho menos recibirá un sueldo por su trabajo;  ni si quiera  comparte nacionalidad con los dueños del montón de escombros que ahora es esta vivienda.

Wilmer es un migrante originario de Francisco Morazán, Honduras, que forma parte del grupo de 300 integrantes del “Viacrucis Guadalupano” que se solidarizaron con los  afectados de Ciudad  Ixtepec. Por sus horas entre el polvo  sólo recibe agua y un plato de comida, si así lo ofrece quien recibe la ayuda.

Hace menos de 15 días este hombre de 32 años vivía con su familia. Fue la decisión de mejorar la vida de sus dos hijos lo que lo animó a   partir rumbo a Los Ángeles, California, en EU. Pero entonces, un país doblado se le atravesó en el camino.  En Chiapas se enteró que se estaba armando una caravana de voluntarios para brindar apoyo a los damnificados de Oaxaca y la Ciudad de México; no lo pensó más y se unió en la ciudad de Tapachula.

Hermandad. Esta es  la tercera vez que Wilmer pisa tierras zapotecas. En las dos pasadas no tuvo suerte para llegar a su destino y fue deportado. Aún sí lo volvió a intentar. De alguna forma, dice,  ser voluntario en la caravana lo protege. No sólo es una oportunidad de ayudar y  solidarizarse; también los ayuda para avanzar protegido en el camino.

“Es difícil avanzar en México, es muy difícil llegar a la frontera, aun así lo hacemos, ahora, primero ayudaremos a los hermanos afectados, luego seguimos porque sabemos lo que es perder un hogar, una casa, perder familia, sabemos lo difícil que es hacerse de un patrimonio. Aquí estamos solidarios con el pueblo”, expresa mientras descansa y come algo  que le ofreció el dueño de la casa que limpia.

A unos cuantos metros de la zona de trabajo, en la entrada del palacio municipal, están los coordinadores de la caravana de migrantes, encabezados por Irineo Mujica, uno de los directores de la organización Pueblos Sin Fronteras. Ellos reciben las peticiones de apoyo de los vecinos de Ixtepec que requieren de los servicios gratuitos de los migrantes.

Frente a ellos, en el parque Hidalgo está instalado el campamento  migrante, donde también reciben víveres para  preparar su comida. Este grupo de centroamericanos estarán una semana en Ixtepec, son asignados en cuadrillas de seis a 20 personas para atender escuelas, casas o negocios; ya sea derribando lo que fueron casas o limpiando lo que quedó de ellas.

“Este servicio solidario del pueblo migrante es una forma de pagar a esta tierra todo el abrigo que ha brindado por muchos años a los centroamericanos que han descansado sus pies en esta ciudad de Ixtepec. Es una muestra de amor, de decirles que estamos con ellos, que sabemos lo que se siente. Después seguimos nuestro camino hacia la Ciudad de México donde ya nos esperan”, explica Irineo Mujica.

En dos días han atendido a más de 50 familias que se han acercado al grupo para solicitar la fuerza de sus manos. Es por esa razón que desde su llegada  trabajan 10 horas al día, de nueve de la mañana hasta las siete de la noche. Son 10 horas de labor para levantar un país que no es el propio.  Cuando el trabajo está terminado, Wilmer y los otros regresan a descansar al campamento. Ahí duermen en el suelo, el mismo  que se ha sacudido miles de veces y que no da señas de parar.

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