Era diciembre de 2017 cuando alguien tocó la puerta de la vivienda de Marcos. El hombre salió y encontró a una niña de 15 años que, entre sollozos, le dijo que sus padres la habían enviado para casarse con su hijo, Jonathan, de 16 años. Marcos le cerró la puerta en la cara. Después de horas la dejó pasar, porque la niña no paraba de llorar.

Días atrás, la familia de la muchacha la había visto bailando con Jonathan. Asumieron que eran novios y que tenían que hacer un compromiso. Jonathan y Marcos se negaron. El adolescente aceptó que bailó con ella, incluso que le gustaba, pero se negó a casarse.

La familia de Jonathan, principalmente su abuelo, Alfonso —mediador en bodas—, insistió en que debía ir a ver a los familiares de la niña para hacer el acuerdo y pagar por ella.

Marcos recuerda que fueron días de largas discusiones, pero al final accedió. Le decían que si no aceptaba, la familia de la muchacha los podía embrujar.

Primero, llevó una propuesta: les ofreció 20 mil pesos, pero sin acuerdo. Que se quedaran con el dinero y con su hija.

La familia se negó y pidió 100 mil pesos. Alfonso lo empujó para que aceptara y Marcos pagó la cifra. La muchacha estuvo con ellos sólo 15 días. En ese tiempo, Jonathan casi no ponía un pie en la casa para evitar verla, mientras que la chica se levantaba a las 5:00 horas para comenzar con el aseo.

Marcos decidió regresar a la adolescente, pero su familia ya se había gastado el dinero y se comprometió a devolverle la mitad de la dote, pero eso no ocurrió.

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El matrimonio infantil representa una grave violación a los derechos humanos, pues afecta el desarrollo integral de la niñez.