La Biblioteca Nacional: 1867-2017

Juan Ramón de la Fuente

Con mi solidaridad para Héctor de Mauleón

Hace 150 años, apenas unos meses después del regreso del presidente Juárez a la capital tras la caída del imperio, se fundaron, casi al mismo tiempo, la Biblioteca Nacional y la Escuela Nacional Preparatoria. La República había sido restaurada.

Pienso que todos los mexicanos deberíamos estar en deuda con el legado educativo de ese hombre que, como bien afirmara Andrés Henestrosa, “siempre luchó por ser grande, no por parecerlo”. Reformador y visionario, poseedor de un verdadero fervor republicano y de un profundo sentimiento de nacionalidad, Juárez tenía la plena convicción de que sólo las instituciones otorgan solidez y coherencia a un país, más allá del paso efímero de las personas.

Entre los numerosos aciertos inspirados por el impulso republicano se encuentran esas dos grandes instituciones, cuyas bases fueron establecidas en la Ley Orgánica de Instrucción Pública. Juárez se propuso “difundir la ilustración en el pueblo”, ya que consideraba a la educación como “el medio más eficaz y seguro para establecer de una manera sólida la libertad y el respeto a las leyes”.

Con tal convicción, no resulta sorprendente que Juárez haya decidido establecer un acervo bibliográfico para la nación, pues además había vivido en carne propia los beneficios que traen los libros. La cultura literaria de Juárez, como nos lo revelan sus biógrafos, estuvo influenciada por Antonio Salanueva, un encuadernador y empastador de libros, quien lo alojó en su casa y lo envió a la escuela para que aprendiera a leer y escribir. Más tarde, el joven Juárez entró en contacto con autores como Rousseau, Voltaire y Constant, que sacudieron su conciencia y le revelaron la posibilidad de nuevas realidades. De ahí proviene su apego por los libros y su convicción de que la fortaleza de un país depende en gran medida del conocimiento que éste tenga sobre sí mismo.

El libro es un instrumento asombroso. Constituye una extensión de la memoria y de la imaginación. Con gran simplicidad tecnológica, el libro realiza multitud de tareas: distribuye información, ilumina conciencias, libera talentos, enaltece valores, etc. Además de vehículo de placer, el libro es objeto digno de admiración y cuidados, ya que en él se contiene la esencia trascendente de nuestra cultura.

A pesar de las formidables opciones que hoy ofrecen los sofisticados sistemas informativos, la biblioteca pública sigue siendo la más generosa de las puertas sociales hacia el conocimiento. La lectura, por su parte, se mantiene como requisito básico en el aprendizaje de los individuos, así como para el progreso cultural de los ciudadanos que conforman una nación democrática. Si, como dijera Cicerón, “un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma” entonces un país sin bibliotecas es una nación sin memoria.

Para los egipcios las bibliotecas eran tesoros que curaban la ignorancia, a la que consideraban, por cierto, “la más peligrosa de las enfermedades y origen de todas las demás”. ¡Que buen diagnóstico! Pero fue hasta el año 323 antes de nuestra era, cuando Ptolomeo I fundaría la más famosa y completa de las bibliotecas de su tiempo, que fue modelo e ideal de todos los receptorios bibliográficos del mundo: la Biblioteca de Alejandría. Llegó a tener un acervo de 700 mil volúmenes y fue la depositaria de las copias de todos los libros del mundo antiguo.

En su época de mayor esplendor, en la Biblioteca de Alejandría llegaron a reunirse más de cien sabios, entre filólogos, filósofos y científicos. Ahí pasaban horas estudiando y discutiendo. Arquímedes, Euclides, Galeno. Fue el espacio adecuado para desarrollar los fundamentos de las matemáticas, la astronomía, la cartografía, la medicina, la geometría, la física. Allí también se realizó la primera traducción de la historia, cuando 72 rabinos viajaron desde Jerusalén para trasladar del hebreo al griego los primeros cinco libros del Antiguo Testamento.

En nuestro hemisferio, la Nueva España inició una de las tradiciones culturales más ricas y antiguas en materia de bibliotecas. Aquí se fundó la primera biblioteca del continente, la de Catedral, en 1534, y por obra de los frailes se conformó el acervo más grande y rico de la América española.

A partir de la consumación de la Independencia, además de los acervos de iglesias y seminarios, durante el siglo XIX se crearon algunas bibliotecas de eruditos solemnes que más bien parecían museos y estaban restringidas a un público selecto. Pero al restablecerse la República, la utopía liberal concibió a la biblioteca como un instrumento de la educación y la cultura para todos. Era un proyecto distinto.

La fundación de la Biblioteca Nacional representó un símbolo de la modernidad y del progreso. El presidente Juárez le destinó como sede al antiguo Templo de San Agustín, recinto que abrió sus puertas en 1884 con aproximadamente 91 mil volúmenes. Aún recuerdo, atónito, cuando a principios de su gobierno, el presidente Fox anunciaba pomposamente que… ¡se crearía la Biblioteca Nacional! Ese proyecto acabó siendo la Biblioteca Vasconcelos, en merecido reconocimiento a quien encabezó, luego del triunfo del movimiento revolucionario, una verdadera cruzada por la educación y la cultura. En esos años se abrieron más de dos mil 500 bibliotecas públicas en todo el país, y se distribuyeron miles de ejemplares de autores clásicos, con el fin de convertir al libro en un objeto al alcance de todos los ciudadanos y de que las bibliotecas fueran consideradas nuevamente como elemento fundamental del proceso educativo del pueblo, como instituciones vivas y dinámicas. Una nación que prescinde de su esencia histórica y de sus libros, es campo fértil para el despotismo y la barbarie, sostenía con sobrada razón Vasconcelos.

En 1914 la Biblioteca Nacional de México pasó a formar parte de la Universidad Nacional, y al lograr ésta su autonomía en 1929, se integró totalmente a la UNAM. Desde entonces, resguarda con esmero la memoria bibliográfica de la nación y constituye el máximo repositorio bibliográfico del país, con un acervo de cerca de un millón y medio de documentos, entre volúmenes de libros y títulos de revistas. Desde sus instalaciones en la zona cultural de Ciudad Universitaria, a través de la avanzada tecnología digital y bajo la tutela del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, la UNAM estudia y difunde la memoria bibliográfica y documental del país.

Yo soy de los que piensa que, quien ama los libros tiene que amar la vida, pues la letra impresa siempre termina por inclinar la balanza del espíritu hacia la luz y la generosidad. Por ello, la ciencia, el arte y las humanidades mantienen en los libros y en las bibliotecas el espacio ideal para encontrarse con los lectores, personas ávidas de conocimiento y cultura.

Recordar la fundación de la Biblioteca Nacional, más allá del triunfo de la república, es una invitación a celebrar y recorrer el sendero de la libertad que nos abren los libros y a contribuir desde ahí a la formación de una nación libre y justa donde todos, sin distingos de ninguna índole, tengamos un lugar digno para vivir y la posibilidad de alcanzar el desarrollo pleno de nuestras potencialidades, en armonía con los otros y con nuestro entorno.

Posdata. Hablar con la verdad. En estos tiempos de tapaderas, resulta reconfortante escuchar una voz pública que hable con la verdad, que reconozca los problemas y convoque, con autoridad, a enmendarlos colectivamente. Fue la del Rector Enrique Graue, al darle la bienvenida a los 83 mil estudiantes que ingresaron a la UNAM este año. Por mi raza hablará el espíritu.

Ex Rector de la UNAM

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