Los dos hijos de Xóchitl piden que la despierten
La joven veía la pobreza todos los días antes de partir a su trabajo, al local en Coatzacoalcos del que intentó salir cuando inició el fuego, pero no pudo
El féretro donado por Crematorum Funeraria, imitación de madera, atraviesa el pequeño cuarto verde donde apenas caben cuatro floreros y un par de sillas. En el fondo cuelga la última fotografía que se tomó Xóchitl y que su tío Carlos Ángel eligió para su funeral.
En la imagen resalta su cabello chino al aire, una leve sonrisa y su playera roja, así prefiere recordarla Carlos: hermosa, alegre, buena hija y amorosa madre de dos niños de tres y cinco años que piden que la despierten.
La casa de Xóchitl Nayeli Irineo Gómez, bailarina de 24 años que murió en el ataque de un grupo armado a El Caballo Blanco, está casi escondida en la privada de la calle Roca Fosforita, en la colonia Ampliación Fertimex, una de las tantas que forman parte del cinturón de miseria de Coatzacoalcos.
Adonde se voltee, las casas que rodean la de Xóchitl son de techos de lámina y las calles están enlodadas por las lluvias. Esta pobreza veía la joven todos los días antes de partir a su trabajo, al local del que intentó salir cuando inició el fuego, pero no pudo.
Antes de trabajar como bailarina en El Caballo Blanco, la joven se había empleado lavando ropa ajena y también vendió antojitos, pero no era suficiente para sostener a sus padres y sus hijos, pues era madre soltera.
Esta necesidad la orilló a trabajar como bailarina desde hace cuatro años. No tenía un lugar fijo, junto con otras chicas era rolada en varios espacios del puerto. Tampoco ganaba mucho, a casa llegaba con unos 600 pesos tras una jornada de 7:00 de la noche a muy entrada la madrugada.
“No ganaba mucho, en este trabajo no se gana mucho, la gente cree que por bailar se gana la millonada. Ella apenas sacaba para sus hijos, para comprarse sus cositas; si fuera buena la paga no viviría en la pobreza. Sólo queremos decir que ella era inocente, no tenía nada que ver. Ella salió a ganar la comida de sus hijos y nos la entregaron muerta. Todas las chicas que murieron, sus compañeras, eran pobres como Xóchitl”, dice su tío mientras sostiene su fotografía.
En las últimas semanas la joven intentó retomar sus estudios truncados. Junto con su tío buscaba la mejor alternativa para estudiar Derecho en alguna universidad del puerto: aspiraba a salir del círculo de pobreza.
El amigo.
En el otro extremo de la ciudad, en la colonia Peloteros, también de extrema pobreza, otro féretro ocupa una sala de tres por tres metros cuadrados en cuyo interior descansa el cuerpo de Erick Hernández Enríquez, El Bengala, como lo conocían sus amigos en el mundo de la música y que trabajaba como DJ en el bar que recibió la violencia hecha fuego.
Nueve días antes de su muerte, Erick cumplió 29 años y su esposa Vanesa Galindo le hizo una fiesta sorpresa que él presumió en sus redes. Era tan generoso que varias personas a las que ayudó en vida amenizando sus eventos, hicieron una rifa para juntar dinero que donarán a la viuda y a sus tres hijos.
“Amaba a su familia. Nunca pensé que fuera su último cumpleaños. La justicia no va a venir a ayudar a crecer a mis hijos. Sólo pido que pare esto. No era con él, era con el lugar, desafortunadamente él estaba allí”, dice Vanesa en medio del llanto antes de trasladar a su DJ al panteón municipal