Opinión

De tribunales y verdades

Marcela Gómez Zalce

Las amenazas consideradas desafíos no han sido superadas y pueden alcanzar una magnitud que comprometa no sólo el proyecto presidencial sino a la región

Carl von Clausewitz ha descrito a la guerra como un verdadero camaleón que cambia permanentemente y adapta su apariencia a las variables condiciones sociopolíticas en las que se desarrolla. Esta metáfora utilizada por el militar y teórico prusiano distingue tres elementos constitutivos de la misma; la violencia intrínseca de sus componentes, la creatividad de los estrategas y la racionalidad de quienes toman las decisiones políticas, es decir, la naturaleza subordinada de una herramienta política que hace de la guerra un instrumento de gobierno. El factor que ocasiona los cambios más profundos y trascendentales es la triple interdependencia entre la violencia elemental, la creatividad estratégica y la racionalidad política.

Ahora bien, un enfrentamiento asimétrico hace referencia a la lucha que tiene lugar entre fuerzas disimilares que utilizan ciertos factores o métodos para alterar el escenario de la confrontación y así obtener una ventaja. En lo que parece ser un diabólico paralelismo con lo arriba mencionado es como el presidente López Obrador desde su micrófono mañanero, convertido ahora en tribunal de su verdad, ha emprendido una cruzada contra periodistas, medios de comunicación, analistas e intelectuales que raya ya en una peligrosa manía antidemocrática.

Tal parece que la guerra del palacio tomará cada vez más en consideración el factor tiempo. El uso del mismo en la construcción oficial de falsas narrativas (fake news) como arma estratégica rumbo a la elección del 2024. Arropado por el poder de la investidura presidencial y del Estado mexicano para enfrentar las críticas a su gobierno que en tres años ha fracasado estrepitosamente en materia de seguridad, económica y sanitaria, el Ejecutivo decidió cruzar el Rubicón ante el revés electoral que descarriló sus planes sucesorios.

Indignado y humillado por varias urnas electorales que exhibieron el desencanto de su proyecto y con poco control emocional que le impide admitir estar rodeado de perfiles ineficientes, corruptos y con nula experiencia en el servicio público, la cuatroté enfila al país a una inevitable escalada de conflictos latentes.

Sin embargo, hay una cuestión que parece pasar desapercibida en su entorno; la decisión de confrontarse no podrá seguir un modelo (mental) de desarrollo unidireccional ya que estará sujeto a la interacción de factores mucho más complejos y fuera de su control. La aceleración en el caos institucional, la incontrolable expansión del crimen organizado y el (des)gobierno en amplias regiones de México está teniendo un costo que amenaza la paz social y golpea la imagen del país.

La ofensiva del presidente contra la crítica es en esencia una cuestión de voluntad y la derrota psicológica le ha inflingido mucho más daño —como lo muestra su inobjetable radicalización— alimentando su rencor, y en esta coyuntura aparece el viejo axioma tropicalizado en tonos morenos; la guerra de la cuatroté se alimenta de la guerra entre la cuatroté.

Se ha reiterado en este espacio la urgencia de que López Obrador se serene, baje el tono bélico de su propaganda distractora y sus pleitos pendencieros porque el conjunto de amenazas que se ciernen contra el Estado pueden provenir de acciones no militares. Debe saber que los países son reconocidos como autónomos para determinar las amenazas de acuerdo a las particulares realidades que viven. Sin embargo, a tres años de gobierno, las amenazas consideradas como desafíos no han logrado ser superadas y pueden alcanzar una magnitud que puede comprometer no sólo el proyecto presidencial —ya golpeado en su línea de flotación— sino a la región.

POR LA MIRILLA

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@GomezZalce

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