¡Feliz Navidad!
“¿A poco piensa usted que Dios no puede hacer que una virgen engendre a un hijo? ¡Y cual hijo! El último y el más grande de los profetas, hasta que llegó Mahoma”
Ciertamente, me repito y cada año les vengo a desear algo que parece políticamente incorrecto a más de uno, por atentar contra la laicidad, por dejar de lado a los que no son cristianos, por ser una aberración. Lo sé, oigo a Jean-Baptiste Arouet, conocido como Voltaire, cuando se ríe de las dos genealogías contradictorias de Jesús y pregunta por qué se publica un árbol genealógico de José que no fue padre de Jesús.
Más adelante, me mata de risa: “¿Sois del parecer de San Ambrosio que dice que el ángel hizo a María un hijo por la oreja, Maria per aurem impraegnata est; o de la opinión del R.P. Sánchez que afirma que la Virgen vertió esperma en su cópula con el Espíritu Santo? El sabio Sánchez cree que es absolutamente necesario este encuentro de los dos espermas para la generación. Se ve que el buen Padre está más fuerte en teología y que el oficio de engendrar muchachos lo desconocen los jesuitas”. ¡Ja, ja, ja!
En otro texto, algo antisemita, el buen filósofo concluye: “Es más admisible que el soldado José Panther, corpulento y de agraciadas facciones, le hiciese un hijo a Miriam, que creer que descendiera de las alturas un ángel para saludar, de parte de Dios, a la mujer de un carpintero, como se cuenta de Júpiter, quien envió a Mercurio a rendir sus homenajes a Alcmena”.
Elemental, mi querido Voltaire, pero el taxista musulmán pakistaní se hubiera burlado de su discurso. Me vio, antes de subir a su carro, bendecir a nuestro hijo que se quedaba en Nueva York; tuve apenas el tiempo de sentarme, cuando me preguntó a quemarropa, viéndome por el retrovisor: “Amigo cristiano, digo cristiano, porque lo vi hacer la señal de la cruz, es su hijo ¿verdad? ¿Cree usted en la virginidad de Miriam, la madre de Jesús?”. Como tardaba en contestar, me reclamó: “¡Claro que sí! ¿A poco piensa usted que Dios no puede hacer que una virgen engendre a un hijo? ¡Y cual hijo! El último y el más grande de los profetas, hasta que llegó Mahoma”.
Fuerte de la arenga de mi taxista teólogo, me atrevo a desearles una feliz Navidad. Además, allende de todos los credos y de todas las ideologías, esa fiesta popular, con raíces precristianas, universales, exalta el espíritu de infancia, la sencillez, para no decir la pobreza, celebra el inicio de la vida con tantas promesas y posibilidades.
Un infante, en un pesebre, en una cueva de Belén, entre dos grandes animales, cuyos antepasados habían sido amansados por nuestros antecesores tres o cuatro mil años antes… me pierdo en la noche de los tiempos, de la tierra, de nuestra galaxia, del cosmos… y me encuentro, de verdad, en una gruta, no en Belén, tampoco en la noche de Navidad, sino en Nazaret, en el verano de 1961, asistiendo a la misa que celebra el P. Paul Gauthier, en presencia de algunos de sus feligreses árabes; digo “árabes”, porque faltaban unos años para que se hablara de “palestinos”. Perdón, me alejo de mi tema, nomás me falta decir que poco después el sacerdote fue expulsado de Israel como extranjero pernicioso, y no puedo dejar de pensar en los palestinos, tanto cristianos como musulmanes, en Belén. ¡Ojalá! y puedan celebrar la fiesta de Navidad sin toque de queda, redadas y explosiones…
Un amigo libanés me dio a leer un poema del irlandés William Yeats, que le contesta a un Voltaire que, posiblemente, no ha leído: La madre de Dios.
Amor tres veces terrible; llamarada caída. / Por el hueco de su oído. / Alas que resuenan por la estancia; / De todos los terrores el mayor: que yo lleve / Los Cielos en mi vientre.
¿Por qué no había encontrado contento entre / Los asuntos / Que toda mujer conoce, / Rincón al fuego, senda en el jardín, / O cisterna de roca donde lavamos la ropa / Y nos reunimos a charlar?
¿Qué es esta carne que compré con mis penas, / La estrella caída que mi leche sustenta, / Este amor que detiene el latir de mi sangre / O con súbito escalofrío golpea mis huesos / Y hace erizarse mis cabellos?