Opinión

¿Una iglesia nuclear?

Jean Meyer

El pobre Papa Francisco, sin mencionar al agresor, denuncia en términos bastante duros “la agresión” que provoca el “martirio de Ucrania”; “ha pasado más de un mes desde el inicio de la invasión de Ucrania, desde el comienzo de esta guerra cruel y sin sentido, que como toda guerra representa un fracaso para todos”. Digo “pobre” porque está atrapado en su intenso deseo de una reunión de las Iglesias ortodoxas con la católica romana, deseo que cuide mucho su discurso cuando se trata de Ucrania.

Eso le cae como anillo al dedo al Patriarca nuclear, Kirill Primero de Todas las Rusias. Gracias a los silencios calculados del Papa, él puede presumir, frente a sus obispos y frente a Putin, de la utilidad de sus “contactos personales” con los otros jefes religiosos cristianos, como el Papa y el arzobispo de Canterbury con quiénes habló por videoconferencia. Tiene derecho a afirmar que “nuestros interlocutores no se alejaron de nosotros, no se han vuelto enemigos nuestros, lo que significa que el contexto político, gracias a Dios, no destruye los lazos que hemos creado con nuestros hermanos”.

¿Qué dirían el Papa y el arzobispo anglicano si el ejército ruso llegase a emplear armas químicas y/o nucleares en su frenesí de destrucción de las ciudades ucranianas? ¿Seguirían condenando en términos irénicos y ecuménicos la guerra en general, como “un fracaso de todos”? A ver ¿en qué fracasaron los ucranianos?

Cuando el portavoz del Kremlin evoca la doctrina nuclear rusa y el uso eventual, no descartado en absoluto, de armas capaces de provocar una “destrucción histórica jamás vista” (palabras de Putin), pienso en el libro de Dmitry Adamsky, Russian Nuclear Orthodoxy. Religion, Politics, and Strategy (Stanford, 2019). Confirma lo que vi armarse a lo largo de los últimos veinte años, a saber, el surgimiento de un “sacerdocio nuclear”. Ya mencioné como el Patriarca designó a San Serafim de Sarov como santo patrón del Escudo Nuclear, pero eso va mucho más allá del símbolo. Desde las capillas desarmables hasta la consagración de las armas nucleares, “la Iglesia Ortodoxa de Rusia ha sido integrada en cada faceta de las fuerzas armadas, hasta volverse un elemento vital de la seguridad, política e identidad nacional rusa. Esa trenzadera extraordinaria entre Iglesia y Ejército resulta especialmente visible en la comunidad de las armas nucleares, en la cual el sacerdocio ha penetrado a todos los niveles de mando y la Iglesia se ha posicionado como guardián del potencial nuclear del Estado”. El libro explora también las consecuencias de este encuentro entre religión y estrategia para los otros miembros del club nuclear.

Creo recordar que alguna vez, hace siglos, la Iglesia católica, apostólica, romana condenó el uso de la ballesta por ser un arma demasiado devastadora. No tuvo efecto la condena, ciertamente, pero los teólogos tenían la razón y la ética de su lado. ¿Qué diría el Patriarca, qué dirían sus obispos y sacerdotes integrados a las fuerzas armadas rusas, si el comandante supremo, Vladimir Putin diera la orden de emplear el fuego nuclear? ¿Una última bendición con el Aleluya de Haendel o la prohibición de obedecer? Cuando, en agosto de 1991, la vieja guardia soviética intentó su putsch contra Mikhail Gorbachev y Boris Yeltsin, cuando la división blindada entró en Moscú con la consigna de aplastar la resistencia de Yeltsin en la Casa Blanca, el Patriarca Alexii II, después de una vacilación inicial, proclamó en la noche del 21, a la 1.30 a.m. que no se perdonaría a los responsables de la efusión de sangre: poco después la Unidad Alfa de paracaidistas y la división blindada se retiraron y el putsch se acabó en cuestión de horas.

¿Seguiría el Patriarca Kirill el ejemplo de Alexii? ¿Quién sabe? A él de la pluma, del teclado, le tiembla la mano cuando pone el punto interrogativo final. No alcanza a pensar lo impensable y espera que nunca llegue a materializarse el temible guion nuclear. Pero, ¡qué grande es la responsabilidad del “sacerdocio nuclear”!


Historiador en el CIDE

 

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