Ocurrió ahora durante una fiesta patronal. La noche del martes 24 de junio hombres armados arribaron a una colonia de Irapuato mientras una banda amenizaba: “Tubo, tubo, abajo, abajo, más abajo…”.
Los agresores abrieron fuego de manera indiscriminada contra los asistentes. Se creyó primero que se trataba de fuegos artificiales. Luego hubo una estampida. En medio de los gritos, de la histeria, del llanto, la gente intentó resguardarse en negocios y domicilios cercanos.
Las imágenes del ataque quedaron registradas en vivo a través de una cuenta de Facebook. Cuando la confusión terminó, 12 personas habían perdido la vida. Veinte más se encontraban heridas. Por lo menos uno de los músicos de la Banda San Cristóbal murió. Entre los heridos se encuentran la hija y la nieta de la líder de la banda.
De ese modo se consumó la masacre número 17 ocurrida en Guanajuato en lo que va del año.
Entre la gente congregada en la fiesta patronal, según reportes de inteligencia, había sido detectado un operador activo del Cártel Jalisco Nueva Generación conocido como El Maracas.
La masacre parece una continuación de la pugna sangrienta que sostienen en la región el Cártel de Santa Rosa de Lima y el Cártel Jalisco Nueva Generación y está conectada con un ataque realizado el pasado 17 de junio en la comunidad de Aldama, donde integrantes del Cártel de Santa Rosa fueron atacados por gente de Jalisco.
El martes, en Irapuato, algunas de las víctimas fueron alcanzadas en la calle. Otras, en el interior de domicilios. Algunas más perdieron la vida cuando se encontraban sentadas durante el convivio.
“En este caso fue un enfrentamiento”, aseguró la presidente Claudia Sheinbaum en la “mañanera”. Las imágenes muestran, sin embargo, niños, adolescentes, mujeres, personas de todas las edades, bailando al ritmo de la música.
La fiscalía encontró en el lugar más de 60 cartuchos percutidos. Vecinos protestaron porque las ambulancias “tardaron horas” en llegar.
La espiral de violencia no se detiene. Ha ido escalando en medio de la presencia de seis mil elementos de la Guardia Nacional. Esta corporación llega siempre luego de lo que hechos se han consumado.
La masacre de Irapuato parece estar conectada con una serie de acontecimientos sangrientos. El 13 de marzo, tres cuerpos decapitados fueron encontrados bajo un puente en la localidad de Aldama. Todos presentaban huellas de tortura. Uno de ellos estaba envuelto en plástico. Sus verdugos habían dejado clavado en uno de los cadáveres un mensaje escrito en una cartulina y dirigido a uno de los dos grupos en pugna.
Antes, el 19 de febrero, en el fraccionamiento Hacienda la Virgen de Irapuato, cuatro motociclistas irrumpieron en el velorio de un joven asesinado el día anterior a consecuencia de un ataque directo y abrieron fuego contra los asistentes.
Esa noche el 911 quedó saturado por alto número de llamadas de auxilio. Cuando las autoridades aparecieron, había trece personas heridas, cinco de ellas de gravedad, y dos más habían perdido la vida.
De nueva cuenta, fueron recogidos más de 60 casquillos procedentes de cuatro armas. La versión oficial: ajuste de cuentas del crimen organizado, una manera de referirse a la guerra a muerte que sostienen desde hace años Santa Rosa de Lima y el Cártel Jalisco Nueva Generación.
El 16 de marzo la confrontación entre estas organizaciones delictivas dejó ocho muertos y seis heridos en San José de Mendoza. Esa noche, un grupo de jóvenes que formaban parte de la Pastoral Juvenil de Irapuato, una asociación religiosa, y entre los que se encontraban tres menores de edad, convivían en una cancha deportiva, muy cerca de un depósito de cerveza. La historia se repitió: solo en la fachada de un templo cercano había más de 40 impactos de bala. “No sabemos qué querían ni por qué se desquitaron con ellos”, dijo una vecina del poblado.
“Ya vamos a informar”, dice una y otra vez la presidenta Sheinbaum. Mientras tanto, en el cobro de cuentas de ida y vuelta, en Guanajuato la sangre sigue corriendo en las banquetas.