El Instituto Nacional Electoral metió el acelerador esta semana al proceso de licitación de la nueva credencial para votar y muy probablemente en la próxima podría empezar la apertura de ofertas.
Por lo pronto, el pasado viernes 7 de noviembre se llevó a cabo la primera junta de aclaraciones de ese proceso licitatorio que continuó el pasado miércoles 12 de noviembre.
El nuevo modelo de credencial de elector fue aprobado por mayoría de votos del Consejo General del Instituto Nacional Electoral (INE) el jueves 7 de agosto pasado y la licitación se desarrolla con actas, videos y el control del propio órgano electoral, en un proceso abierto y auditable.
Por lo que hasta ahora alcanza a apreciarse no hay lugar para la recurrente queja de los “arreglos en lo oscurito” y en estos tiempos en que se sospecha de todo y de todos, es pertinente recordarle a quienes desde ya hablan de futuras trampas electorales, algo de la historia de la credencial para votar y de los nuevos mecanismos con que se pretende reforzar su seguridad.
Credencial de elector sin herramienta de seguridad alguna tuvimos desde 1946 con cambios más bien cosméticos realizados en 1977 y 1991.
En 1992, ya creado el Instituto Federal Electoral (IFE) con consejeros independientes, pero aún presidido por el secretario de Gobernación, se expidió la primera credencial electoral con fotografía, lo que abonó en la credibilidad de los comicios tras décadas de “carros completos” priistas.
En 1996 se reforzó la autonomía del IFE al desligar por completo la representación del gobierno, crear la figura de consejeros ciudadanos y quedar presidido por uno de ellos.
Con la evolución de la tecnología digital se hicieron cambios de seguridad a la credencial de elector con fotografía en 2001, 2008 y 2013. Al año siguiente, 2014, cuando el IFE se transformó en INE se añadieron más mecanismos de seguridad que después se reforzaron en 2016 y 2019.
Un nuevo modelo de credencial fue aprobado el pasado jueves 7 de agosto por el consejo general del INE. Incorpora innovaciones como el código QR de alta densidad, el micro texto y la fotografía digital en reverso, elementos que permiten verificar la identidad incluso sin conexión a internet. En un país con brechas de conectividad como el nuestro, esa capacidad offline no es solo un detalle técnico, es también inclusión y soberanía. Y es que la credencial para votar no es un plástico más: es el documento de identificación más usado de nuestro país y uno de los sistemas más seguros de América Latina.
La dirección Ejecutiva del Registro Federal de Electores (RFE) revisó con lupa cada uno de los parámetros técnicos para garantizar una credencial de altísima seguridad e infalsificable, acorde con herramientas de protección de datos, diseño ópticamente variable y verificación criptográfica. Cada elemento de seguridad responde a un propósito: blindar la identidad de las y los ciudadanos frente a cualquier intento de manipulación o falsificación.
Blindar la identidad no es burocracia: es política de Estado. La credencial que nos identifica también protege nuestra democracia. Y en un tiempo donde todo está bajo sospecha, el expediente público del INE es, paradójicamente, el mejor antídoto contra la desconfianza.

