Opinión

¿Tormenta perfecta en la relación bilateral?

Marcela Gómez Zalce

La escalada de violencia es tan invasiva que expertos estadounidenses han argumentado que México se encuentra a punto de convertirse en un Estado fallido

Es común escuchar en la actualidad sobre la crisis de los partidos políticos. Hay quienes sostienen incluso que los partidos tenderán a desaparecer como organismos de intermediación de intereses y serán sustituidos por otras fuerzas políticas. Sin embargo, si el cambio que se observa en el futuro fuera, digamos suave, en vez de drástico, es entonces menester observar el sinfín de señales y movimientos que están sucediendo al interior de las principales fuerzas políticas del país en un contexto de sucesión adelantada.

Es innegable que México requería de un cambio de fondo y de formas —el voto de castigo del 2018 fue un manotazo del hartazgo ciudadano—, empero el quid de la cuatroté ha radicado en el fracaso en la elaboración de una hoja de ruta política incluyente buscando los consensos y evitar en lo posible, conflictos que deriven en agravios irreversibles.

Ahora bien, del discurso de concordia se pasó al de la discordia. ¿Qué sucedió en el conjunto de capacidades cognitivas del presidente en tres años? Prometer gobernar para todos y respetar el disenso fueron, al parecer, palabrería. En meses recientes se ha elevado el tono de las descalificaciones, el pleito mañanero y la embestida contra todos aquellos adversarios, enemigos o ciudadanos. Esto se ha convertido en ejemplo a seguir entre el grupo moreno más radical que celebra la fractura interna sin sopesar el daño al ya de por sí endeble tejido institucional.

Frentes abiertos sobran en un contexto de altísima polarización y poco ánimo para el consenso, la coordinación y/o cooperación sobre temas que amenazan la estabilidad en México. La escalada de violencia en tiempos recientes se ha tornado tan invasiva que expertos y altos funcionarios estadounidenses han argumentado que en amplios territorios el país se encuentra a punto de convertirse en un Estado fallido. La recomendación de perseguir a los capos e ir por sus bienes no es una fórmula que entusiasme a López Obrador, sobre todo la primera. La política social de atacar de raíz el problema no está armonizada con la aplicación de la ley a secas y los abrazos son enormes obstáculos para combatir un flagelo que se mezcla con la diversificación de los negocios ilícitos.

La mezcla de la crisis migratoria y el aumento de la violencia están teniendo un impacto en las dinámicas estratégicas y operacionales de la misma. Los actos violentos se han vuelto cualitativamente diferentes y el desafío al Estado mexicano es cada vez más audaz y abierto.

El concepto de narco-terrorismo, término poco útil y carente de valor explicativo, es en la coyuntura bilateral, política y emocionalmente poderoso. Sobre todo en el marco de las tensiones y desencuentros entre México y Estados Unidos. La misiva de los senadores de Florida, Marco Rubio y Rick Scott se suma a la molestia sobre la postura del gobierno mexicano con los regímenes de Cuba y Venezuela.

Hoy la agenda de la seguridad nacional sigue siendo el epicentro de las reuniones de alto nivel —ya bastante frecuentes— en búsqueda de nuevos mecanismos de cooperación que sustituyan a los del mentado pasado neoliberal, uno de ellos la Iniciativa Mérida.

Sin embargo, el desorden característico en esta administración, la verticalidad en la toma de decisiones estratégicas, la disputa de poder interna por un lejano 2024 y la politización de asuntos relacionados con la impartición de justicia y en materia de seguridad trazan un panorama para una tormenta perfecta cuyo impacto en la relación bilateral es de pronóstico reservado.

@GomezZalce

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