“¿Quién va a olvidar al paisano que nos ayudó a levantarnos?”

Valentina platica sobre su infancia cercana a Toledo, y cómo el artista le ayudó a reconstruir su casa luego del 7-S

Foto: Alberto López
Sociedad 08/09/2019 08:45 Alberto López Juchitán de Zaragoza, Oaxaca Actualizada 08:46

Las huellas del maestro Francisco Toledo siguen imborrables en la populosa Séptima Sección de esta ciudad zapoteca, donde vivió su infancia haciendo dibujos al lado de su amigo Roberto. También, donde se dio con las manos abiertas cuando la tierra tembló tan fuerte, como si hubiera querido borrar la historia de una tierra inagotable.

En Juchitán el maestro Toledo conoció luego la técnica para la cocción de ladrillos y tejas en el horno de Ta Lipe Mati (Felipe Ramírez Martínez), luego se despidió de todos para irse a París, Francia.

Roberto Ramírez murió hace dos años, después del terremoto del 7 de septiembre de 2017, pero los recuerdos sobre ambos amigos, ya fallecidos, quedan en la memoria de Valentina Ramírez Martínez, quien agobiada por la tristeza lloró hasta liberarse del dolor, luego que en la mañana del viernes, su nieto José Antonio le dijo: “Abuela, hay malas noticias. Murió el maestro Toledo”.

—Éramos como hermanos, me llevaba como 12 años de edad, pero todos los días llegaba a casa de mi papá, Ta Lipe Mati, dibujaba con mi hermano Roberto  todas las figuras de animales que se imaginaban o que veían en el campo. Yo les preparaba el pozol de maíz blanco que tomaban con camarones secos;  ahí dormía, recuerda  Valentina, quien a sus 69 años vende mariscos horneados y crudos en una casa pintada de blanco, que se ubica en la esquina de 2 de Noviembre e Insurgentes. 

La última vez que  Valentina vio al maestro Toledo fue en 1960.

—Llegó de México para despedirse y nos dijo que se iba a ir a París. ‘¿Quieren ir conmigo?’, preguntó en zapoteco. Le contesté que nadie hablaba español. ‘Yo les diré las palabras’, replicó. Se fue solo y regresó unos cinco años después y desde entonces ya no lo vimos, recuerda  la mujer mientras se limpia las lágrimas que escurren entre sus dedos, ante la mirada triste de sus hijas y nietos.

 Hace unos 20 días, a principios de agosto, Na Valentina habló por un teléfono celular con el fallecido pintor juchiteco. 

—Le di las gracias porque nos ayudó  a levantar la casa que tiró el terremoto. No nos dio dinero, pero  pagó  el cemento y la varilla que se sirvieron para colar el techo, repellar la casa y comprar el piso. El dinero que entregó el gobierno federal pasado no alcanzó para terminar la vivienda de 60 metros cuadrados.

Blancas como lienzos. Después de 59 años de no verse y tampoco de comunicarse, el terremoto de ese  7 de septiembre  fue la oportunidad para que el artista de la pintura y la escultura, nombrado hijo predilecto de Juchitán, y Valentina volvieran a reunirse mediante la comunicación telefónica, a través de su asistente Jorge, conocido como El Chino.

—Unas semanas después de los temblores de septiembre llegó un señor que preguntó por mí. Me dijo que venía de parte del maestro Toledo, quien quería saber cómo salimos de los temblores y preguntó qué era lo que necesitábamos. Le dije que mi casa se cayó y quería que me ayudara. El señor apuntó, preguntó dónde vivían otras personas y se fue. Volvió otras semanas después y desde su teléfono hablé con Chico [Toledo], para agradecerle su apoyo.

Valentina se enteró después que los nombres de las otras personas de Juchitán, por las que había preguntado su asistente, correspondían a decenas de damnificados a quienes el maestro ayudó a construir sus viviendas derribadas por el terremoto. En la Séptima Sección, todas las casas pintadas de blanco fueron levantadas con el apoyo económico del maestro Toledo.

Esas casas forman parte de las imborrables huellas de Chico Toledo en la ciudad de Juchitán. —¿Quién y cómo va a olvidar al paisano que tomaba pozole blanco con camarones secos en su niñez y de grande de edad, y como artista, nos ayudó a terminar de levantar nuestras casas? Nadie, nadie olvidará al maestro Toledo, machaca Na Valentina, mientras oprime los dedos entre sus manos.

En julio pasado, las hijas de  Valentina fueron a la ciudad de Oaxaca a un curso, en una de esas tardes, confiesa su hija María Reyes, vieron caminar cerca del centro al artista plástico más importante de Oaxaca y del país. Con algo de pena se aproximaron, le dijeron al maestro Toledo que eran hijas de su amiga de infancia, de  las polvorientas calles de la Séptima Sección de Juchitán. Él, recuerdan, puso atención, sonrió y pidió que alguien les tomara una foto, luego les dio su número de teléfono personal.

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Foto: Cortesía

Valentina está devastada por la muerte de su amigo. En el patio donde vende pescados, camarones y jaibas, huele a leña, hay humo, pero lo que hace lagrimear es el sentimiento desprendido de la compañera de infancia del pintor más importante de la historia actual de México. 

Ahí,  a dos cuadras y media de las calles 2 de Noviembre e Insurgentes, sobre la avenida Zaragoza y al lado de un chicozapote que ya atrae a los loros verdes de pico amarillo, está la casa donde el maestro jugó, dibujó, conoció el color de las tejas y ladrillos cocidos en hornos de leña. Es una casa que cayó con el temblor y que el artista juchiteco rescató para una biblioteca o casa de cultura quizá.

 —Hace menos de un mes hablé con él, le dije que le llevaría comida del Istmo y además un poco de hierbas para darle masajes que espantan las malas vibras, ya no me esperó, se fue, dice   Na Valentina con la voz quebrada

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