La octogenaria sentía cómo el sismo, que "duró mucho", se intensificaba, lo que provocó que las lágrimas se le salieran, pues pensó que no iba a sobrevivir, toda vez que los recientes sismos no habían sido tan intensos.
La mujer indígena oaxaqueña cuidaba a nieto José Luis, quien dormía dentro de la vivienda pero que el sismo lo despertó y salió con su abuela para tomarla de la mano para llevársela del árbol a un lugar más seguro.
Afortunadamente, la casa donde viven no sufrió daños, más no así la casa de uno de sus hijos, la cual tuvo severas afectaciones y ya no podrá ser habitada.
Hortencia lamenta que muchas personas de su comunidad, que tenían casas de adobe y con techo de tejas, también sufrieron muchos daños y ahora esas personas no tendrán dónde vivir.
Graciela Marcelo, hija de Hortencia, también resiente la taquicardia que le provocó el movimiento de tierra pero pese al miedo, se dirige a la casa de sus hermanos para constatar los daños.
Al momento del sismo, la mujer de 50 años se encontraba en casa de unos vecinos pero asegura que el temblor fue tan fuerte que ni siquiera le permitió buscar un lugar seguro. En cuanto la percepción del sismo fue menor, Graciela acudió a casa de su madre para verificar el estado de su progenitora y de su hijo.
Los habitantes de este municipio durmieron a afuera de sus casas, pues el miedo fue más grande que el frío; la mayoría no pudo cerrar los ojos durante toda la noche.
ahc