José llega a su trabajo y se viste con el uniforme quirúrgico antes de entrar al área designada para la atención a los pacientes con el virus. Ahí permanece cuatro horas, posteriormente entra otro camillero para relevarlo; este periodo se debe a que el equipo y ropa que utiliza es muy pesado.
Al final de su jornada laboral se baña, se desinfecta en el hospital, y tira el material desechable que usa para su protección; la ropa y el equipo quirúrgico también se sanitiza.
Dice que, debido a que su pareja es enfermera en este hospital y como el proceso sería diferente a sus actividades cotidianas, decidieron enfrentarlo juntos.
“A ella le tocaba entrar esa semana y a mí aproximadamente un mes después, mejor decidimos entrar juntos, como es un proceso de salir de esa área como bañarse, quitarse la ropa, quisimos entrar juntos para hacer ese proceso”.
José es padre de dos hijos —de 14 años y otro de ocho—. Al igual que el resto de sus compañeros, tiene familia y teme contagiarlos: “Miedo, sobre todo, y preocupación por la familia, miedo a contagiarlos. El no protegernos bien o que alguien nos contagie y lleguemos a la casa y así lleguemos con nuestros familiares”, explica.
El trabajador de salud detalla a EL UNIVERSAL que el temor también se debe a que realiza sus funciones sin la protección adecuada o con los insumos necesarios.
“Fui el primer camillero en entrar y no contamos con el equipo necesario para permanecer en esa área. No sé por qué los directivos están guardando ese equipo que donó la fundación, ni siquiera lo hemos visto”, lamenta.
Para él ha sido difícil el trato con algunos pacientes, sobre todo porque están aislados, no tienen comunicación con nadie y en raras ocasiones se les permite hablar unos minutos por celular con algún familiar.
“Sí es muy estresante, tanto para ellos como para nosotros, porque sí están conscientes, les cuesta mucho trabajo aceptar que tienen el virus, el estar en una cama y no poder hacer otra actividad con algún tipo de aparato conectado. Es muy difícil”, relata José.
Aunque José regresa a su casa bañado y desinfectado, llega con sus hijos con la preocupación de haberse contagiado.
“No poder convivir con los hijos, el no poder hacer alguna actividad con ellos, estar encerrado en la casa después de que vienes del trabajo. Y siempre los hijos están ahí preguntándote si no traes el virus, si hoy hubo paciente o cómo te fue en el trabajo y qué hiciste”, confiesa.