Sus compañeras la extrañan. Son cuatro quienes recorren el centro de la ciudad en la zona de tolerancia, y van de las inmediaciones de las calles Aldama a Zaragoza una y otra vez, buscando clientes, para asegurar el sustento diario que desde hace cinco meses, se ha mermado considerablemente, pese a que desde entonces, el cubrebocas se volvió un artículo esencial en su día a día.

Foto: Edwin Hernández
Inés se acomoda en una silla antes de desayunar y cuenta, que a pesar de enterarse de la pandemia en los medios de comunicación, así como de los casos que se conocen entre quienes confluyen en la zona que une al centro de la ciudad con la Central de Abastos, el pausar su trabajo es un lujo que no puede concederse.
Ninguna pudo advertir lo que sucedía con “La China”, quien antes de morir, pese a ser una mujer de edad avanzada, siempre fue saludable y alegre. A ella, la recuerdan como una mujer comprometida por el bienestar de sus hijos y nietos, pese a que éstos la discriminaban por su forma de vida.
“Fue de un momento a otro que se le apagó la vida. Estaba bien y después se enfermó, los síntomas al principio eran comunes y después se agravó tanto que tuvieron que llevarla al hospital, ahí, la muerte la sorprendió a pocos días de su llegada”, recuerda con tristeza.
Al igual que “La China”, Inés no cuenta con seguridad social. Está por cumplir los 60 años y desde muy joven su trabajo le ha permitido ser el sustento de sus tres hijos, así como de sus nietos. Sin embargo, las ganancias también se han acortado ante el miedo de los clientes de adquirir el virus por contagio sexual.

Foto: Edwin Hernández
“Han habido días sin clientes, en los que caminamos de arriba abajo, buscando sin encontrar nada”, lamenta.
Aunque la pandemia no ha cesado, el tránsito de Oaxaca al semáforo rojo naranja, ha reactivado el flujo económico y por lo tanto, de personas que acuden al centro de la ciudad buscando sexoservicio, reconocen Inés y sus compañeras.
La cuota que cobran es de alrededor de 250 pesos la hora, tarifa, que comparten con un hotel de la zona; sin embargo, ante la crisis económica que ha propiciado el nuevo coronavirus, la tarifa es negociable.
Para ellas, mujeres que ejercen el oficio desde hace décadas, los clientes principales son hombres de edad avanzada que acuden a la Central de Abasto a hacer compras, trabajadores de esa zona u hombres que vienen del campo a la ciudad.
Los hombres jóvenes, dice, y con mayores posibilidades de cubrir una tarifa más elevada, acuden a la calle de Zaragoza, donde trabajan “las bonitas”, mujeres jóvenes que vienen de distintas comunidades indígenas, de otros estados e incluso de otros países.

Foto: Edwin Hernández
Unas calles antes, trabajan las mujeres trans, quienes, al igual que las más jóvenes, lo hacen mayormente durante la noche, mientras que Inés y sus compañeras, trabajan durante el día y la tarde, pues para ellas es más agotador y peligroso laborar durante las noches.
De los aproximadamente 400 trabajadoras sexuales de las que las autoridades municipales tienen conocimiento, 188 cuentan con el carnet que, según Inés, es inspeccionado constantemente por funcionarios municipales y por elementos de seguridad. Quienes están regulados, en su mayoría, son quienes ejercen desde hace tiempo, ya que el reglamento data de los años 80.
“Quienes no tienen carnet son ´las bonitas´porque muchas de ellas no han hecho legal su situación en el país, muchas otras mienten sobre sus trabajos a sus familias y trabajan a escondidas. La prostitución es peligrosa, nos mantiene en riesgo, pero es nuestra forma de vivir”, lamenta Inés.