Arte y porno, en el libro “prohibido” de Toledo

El artista zapoteco intervino imágenes para “adultos” con elementos de su imaginario bestial

Foto: Ilustración de Francisco Toledo
Sociedad 23/10/2019 06:49 Roselia Chaca Juchitán de Zaragoza, Oaxaca Actualizada 06:49

La cara de un niño-adolescente husmeando lo prohibido es lo que proyecta la fotografía del propio Francisco Toledo, como personaje secundario en una de las obras que forman parte del libro “Francisco Toledo para adultos”, en  donde el primer plano lo acapara la vagina de una mujer que posa desnuda para una revista pornográfica.

Este peculiar libro fue editado en 2014 por  el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y presentado por el escritor Naief Yejya, estudioso de la porno cultura. Reúne  las intervenciones que realizó el artista juchiteco con un imaginario propio de animales y elementos característicos de su obra, como la muerte,  el murciélago y el sapo, sobre páginas de revistas pornográficas, en donde también él  es parte de varias piezas a través de autorretratos.

No era la primera vez que se fotografiaba desnudo, ya lo había hecho en 1995 con una serie de 93 autorretratos en polaroid manipulados, donde aparece mostrando el pene y sobre esa imagen, la piel de un lagarto disecado. Esa fotografía, que hizo cuando era  joven, la vuelve a repetir,  utilizando el caparazón de un armadillo mientras contorsiona el cuerpo. 

“El artista evade la insistencia de documentación visual de los actos sexuales  del genero pornográfico  y sustituye  el énfasis  de mostrar por el de revelar.  Crea, gracias a un proceso de alquimia frankensteniana, un porno bestiario fantástico en el que emergen iguanas y perros de la carne humana y una fauna despierta entre la genitalidad expuesta de las y los modelos porno”, escribió Yejya sobre el libro.

El proyecto  conjunta  el porno y elementos animales característicos del artista.

Así, el sexo de los personajes femeninos termina  convirtiéndolos  en las bocas y labios de sus animales iconográficos. Estas 25 piezas formaron parte de una de sus exposiciones   de la Ciudad de México, luego se hizo la selección para el libro, que fue presentado por primera vez en la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO).

Para el escritor oaxaqueño Luis Amador, aunque esta obra “prohibida” no tuvo mucha difusión, quiza por sacralizar al artista, Toledo demostró, una vez más, que era un transgresor. Ya lo había hecho con imágenes sagradas junto con Carlos Monsiváis en su “Catecismo para Indios Remisos” y con la serie “Cuadernos de la Mierda”, con los que pagó a la Secretaria de Hacienda.

“Es como una gran broma infinita, sus intervenciones en las páginas de las revistas pornográficas son una  forma de ejercitar su enorme imaginación”.

“Antropólogo” de la sexualidad

Toledo siempre fue un artista irreverente en su obra, en los últimos años  trabajó  con el orfebre zapoteca Cándido Santiago, de Juchitán, quien armó en oro varias piezas de aretes en forma de falos que luego fueron exhibidos. Esa fue la primera y única vez, dice el joven artesano, que ha  hecho tan peculiar encargo, nadie antes le había solicitado “aretes de pitos”, recuerda.

Luego, al conocer más en fondo la obra del maestro, entendió que eran elementos constantes en sus pinturas y fotografías.

También se recuerda a Toledo porque en  2010 comenzó a exhibir  su colección de fotografía erótica que   durante los años 60 comenzó adquirir en Paris. Las compró una por una hasta tener 100 fotografías de bolsillos tomadas entre 1920 y 1930.

100 fotografías  forman parte de la colección que reunió el artista;  las compró una por una en los años 60.

El lingüista e historiador Víctor Cata, quien trabajó con el artista  en varios  proyectos didácticos, dice que el pintor era un “antropólogo” que se interesó  en temas como la sexualidad, sobre todo entre  zapotecas, que son muy eróticos, así que varias de las peticiones en investigación giraron en torno a ello, como el personaje conocido como tá ga’na’ (tocador).

“Recuerdo que me pidió varios temas considerados tabú, pero no para los zapotecas. Me refiero  a personajes como el fisgón o manoseador nocturno de mujeres. Se interesó en conocerlo, pero lo veía con ojos de artista. Aunque respetaba la información que se le proporcionaba, él terminaba creando su propio personaje con todo su bagaje literario y su creatividad. El maestro siempre fue un erótico libre”.

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