La tradición dicta que en el primer minuto del 23 de octubre las familias acuden en la iglesia del pueblo para dar el repique de campanas que anuncia el festín, aunque este año esta tradición se ve mermada por las medidas sanitarias para evitar contagios de Covid.
Armadillo, iguana, jabalí, tuza, mapache, tortuga, guajolote, pato y pollo serán los alimentos para honrar a los difuntos primero y que después podrán consumirlos los vivos. La llegada de los animales a casa de la familia se da una semana antes de la fiesta.
Foto: Archivo EL UNIVERSAL
Como el tapete que se instala en el respaldo, en memoria de la manera ancestral de sepultar a los muertos; sobre este se colocan imágenes de santos sujetadas de espinas de naranja, que representan las espinas de la corona que usó Jesús antes de su muerte.
Foto: Archivo EL UNIVERSAL
Cuando el altar está listo, con flores de cempasúchil y borla, además de las frutas que se cultivan en la región, da inicio la preparación de la comida.
El 31 de octubre es el día dedicado a la cocina. Preparan a manos llenas siete variedades de tamales tradicionales de la comunidad, así como bebidas de la región, como el popo o pozol; dulce de yuca, camote, calabaza, nanches curtidos, entre otros. Además, en las cacerolas y recipientes más grandes se cocina la pasta de mole y chocolate que preparan en días previos.