Legado culinario para que vuelvan
La comida es considerada en los pueblos oaxaqueños como una forma de mostrar respeto y cariño a quienes ya no están, pues se les ofrece un poco de lo que disfrutaron en vida; esta costumbre ritual data de un pasado prehispánico resignificado por la evangelización que llegó con la conquista
Francisca Ruiz Guendolay tiene 70 años y lleva 20 como cocinera tradicional, lo mismo prepara barbacoa para una boda que tamales para los hogares zapotecas que celebran el Xandú yaa (Primer Todos Santos). Su labor es fundamental para la celebración de estas fechas pues, como para diversas regiones de México, la comida es la principal protagonista en las fiestas para recordar a las ánimas.
Tamales, tortillas, atole, carne de aves, cerdo y hasta conejo son los platillos que enriquecen la mesa oaxaqueña y se destacan en las ofrendas que perpetúan el legado prehispánico y la tradición española que llegó con la evangelización y que en conjunto logran el cometido de estos días: honrar a los ancestros. Y que mejor forma de hacerlo que con la comida que conocieron, y que aunque está presente en las diversas regiones del estado, adquieren tintes particulares en regiones como el Istmo de Tehuantepec.
Comida en el reino zapoteca
Na Chica (doña Chica) elabora en estos días de muertos, 30 y 31 de octubre los tamales de mole negro que se reparten a los amigos, familiares y vecinos que están en vela esperando el alma del ser querido que partió de esta tierra, esos mismo tamales serán los que se depositaran en el altar familiar en medio de la vivienda.
“El tamal de mole negro es lo más importante para el Xandú, ya sea de pollo o carne de cerdo, a mí me contratan durante dos días para elaborarlos y me pagan mil pesos, aun cuando las vecinas ayudan, yo soy la cocinera principal, yo dirijo y me encargo que los tamales salgan ricos y que alcance. Parte de esos tamales se colocan en el altar durante dos días.”, detalla.
La comida es un elemento importante en el rito de Xandú, de acuerdo al maestro en Lingüística Indoamericana, Víctor Cata. De acuerdo a los estudios del historiador, basándose en los trabajos de Fray Francisco de Burgoa en el siglo XVII. Este fraile dominico detalla en su libro Geográfica Descripción que “el acto xandú se celebra en el mes de noviembre y lo considera, desde su visión evangelizadora, un rito forjado por el Padre de la Tiniebla.
Las vísperas de esta ceremonia se llevaban a cabo, según este dominico, con una gran matanza de gallinas, pero especialmente de guajolotes, preparados con chiles secos molidos, pepitas de calabaza, hojas de yerba santa o aguacate y lo cocían todo en agua”, remarca el lingüista.
Víctor Cata refiere que este guisado llamaron los nahuas totolmole, mismo que era considerado por los zapotecos como un manjar y le nombraban guiñado’ bere (según el fraile Juan de Córdova). En estas fecha también preparaban tamales rituales denominadas petlaltamales y en zapoteco daa bere yee: este platillo se condimentaba con hojas de aguacate, y los cocían en olas o en el hornillo de tierra.
“Cada familia preparaba estos guisados, los ponían en cazolones o jícaras. Durante la noche los colocaban en mesas para luego ofrendarlas a sus difuntos, suplicando el perdón y que se dignaran llegar y comer aquellos manjares que les habían preparado, así tuvieran a bien rogar a sus dioses -a quienes servían allá en el otro mundo- les diera salud y buenos temporales”.
Esta comida ritual era ofrecida con mucha solemnidad, pues los señores de la casa se ponían en cuclillas ante el altar, bajaban los ojos y cruzaban los brazos: el silencio era profundo”.
Los antiguos zapotecas pasaban toda la noche velando y la casa era silencio, pues no se importunaba a las almas que estaban de visita, porque se creía que en castigo los muertos enviarían calamidades a la familia. Así, ritual y comida quedaban unidos por el mismo fin: honrar a los ausentes.
Hoy, la tradición sigue pues en los hogares zapotecas además de los tamales, en las ofrendas también se colocan panes de manteca (Torta zá) especiales que se elaboran con el nombre del difunto y decorados con betún blanco. La comida, sin duda, sigue siendo el vehículo de la tradición.