
En tanto que la historia de Massamabá está salpicada de amenazas de prisión y de muerte, sobre todo, después que fue identificado como simpatizante del opositor partido Patriotas de Senegal por el Trabajo. Hombres con el rostro cubierto llegaron a su gimnasio, la abrieron a patadas y destruyeron los equipos ejercitadores y espejos. No tuvo opción. Huyó de su patria.
Ambos jóvenes senegaleses, sin conocerse, llevan unos 10 días en Juchitán, tras una larga travesía por aire desde Dakar, capital de Senegal, a Managua (Nicaragua), pasando por Bogotá (Colombia), San Salvador (El Salvador) y por tierra desde Managua, hasta Tapachula (México), pasando por Honduras y Guatemala.
Desde el año pasado, el flujo de migrantes africanos comenzó a crecer en el territorio mexicano como paso obligado a tierras estadounidenses. Ven, dicen ellos, una opción para mejorar sus vidas en la nación norteamericana. “Para nosotros Europa ya no es el destino que prefirieron nuestros mayores hasta 2015 y 2016”, señalan por separado.

Sin embargo, el trayecto terrestre desde Managua hasta México “ha sido duro”. Desde que el bus sale de Nicaragua, hay que pagarles a los policías, a las bandas de asaltantes y “en México los policías migratorios amenazan con la deportación si no pagamos una cuota. Es duro dormir en el piso, a veces bajo la lluvia y con el estómago vacío”, comenta Massamabá.
Por las calles céntricas de Juchitán y en las inmediaciones del crucero principal y en la periferia de las centrales camioneras, la presencia creciente de migrantes es notoria. Hay personas de países de Centro y Sudamérica, que se alimentan en la vía pública y solicitan el apoyo económico de los automovilistas, pero los africanos se distinguen del resto de migrantes.
La mayoría de los africanos camina en grupos de 10 a 15 personas, se distingue no solo por el profundo color negro de su piel, sino también por su elegancia y estilo refinado de vestir, respetan la fila que forman en las tiendas donde les envían dinero, generalmente se hospedan en hoteles, son cuidadosos con la comida y hacen del francés una lengua musical. Aunque un sector menos favorecido muestra lo opuesto.

Todos los migrantes; sin embargo, de buena, regular o mala condición económica, sufren el hostigamiento policial, la actitud xenofóbica de un sector de la población y desde que ingresan al país desde el sur, son vistos como valiosas mercancías por los transportistas que disputan los traslados en camionetas de alquiler, taxis y mototaxis.
Frente a ese escenario adverso, que en los primeros días de julio de este año cobró la vida de cuatro senegaleses que fallecieron al chocar el mototaxi en el que viajaban, al chocar contra una camioneta sobre la carretera Panamericana, directivos de la Oficina Africana de Inmigración y Asuntos Sociales (ABISA, por sus siglas en inglés), visitaron hace unos días esta región de Oaxaca.
Con la compañía del cónsul de Senegal, Abdoulaye Diop, la fundadora y directora de ABISA, Seydi Sarr, con sede en la ciudad de Detroit, Michigan, conoció las dificultades que enfrentan los africanos y sus necesidades, además, hablaron con las autoridades municipales, de salud y ministeriales para pedir la protección de todas las personas procedentes de África.
“No supimos de esa visita para platicar nuestra experiencia, pero agradecemos la intención”, revelan Mohamed y Massamabá, quienes esperan que les vendan un boleto para viajar a la ciudad de Oaxaca: uno forma fila sentado fuera de una tienda departamental donde le enviarán el dinero para que siga su viaje y el otro aguarda sentado en un mototaxi, a la sombra de un almendro.
