Silvia Hernández, de sanar el dolor de la tortura a dedicar su vida a la salud comunitaria en Oaxaca
Detenida arbitrariamente por participar en el movimiento de 2006 en Oaxaca, Silvia mostró a sus compañeras cómo sobar para aliviar el dolor de la tortura, así decidió convertirse en curandera
Oaxaca de Juárez.– Romero para la digestión, hierbabuena para la relajación, citronela para ahuyentar a los zancudos e hinojo para el cabello de los bebés... Son algunas enseñanzas que la tierra le brinda a Silvia Gabriela Hernández Salinas, quien ejerce la medicina tradicional desde hace 15 años.
Silvia, de 39 años, recuerda que desde niña aprendió de su abuela que los productos de la tierra pueden curar el cuerpo. Aunque nació en la ciudad de Oaxaca, desde muy pequeña se mudó con sus abuelos a Bajos de Coyula, Santa María Huatulco, en la región de la Costa.
Sus abuelos dedicaron toda su vida al campo y al cuidado de la salud, entendida como una relación sana con el entorno.
Silvia recuerda que su abuela platicaba con las plantas y recomendaba su uso como remedio para diversos padecimientos, ante el escaso acceso a la salud en su comunidad.
A pesar de que su corazón estaba conectado con la tierra, Silvia volvió a la ciudad de Oaxaca para estudiar, por mandato de su abuela, quien quería que ella fuera “alguien en la vida”.
“Para mí fue una ruptura emocional. Fui una muy buena estudiante, pero eso no me llenaba. Aunque después de estudiar la universidad, donde cursé la licenciatura en Ciencias Sociales con especialidad en Cultura, tuve la posibilidad de tener un empleo que me diera el sustento para vivir, para mí no era suficiente”, apunta.
Foto: Mario Arturo Martínez. EL UNIVERSAL
Por años, Silvia trabajó en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO); a pesar de tener un empleo estable, su vida no era plena.
Ruptura con la academia
Durante el movimiento de 2006 —cuando, en apoyo al magisterio oaxaqueño, la sociedad organizada confrontó a los gobiernos local y federal—, Silvia descubrió su verdadera vocación.
Tras sumarse a este movimiento, le preguntaron qué sabía hacer. “Respondí que sabía hacer informes, tomar fotos, hacer estadística. Y me dijeron: ‘¿Pero algo funcional, para la vida?’, y dije: ‘Pues lo que sé hacer es curar enfermos’”. Así fue como Silvia abrió un espacio de salud.
“Casi siempre trabajé con las manos porque los medicamentos nunca han sido lo mío, y así fue como descubrí lo que quería hacer. Mis dos abuelas se dedicaban a la medicina, guardando el conocimiento desde la alquimia en la comida y oficios como la partería; una de ellas atendía y ayudaba a mujeres víctimas de violencia”, recuerda.
Sin embargo, Silvia fue aprehendida arbitrariamente durante el movimiento social de 2006 y permaneció presa durante 15 días en los que, además, relata, fue torturada; con el cuerpo adolorido, mostró a sus compañeras de encierro cómo sobar para sanar el dolor del cuerpo. “Ahí me di cuenta de que podía enseñar”.
Fue hasta 2011 cuando renunció de manera definitiva a su empleo en la UABJO, en busca de su misión de vida.
En ese periodo cuenta que viajó a Pinotepa de Don Luis, donde tuvo una reconexión con su lado espiritual; también se formó como florista de Bach con una misionera alemana. “Decidí desde entonces recorrer el camino desde la paz”, comenta.
Fue entonces cuando inició su proyecto, el Tendajón Layú, vendiendo pañales ecológicos, toallas sanitarias de tela, pomadas y shampoo.
Este espacio cumplió 10 años el 11 de diciembre pasado; con el tiempo, la variedad de sus productos y servicios ha crecido, así como su visión de compartir el conocimiento con la comunidad.
Foto: Mario Arturo Martínez. EL UNIVERSAL
Silvia está convencida de que la mejor forma de trabajar es “crear salud comunitaria”, por eso ha fortalecido alianzas con productores, médicas y médicos tradicionales, quienes participan en redes que robustecen la economía de familias y comunidades.
Por ello, además de ofrecer sus servicios en Tendajón Layú, en la capital del estado, así como en consultas en su domicilio, Silvia viaja constantemente a comunidades como Atzompa o Quialana, u otras más alejadas, en las sierras Norte y Sur.
Además de brindar sus conocimientos en salud, Silvia trabaja en grupos comunitarios para generar propuestas que contrarresten el consumo de alimentos industrializados, como cereales, azúcar y otros procesados.
En su casa, Silvia da consultas de acupuntura, medicina tradicional basada en el uso de plantas, masajes e incluso atiende padecimientos como dolores de cabeza, partos y hasta infartos, apoyada del conocimiento milenario que heredó de su familia.
En 2017, Silvia recorrió las comunidades de Bahías de Huatulco afectadas por el terremoto de 5.1 grados registrado el 9 de septiembre de ese año, con el fin de ayudar a la población que resultó lesionada.
Sanar el alma
Además de brindar servicios médicos, Silvia es activista y acompaña, como lo hizo su abuela, a mujeres víctimas de violencia y familiares de desaparecidos. “Pensamos que se rompe un tejido y usando la empatía vamos por un camino en el que buscamos sanar también el dolor y volverse a reconstruir”, afirma al respecto.
Esta labor no sólo le ha valido admiración y respeto, sino también actos de intimidación y el allanamiento de su propia casa. Por ello, reconoce haber vivido un miedo severo, lo que no impide que continúe acompañando a víctimas.
“Me gustaría que la gente se viva viviendo, habitar el cuerpo con fortaleza desde todo lo que somos, sin revictimización o carencia, sino desde la necesidad de estar vivo”.