Monteverde, el pueblo circular de la Mixteca oaxaqueña
Tras su reubicación hace casi 30 años, habitantes dicen que se trata de “una comunidad modelo”: todo se decide en asamblea y existe respeto a cualquier credo religioso
En medio de la grandeza de cerros verdes y un resplandeciente cielo azul, se erige San Miguel Monteverde, una singular comunidad de Oaxaca de calles circulares y amplia pluralidad religiosa. Aquí, en el corazón de la Mixteca oaxaqueña, una organización política facilitó la llegada del progreso social y el final de los ahorcamientos a quienes profesaban religiones distintas a la fe católica.
Felipe Cruz, uno de los pobladores, explica que entre 1936 y 1988 los menos de 100 pobladores de San Miguel Monteverde vivían en los cerros, en casas de lámina con techos de pasto o pino; no contaban con energía eléctrica, ni agua, ni drenaje. Desde sus viviendas dispersas los habitantes debían caminar hasta un día para llegar a otros poblados a vender los duraznos que producían y a comprar sus alimentos necesarios.
Las nuevas generaciones, ya adultas, recuerdan cuando sus padres y abuelos tardaban hasta tres días para volver de Huajuapan de León o Tezoatlán de Segura y Luna. Tampoco han olvidado cuando ellos caminaban hasta tres horas para llegar a la primaria de la población más cercana.
Los antecedentes de lo que habría de convertirse en San Miguel datan de 1988, cuando Pablo Cruz Cruz, un poblador ya fallecido, emigró a Tlaxiaco a estudiar y ahí conoció a la organización Antorcha Campesina que le ofreció llevar progreso a su tierra.
De regreso en Monteverde Pablo reunió a los habitantes para proponerles que se afiliaran a esta agrupación que prometía gestionar los recursos necesarios para edificar una comunidad que contara con todos los servicios.
Un pueblo circular
Federico cuenta que la llegada Antorcha fue un factor de unión para los pobladores y que fue gracias a esa organización que aceptaron reubicar la comunidad. “Les dice: ¿Para qué se pelean si tienen libertad? En vez de estar peleándose por la religión, mejor piensen en el beneficio que puede tener la comunidad; antes de la reubicación no había luz ni agua”, dice Federico.
La reubicación de la que habla el poblador consistió en mudar a la comunidad 10 kilómetros hacia abajo, en una superficie plana llamada anteriormente “El Llano”, y en la cual la distribución de lotes sería circular y no cuadrada.
“La organización nos trajo el proyecto y por común acuerdo del pueblo se eligió que fuera en círculo, nos gustaron más las calles para que los lotes se aprovecharan más”, explica Rosendo López Bautista, actual agente municipal de San Miguel.
Una vez elegido el diseño del nuevo Monteverde, agencia que pertenece al municipio de San Antonino Monteverde y al distrito de Teposcolula, poco a poco las familias bajaron de lo más alto de los cerros y comenzaron a vivir en improvisadas casas de plástico y lámina que, con trabajo y el paso del tiempo, se convirtieron en viviendas de concreto.
La nueva ubicación del poblado fue inaugurada el 17 de octubre de 1994. Más de dos décadas después, la comunidad es habitada por 2 mil 500 personas, todas afiliadas a Antorcha Campesina. Todas cuentan con luz, drenaje, agua, escuelas y algunas calles pavimentadas, nombradas en honor de líderes antorchistas, como el de Gabriel Hernández, dirigente estatal de la agrupación. Además, destaca el inmueble de su agencia municipal, un edificio circular y moderno.
Respeto y tolerancia
Aunque la modernidad se filtró a la vida de San Miguel Monteverde, la población preserva el autogobierno a través del régimen de usos y costumbres. Para hacerlo definen en asamblea todo aquello que se relacione con su nueva forma de vida que, aseguran, se basa en el respeto, la tolerancia, la organización y la unidad.
Aquí, por ejemplo, sólo se trabaja de lunes a viernes y está prohibido convocar a tequios, reuniones o actividades sociales el sábado y domingo. Lo decidieron así para respetar el culto de cada poblador, ya sea católico, adventista o cristiano evangélico.
“La organización Antorcha Campesina nos unió y enseñó a trabajar conjuntamente, nos puso en nuestro lugar, ahorita hay como seis religiones, por eso nosotros trabajamos de lunes a viernes, lo que es sábado y domingo cada quien respetamos a nuestras creencias”, dice el agente.
En lo económico, la comunidad sigue viviendo del cultivo de maíz, frijol y trigo para autoconsumo. Para obtener ingresos, los hombres emigran por temporadas a trabajar como ayudantes de albañil en municipios cercanos, mientras que las mujeres elaboran artesanías de palma que venden a bajo precio en la capital u otros estados durante temporadas de vacaciones.
Una de esas mujeres es Inés López Bautista, de 48 años y madre de tres hijos, quien además de dedicarse al campo elabora sombreros, bolsas y tenates. Lo hace como el resto de mujeres: teje mientras caminan por las calles o pastorea a su ganado.
“De vez en cuando, nada más voy a Huajuapan, México, Puebla”, cuenta la mujer, quien produce un sombrero al día que vende en 5 pesos. Lo que obtiene de sus ventas no le alcanza para sus gastos, pues calcula que tan sólo para la alimentación de su familia necesita de 150 pesos diarios.
A pesar de la escasez económica, se dice contenta de vivir en Monteverde, “Me gusta, como ya tengo casa propia, aunque sea de lámina”, asegura.
Orgullosos del progreso
Aún con carencias, los pobladores se sienten orgullosos de su comunidad de calles circulares y el progreso que llegó con ellas. Rosendo Hernández Bautista, por ejemplo, recuerda que vivió su infancia en el cerro sin luz, agua, ni drenaje. Con 57 años, pertenece a las generaciones que caminaban más de seis horas para llegar a una tienda comunitaria a comprar chile, sal o jabón.
Asegura que la reubicación le cambió la vida para bien: “Cuando bajé sentí diferente, un cambio de vida, en tres años que bajamos ya teníamos el camino, la luz. Fue donde yo vi un cambio diferente, ya no tenía que ir hasta Huajuapan a comprar mi mercancía, me sentí contento, ahorramos tiempo, dinero y el día”.
El nuevo Monteverde también les permitió edificar sus tres escuelas de educación básica, que por una década atendió la Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), pero que por los constantes paros fueron expulsados de la comunidad en 2006, el año más álgido del conflicto político-social en Oaxaca, por lo que los alumnos son atendidos por profesores de la Sección 59.
Ahora, los pobladores están interesados en que los jóvenes continúen con sus estudios sin dejar el poblado. Fue por ello que desde principios de este año comenzaron a pagar a tres docentes que imparten clases de preparatoria en una bodega. Así nació la extensión de la preparatoria Lázaro Cárdenas, en San Miguel Monteverde.
Aunque han pedido apoyos al gobierno estatal para continuar con el proyecto para contar con butacas, pizarrones y aulas, hasta el momento aún no han sido atendidos, dice la subdirectora María de Jesús Jiménez.
Uno de los beneficiados de esta iniciativa es Nicolás Bautista, de 18 años, quien ahora tiene otra opción de vida y no sólo la de dedicarse al campo. Él, por ejemplo, anhela ser abogado para apoyar a su comunidad. “Para mí es la oportunidad de tener una visión hacia el futuro, este año estoy agradecido con el pueblo porque está apoyando con el pago a los maestros”, expresa.
Otra de las beneficiadas es Rosalba Ortiz, de 16 años, que se sueña con ser bailarina de danza contemporánea. “Me gustaría estudiar danza contemporánea, pues ahorita estaría en el campo trabajando bajando el sol, mi vida es sencilla”, refiere.
Precisamente pensando en la juventud, detallan los pobladores, ahora solicitan al gobierno de Oaxaca apoyo para la construcción de una unidad deportiva, a fin de evitar la migración y también para transformar el antiguo Monteverde en un corredor turístico para generar fuentes de empleo.
A casi tres décadas de su refundación la comunidad aún enfrenta carencias. Aunque han avanzado en la instalación de servicios, aún no cuentan con red hidráulica, pues el agua les llega desde el cerro a llaves en las calles; tampoco cuentan con vías de comunicación ni presencia de la Policía Estatal. Además, la pavimentación está al 30%; aun así la comunidad despierta el orgullo de sus habitantes.
“A mí me encanta vivir aquí, a pesar de que no tenemos comercio tenemos el beneficio del campo libre, podemos convivir sin ninguna contaminación no como en la ciudad, donde también hay mucha violencia. Aquí nos respetamos”, reitera Felipe Cruz.
La historia de San Miguel Monteverde, insiste los pobladores, aún se sigue escribiendo.