Caracol púrpura: tinte prehispánico en riesgo de extinción

Especiales 01/04/2018 10:48 Juan Carlos Zavala Pinotepa de Don Luis, Oaxaca Actualizada 17:18

Este proceso de teñido está en riesgo pues el molusco vive bajo amenaza del turismo y sólo quedan 15 artesanos

Fotos: Mario Arturo Martínez / EL UNIVERSAL

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La gente no lo sabe, pero entre los pueblos costeños los japoneses son todo menos populares.  La culpa de este disgusto internacional es de un molusco, un pequeño caracol, cuya vida transcurre sobre las piedras que se extienden en la costa de Oaxaca y de cuyo cuerpo nace un tinte púrpura. A causa de los japoneses este molusco estuvo a punto de desaparecer.

La Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), ha documentado que a principios de los años ochenta los trabajadores nipones arrancaban a los caracoles de su existencia pétrea con un gancho de fierro, untaban el líquido que brotaba del cuerpo de los moluscos sobre prendas de seda para teñirlas y luego se deshacían de ellos. En el proceso, el molusco moría, o más bien lo mataban; lo mataban para obtener hermosos kimonos color púrpura. En cinco años la especie casi fue aniquilada.

 “Fue cuando bajó el caracol púrpura. Lo tiraban, lo dejaban en el sol y ese molusco es delicado, no lo puedes dejar en la piedra caliente porque se muere, porque dilata como cinco minutos para que se adhiera de nuevo a la piedra. Los japoneses le dieron en la torre al caracol”, recuerda  Mauro Habacuc Avendaño Luis,  tintorero.

La responsable de la sobreexplotación fue la empresa japonesa Púrpura Imperial, la cual llegó a un acuerdo económico con comuneros de la zona para obtener mayores volúmenes y prohibió a los habitantes mixtecos del lugar la utilización del molusco para teñir sus vestimentas tradicionales, tal y como lo hacen desde la época prehispánica: sin matar al caracol en el proceso. 

La situación continuó hasta 1985, cuando tintoreros de Pinotepa de Don Luis denunciaron la explotación; el gobierno federal prohibió esta actividad a los nipones y detuvo la matanza del molusco.

Han pasado casi 40 años del episodio japonés pero, desde entonces, las poblaciones de caracol no se han recuperado del todo. Ahora, se enfrentan a la devastación causada por el turismo, su uso gastronómico, la contaminación y el cambio climático, actividades que tienen “bajo presión” a la especie,  dice Omar Gordillo Solís, director del Parque Nacional de Huatulco.

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Molusco en peligro, tradición en riesgo

El nombre científico del caracol púrpura es Plicopurpura pansa y su hábitat se extiende en  las zonas rocosas de Huatulco. El codiciado tinte se produce al exponer los fluidos del molusco a la luz y  al oxígeno. 

Aunque anteriormente el teñido se practicaba en otros estados, ahora sólo se conserva gracias a los mixtecos del municipio de Pinotepa de Don Luis, que lo han empleado, desde siempre, para teñir madejas de algodón con las cuales elaboran  principalmente el enredo o pozahuanco, vestido tradicional que utilizan las mujeres.

Para hacerlo usan una estaca de madera de hasta un metro que toman de la  raíz del mangle. Con ella desprenden el caracol de la piedra, el cual suelta un líquido transparente y posteriormente una sustancia blanca,  como mecanismo de defensa ante los depredadores. Estas sustancias son las que los  tintoreros  esparcen sobre la madeja de algodón, previamente enredada en una de sus manos. Al contacto con la luz solar y el oxígeno, el algodón va tornándose de blanco lechoso a amarillo, luego se hace  verde y finalmente, color morado.

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Con vida, el  caracol es devuelto a la piedra  en una parte donde haya sombra y humedad, con el objetivo de que vuelva a su hábitat. Los tintoreros obtienen las prendas púrpura y el molusco no es inmolado. 

Mauro Avendaño tenía 15 años en 1956, cuando aprendió la técnica de teñido  por uno de sus tíos. Para aprenderla caminó ocho días, desde Pinotepa de Don Luis hasta Puerto Ángel, en busca de ejemplares. “A mí me enseñó un tío, con él me fui caminando, entonces no había como irse, transporte, comunicación; a la primera parte donde yo llegué es Puerto Ángel”, relata.

 Mauro cuenta que entonces había mucho caracol. Dice que en un  día teñía cuatro madejas de algodón de 250 gramos y en cinco días regresaba a Pinotepa de Don Luis con 20 madejas, cada una teñida con 300 caracoles púrpura. Ahora, explica, pueden pasar hasta 15 días buscando  a los moluscos y regresar  sólo con cuatro madejas.

La escasez de la especie, dice Mauro, se ha traducido en encarecimiento de las prendas, pues una madeja de 250 gramos, que alcanza para varias blusas o un huipil, puede costar unos 10 mil o  12 mil pesos. 

“Cuando había mucho caracol, los enredos eran de caracol combinado con seda de la mixteca alta. Hasta le vendía a los gringos, le vendía hilos a Italia, le mandaba 10 a 15 madejas”, asegura el tintero.

La disminución de poblaciones de caracol no es sólo una idea de los tintoreros. De acuerdo con la Conanp, las  18 áreas coralinas en las que habita el Plicopurpura pansa  enfrentan problemas ambientales, principalmente por el uso humano.

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La comisión señala que actividades como la natación, buceo,  moto acuática, pesca artesanal, esnórquel, así como  el trabajo de los tintoreros mixtecos y la oferta  de restaurantes representan un daño potencial sobre las comunidades coralinas, pues    generan sobreexplotación de los recursos pesqueros y  contaminación.

A pesar de esos riesgos, Gordillo Solís, director del Parque Nacional de Huatulco, descarta que el caracol púrpura esté en peligro de extinción, pero acepta que hay una disminución significativa en todos los lugares donde habita: además de Oaxaca, en  una franja que se extiende desde Michoacán y Jalisco, y hasta Ecuador. Por esa razón en México es una especie que está bajo protección, bajo la norma mexicana de 2010. 

Una de las amenazas a las que se enfrenta la especie en la región  es la extracción que realizan los  “piedreros”, pescadores que se dedican a la extracción de moluscos como la lapa, la lengua de perro y el mismo  caracol púrpura para venderlos como alimento a los turistas.

“Si tú vas a la playa te pasan ofertando ostión, lengua de perro y en realidad no sabes lo que estás comprando. Mientras más turistas compren esta especie para comerlos, vamos a tener mayor presión por los ‘piedreros’ para ir a extraer los moluscos”, explica Gordillo Solís. Eso  genera una competencia con los tintoreros, la   diferencia es que ellos  (los tintoreros) lo manejan racional y sustentablemente, apunta. Otra de las amenazas es la contaminación provocada por el incremento de actividades turísticas en playas como El Maguey y La Entrega, entre otras de las Bahías de Huatulco; contaminación orgánica, por la falta de manejo del agua que provoca que los desechos se vayan directamente al océano, y por la basura que llega de altamar.

A ese escenario adverso se suma  el calentamiento global, pues  el ecosistema donde habita el caracol, sujeto a periodos de humedad, sufre  aumento de temperaturas y    desecación en las rocas y altera las corrientes marinas generando más golpeteo del mar hacia su hábitat; no obstante, Gordillo Solís señala que aún debe investigarse el impacto en las poblaciones del molusco.

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Tintoreros, los cuidadores

La baja de las poblaciones de caracol  también se ven reflejados en la disminución  de tintoreros de Pinotepa de Don Luis. En 1995, cuando crearon la asociación Grupo Tintoreros de Caracol Púrpura, eran  las 24 personas que conservaban la tradición; actualmente sólo son 15 y  sólo cuatro más están aprendiendo la técnica, todos hijos de los mismos tintoreros.

Con el fin de preservar esta tradición prehispánica, los tintoreros  han tomado cartas en el asunto. Decidieron únicamente explotar el caracol púrpura durante seis meses al año, entre octubre y marzo. El resto del tiempo detienen su actividad para permitir la recuperación del molusco y su reproducción, medida que golpeó sus ganancias.

“Nosotros no generamos dinero porque sólo son seis meses de trabajo, de  octubre a marzo, porque en  abril se pone muy resbalosa la piedra, crea algas. Y  peor en mayo, ya se está reproduciendo el caracol”, dice Mauro Avendaño, quien en 2015 ganó un reconocimiento  por conservar y proteger el molusco, mediante técnicas  tradicionales de bajo impacto al ambiente.  

Además, para lograr la sustentabilidad, los tintoreros se turnan cada mes para teñir sus madejas de algodón: van de dos en dos por periodos de ocho a  15 días, pues  cada vez es más difícil encontrar el caracol.

 “Teñir con caracol púrpura sólo se mantiene para preservar nuestra cultura y para aquellos que le dan valor y se admiran de su pintura”, afirma el tintorero.

 Lo dice convencido, aunque con sus palabras expresa  impotencia por la disminución de las poblaciones de la especie  y porque cada vez más el caracol se usa como alimento gourmet, pese a los esfuerzos de los tintoreros por conservarlo.

 “Antes nadie se lo comía. Había mucho caracol”, se lamenta.

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