En el corazón de la costa oaxaqueña, donde los manglares abrazan las lagunas de Chacahua y Manialtepec, nace uno de los platillos más representativos y poco conocidos de la gastronomía afrodescendiente del sur de México: los tamales de tichinda.
Este manjar, cuyo sabor evoca al océano y la tierra, ha sido parte de la dieta cotidiana de las comunidades que habitan en esta región, especialmente de mujeres recolectoras que, con destreza y respeto por la naturaleza, extraen este molusco de las raíces de los manglares y rocas sumergidas.

¿Qué son las tichindas?
De acuerdo con Larousse Cocina, las tichindas son una variedad de almeja de concha negra verdosa y brillante interior blanco. Se adhieren a los manglares y rocas en las lagunas costeras del Pacífico, principalmente en Chacahua, Manialtepec y otros cuerpos de agua de Oaxaca.
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Parecen mejillones en miniatura, pero su sabor es distintivo: intenso, salado y fresco. Se emplean principalmente en caldos, moles y tamales, estos últimos considerados una verdadera joya culinaria local.

La preparación del tamal: Un arte que honra a la tradición
El tamal de tichinda no es un platillo cualquiera. Requiere tiempo, paciencia y saberes heredados. Su elaboración inicia desde la recolección, una tarea que puede tomar más de siete horas bajo el sol, con la amenaza latente de cocodrilos que habitan los manglares.
Una vez extraídas, las tichindas se limpian minuciosamente antes de integrarlas a una masa preparada con nixtamal, manteca, ajo, cebolla y un adobo a base de chiles costeños. También se incorpora hoja santa o pitiona, que aporta un toque herbal y aromático inconfundible.
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Los tamales se cuecen envueltos en hoja de maíz. Al abrirlos, el comensal se encuentra con conchas completas que debe descubrir, extrayendo la masa impregnada del sabor de las tichindas.

Cocina de resistencia y herencia afro
En Chacahua sólo unas pocas familias afrodescendientes se dedican a la recolección de tichindas. Es un trabajo exigente y lleno de significado. Incluso, algunas mujeres han convertido esta actividad en su sustento económico y una forma de reconectar con su herencia cultural.
La recolección se hace con respeto: si las tichindas son pequeñas, no se extraen; si sus conchas ya no se usarán, se devuelven a la laguna para que sirvan de alimento a los peces. Este equilibrio entre lo que se toma y lo que se devuelve al ecosistema es parte del profundo vínculo que estas comunidades tienen con su entorno.
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Del anonimato a la admiración
Durante mucho tiempo, estos tamales fueron consumidos casi exclusivamente por la gente local. Hoy, sin embargo, han comenzado a ganar visibilidad gracias a cocineras locales que los ofrecen en pequeños restaurantes o los venden en mercados tradicionales.
Cada vez más visitantes, tanto nacionales como extranjeros, se sorprenden al descubrir el sabor auténtico de un platillo que no sólo alimenta el cuerpo, sino también la historia de un pueblo que ha resistido desde los márgenes.

Un tesoro de la Costa que merece reconocimiento
Los tamales de tichinda representan la riqueza escondida de la cocina costeña oaxaqueña. Son testimonio de la fusión entre mar, tierra y cultura afrodescendiente.
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Aunque aún se encuentran lejos de los reflectores gastronómicos, forman parte de una herencia culinaria que merece ser preservada, celebrada y compartida.