Opinión

Una candidata que pidió permiso a la mamá de El Chapo y otras historias...

Héctor De Mauleón

En donde se ponga un ojo, aparece un México de horror. Un México víctima o un México comprometido: la única certeza es que hubo cientos de muertos

De cara a las elecciones del 6 de junio pasado, una candidata a la presidencia municipal de Badiraguato, Sinaloa, recibió la noticia de que su designación no era bien vista por los “señores” que mandan en aquel estado: a un mes de iniciada la campaña uno de sus operadores había sido privado de la libertad.

Su caso formó parte de la serie de hechos con que los presidentes de la coalición  PRI-PAN-PRD denunciaron ante la Organización de los Estados Americanos, OEA, la intromisión del crimen organizado en los comicios, ya fuera palomeando, aprobando, rechazando, “bajando” e incluso asesinando candidatos en amplias regiones de México.

A través de un “enlace”, la candidata solicitó audiencia con la madre del Chapo Guzmán, la señora Consuelo Loera, y le pidió que intercediera por ella ante los nuevos jefes del Cártel de Sinaloa, Ovidio Guzmán López, Iván Archivaldo Guzmán Salazar y Jesús Alfredo Guzmán Salazar, conocidos como Los Chapitos.

Recibió el mensaje de que podía continuar: “La política es de los políticos. No nos metemos”.

Hay un relato de todo esto publicado en el semanario Ríodoce: entrevistas realizadas por el columnista lo confirman.

Según ese relato, alguien cambió de pronto de opinión. La noche anterior a la elección, un cuñado de la candidata fue golpeado, y cinco de sus colaboradores amenazados en sus domicilios.

El 6 de junio en la mañana un hermano de la candidata fue secuestrado. Ella fue al ministerio público a denunciar el hecho.

Pero sobre todo se encargó de dar entrevistas en varios medios de comunicación.

“Hace media hora levantaron a mi hermano. Un grupo de hombres armados llegó a una palapa en tres vehículos y se lo llevaron. Yo lo único que pido es que me devuelvan a mi hermano, yo no quiero la candidatura a presidencia municipal, me deslindo…”, declaró la candidata.

Ese día se encerró en una casa a piedra y lodo, y ni siquiera los dirigentes de su partido la lograron localizar. Su hermano fue liberado cuando ya las casillas habían cerrado.

Esta historia se replicó en al menos 20 municipios del Estado de México. Varios candidatos fueron levantados y conducidos a una brecha en la que los esperaba, a bordo de una camioneta, uno de los hermanos Olascoaga, líderes de la Familia Michoacana.

Olascoaga les informó que no estaban “autorizados” para seguir con su campaña y que lo mejor que podían hacer era apartarse.

He relatado en entregas anteriores lo que sucedió en Michoacán y Guerrero, según los datos contenidos en el informe: el Cártel Jalisco y la Familia Michoacana operando la elección en apoyo de candidatos a alcaldes y gobernadores.

Esto no fue todo.

Hechos como los anteriores se desencadenaron  también en Veracruz, Guanajuato, San Luis Potosí, Sonora, Baja California, Chiapas, Chihuahua, Hidalgo y Jalisco.

Ocurrieron en Morelos, Nayarit, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, Tabasco y Tamaulipas.

Tal vez no hemos visto, no tenemos claro aún la inmensidad de lo que acaba de suceder en México durante el pasado proceso electoral.

La suma de violencia, de sangre, de muerte, con que la delincuencia organizada operó para asegurarse de que, en regiones enteras de dichos estados, candidatos “arreglados”, “apalabrados”, “bendecidos”, comiencen a gobernar.

En donde se ponga un ojo, aparece un México de horror. Un México víctima o un México comprometido: un México en el que no se sabe qué, y en el que hasta hoy la única certeza es que hubo cientos de muertos.

No sé quién es en realidad Iván Plancarte. Fue candidato del Verde a la alcaldía de Uruapan. A causa de su apellido –que es el mismo que el del hombre que fundó Los Caballeros Templarios— fue considerado miembro de esta familia criminal y sus hijos fueron “levantados”. No regresaron nunca.

Plancarte comenzó a buscarlos. Supo que los tenían trabajando como esclavos, fabricando drogas en un narcolaboratorio. Luego, todo rastro de ellos se perdió.

El de Iván Plancarte también, porque en cuanto anunció que iba por la presidencia de Uruapan lo secuestraron. No ha vuelto a saberse de él.

Está también el caso de un precandidato de Morena a la alcaldía de Chilón, Chiapas: Pedro Gutiérrez. Lo emboscaron en un tramo carretero y el vehículo en el que viajaba con su esposa y su hijo cayó en un barranco.

La mujer logró salir y esconderse entre la maleza: desde ahí vio cómo los hombres que los atacaron bajaron a la barranca y, con un bidón de gasolina, le prendieron fuego a su esposo y a su hijo.

Esto fue lo que sucedió, y algunos prefieren no mirar.

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