Villa de Zaachila.— Antes de iniciar, Michel se asegura de llevar puesta su ropa de trabajo: un percudido pantalón de mezclilla, una gorra roja como protección ante los rayos solares, una blusa roja, un cubrebocas que desde hace más de un año se ha vuelto obligatorio y un chaleco verde con franjas reflejantes, sin el cual no se le permitiría el acceso.
Cuando se empezaron a registrar los primeros casos de Covid-19 y se decretó el cierre de las escuelas, el 20 de marzo de 2020, las clases a distancia le dejaron tiempo disponible que, sin embargo, no redujo su carga diaria de labores. Ahora debía cuidar y encargarse de sus hermanos por un tiempo más prolongado, ayudar a su padre en la separación del PET, el fierro, el aluminio y otros materiales, e ir a trabajar en la pepena.

La casa rentada en la que viven Michel y su familia tiene tres cuartos de lámina y está ubicada frente al relleno sanitario. La vista al salir del hogar es una enorme montaña de basura. En el patio de tierra de la vivienda, cada uno de ellos tiene asignado un espacio de trabajo en el que colocan lo que recolectaron en el basurero.
El trabajo en el basurero consta de dos turnos de 12 horas cada uno. En el de las 7:00 a las 19:00 horas, explica Patricia García, presidenta de la Unión de Pepenadores Guie-Niza, trabajan aproximadamente 95 personas, de las cuales, 20 son niñas, niños y adolescentes; también hay personas de la tercera edad. Mientras que en el turno de las 19:00 a las 7:00 horas, son 90 personas, de las cuales, 16 son menores de edad.
De acuerdo con el Colegio de Ingenieros Ambientales de México, a este relleno sanitario llegan 250 millones de toneladas de basura al año, en promedio, cantidad que aumenta cada año. De estas, 80% proviene de la ciudad de Oaxaca.
Los desechos que entran diariamente, entre 800 y mil toneladas, ya rebasaron la capacidad del basurero y únicamente queda una celda en la que se arroja la basura. En esta zona cavaron un hoyo gigante para aumentar el periodo de vida del relleno sanitario, pero en ese mismo punto, ahora emerge una nueva montaña de residuos.
Patricia García tiene dos hijos menores de 12 años de edad, ambos le ayudan en la recolección. Con la pandemia de Covid-19 y el cierre de escuelas, dice, aumentó el tiempo de trabajo de ella y sus dos hijos. Debe llevarlos a trabajar, no sólo para ayudarla, sino porque no tiene quién los cuide. En esta situación están muchas familias que llevan a menores a trabajar en el basurero. “Sería contratar a alguien para cuidarlos y eso es otro gasto que no podemos porque vivimos al día”, expresa.
Además, los ingresos que obtenía de este trabajo se redujeron hasta en un 40%. Cuando inició, explica, lograba generar ingresos de 100 pesos diarios; ahora, apenas logra 60. Una de las causas es el aumento del número de familias que se dedican a la recolección.

Una parte del dinero que ganan ella y sus hermanos lo aportan para el pago de la luz y la renta, como una forma de ayudar a su madre, Edinea López Santiago, quien además de trabajar en el, basurero también hace labores domésticas en casas ajenas y, a su padre, Pedro Pablo Vásquez Jiménez, quien también es ayudante de albañil.
Esta cifra coloca a la entidad con la tasa más alta de trabajo infantil, 10 puntos por arriba de la tasa nacional que es de 11.5%. De estos menores, al menos 83 mil 747 laboran por debajo de la edad permitida.
Además, en el estado 95 mil 694 personas de cinco a 17 años realizan quehaceres domésticos en horarios prolongados o en condiciones peligrosas, de las cuales 47 mil 835 son mujeres. Mientras que 65 mil 738 menores que laboran en actividades no permitidas, lo hacen en el sector agrícola (42.8%); es este el que ocupa mayor cantidad de mano de obra infantil.

La profesora Xóchitl Aguilar García, quien lleva 36 años de servicio, llegó a la colonia El Manantial en el año 2008, con el objetivo de fundar la telesecundaria de la que actualmente es directora, lo que logró en 2014.
Entonces se dio cuenta que las personas que llegaron a vivir junto al basurero procedían de diferentes regiones de Oaxaca, pero también de estados como Veracruz e Hidalgo.
“A veces viven en pueblos donde no hay contaminación, donde pudieran tener a lo mejor una vida saludable en cuanto al medio ambiente, pero al buscar un mejor nivel de vida piensan que estando cerca de la ciudad les va a cambiar”, señala.
El estudio Diagnóstico de salud, nutrición y alimentación en escolares y familias de tres escuelas primarias de Zaachila Oriente, Oaxaca, México 2020, de Solidaridad Internacional Kanda (SiKanda), muestra la vulnerabilidad de los más de 15 mil habitantes de esta zona y en especial de la niñez.
“Además de la evidente vulneración de derechos humanos, no sólo en la falta de acceso adecuado al agua, servicios de saneamiento y salud, en la zona tampoco hay acceso a alimentos más sanos, frescos y locales (…) La población enfrenta un profundo abandono institucional”, señala el diagnóstico.
Xóchitl Aguilar agrega que hay mucha desintegración familiar, alcoholismo y drogadicción, lo que da pie a violencia familiar y en el entorno, en el que además ocurren muchos casos de violaciones sexuales contra niñas y adolescentes.
“Trabajamos en un contexto de extrema marginación, mucha pobreza. Las personas son pocas las que tienen la oportunidad de tener su casa de concreto, la gran mayoría la tiene de lámina”, puntualiza.
Con la pandemia de Covid-19, la escuela telesecundaria sufrió una deserción escolar de 30%. Algunos jóvenes se fueron a San Bartolo Coyotepec a trabajar con el barro negro; otros, a San Martín Tilcajete, con los alebrijes; las mujeres, a trabajar en casas. Muchos regresaron a sus comunidades o pueblos.
El 50% de los adolescentes que estudian en la telesecundaria trabajan, incluso antes de la pandemia, lo que limita el tiempo que le dedican a sus estudios. “Eso ha sido siempre, antes y durante la pandemia, ellos buscan la manera de trabajar”, aunque con la contingencia sanitaria ahora son más.
Leticia, de 14 años, narra que al sentirse aburrida de estar en casa durante la cuarentena, decidió buscar trabajo. El primero fue en una tienda de cobijas, el segundo, en una pastelería en la Central de Abasto de la capital del estado, con un salario de mil 200 pesos semanales.

La directora Xóchitl Aguilar dice que con la pandemia los jóvenes le dieron más importancia al trabajo que a la escuela.
La joven Michel desea “echarle más ganas” al trabajo, pero dice que tiene dos hermanas menores a las que debe cuidar por las noches porque no se atreven a quedarse solas en la casa y toda su familia trabaja en ese horario en el basurero; aun así, considera que es un buen trabajo, que sí le resulta económicamente.
“Yo me tengo que quedar a cuidarlas y así resulta que cada 15 días yo junte una arpía o así, depende de cuántas ganas le eche al trabajo”, manifiesta.