Las vidas que el sismo fracturó en el Istmo
A más de cuatro meses de distancia, sobrevivientes del terremoto del 7 de septiembre aún intentan dimensionar la tragedia. Los pobladores zapotecas no sólo perdieron casas y familia, también sufrieron en sus cuerpos los estragos de la fuerza de la tierra. Aquí tres historias
Isabel intenta no romperse cuando recuerda el 7 de septiembre, pero es imposible. Esa noche perdió su casa, a su madre y una pierna. La mujer quedó destruida, mutilada. Sentada en una hamaca, en la casa de su tía, llora desconsolada. El dolor más grande, el que le cala, es la muerte de su madre.
Isabel Bartolo Vera tiene 58 años, es soltera y no tiene hijos. Antes del terremoto vivía con su madre Fidelia, de 84 años, en una casa de teja en el callejón Rayón de la Octava Sección de Juchitán, la zona más afectada.
El sismo las sorprendió durmiendo en la misma vivienda donde se ubicaba su negocio de comida tradicional. En la confusión, entre miedo y oscuridad, ambas salieron por una puerta lateral. Mientras batallaban para avanzar en un pasillo que da al patio, la casa del vecino se les vino encima. Ahí quedaron, bajo los escombros, hasta que las rescataron una hora después.
Isabel se enteró después de un mes que su madre murió la noche del sismo. Su salud, explica, no era lo suficientemente fuerte para recibir la noticia; durante ese tiempo pasó de hospital en hospital, pero en ninguno se le atendió adecuadamente la pierna dañada.
Casi al borde de la muerte, a Isabel le amputaron la pierna derecha en una clínica privada.
Por lo que consideran una negligencia médica por la mala atención, sus familiares interpusieron una queja contra el Hospital de Especialidades de Salina Cruz; pero no prosperó y como Isabel estaba hospitalizada, los verificadores de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) no censaron su casa y fu así como se quedó sin los apoyos federales para la reconstrucción de su vivienda.
Han pasado más de cuatro meses. Isabel está sin casa y sin ayuda. El personal de la Sedatu le aconseja ir hasta la Ciudad de México para exponer su caso, pero no tiene los medios para moverse. Ahora, dice, trata de adaptarse a su nueva vida, a veces en silla de ruedas, otras con muletas. Intenta olvidar, pero no lo logra, la herida de lo que fue su pierna y las que tiene en el alma la rompen todos los días.
A Isabel lo que más le dolió perder en el sismo no fue su pierna, sino su madre. (Roselia Chaca / EL UNIVERSAL)
Eusebia
A unas cuantas casas de Isabel vive Eusebia Rasgado Martínez, de 71 años. Ella lleva cuatro meses y medio postrada en una cama, todo el tiempo con dolores fuertes. Su casa se le vino encima la noche del sismo y le aplastó la mitad del cuerpo. Su pierna izquierda se fracturó, por lo que tuvieron que operarla y ponerle una placa de aluminio que su cuerpo rechaza, pues tiene diabetes.
Aunque Eusebia tiene seguro médico, las pastillas para soportar el dolor las tiene que comprar por su cuenta porque hay desabasto en el sector salud. También tiene que adquirir los pañales que usa, pues le es imposible moverse de la cama. Todas las horas del día su pie se mantiene vendado para evitar que la placa expuesta se contamine.
A pesar de la gravedad, Eusebia tiene que atenderse en casa. Como el sismo también borró el hospital en Juchitán tendría que acudir hasta Santo Domingo Tehuantepec, que está a una hora de distancia, y tendría que realizar el trayecto en un vehículo especial. Moverla a un centro médico privado le requiere dinero que no tiene, pues se mantenía con un negocio propio.
“El dolor no me deja en paz, a veces oro hasta quedar dormida. Es un castigo ir a consulta lejos, pero no tengo de otra. Aquí no hay hospital, el gasto es grande, el seguro nada más me da las pastillas de la presión, el resto lo tengo que comprar”, narra la mujer.
Como Eusebia, muchas personas de Juchitán que aún requieren de atención médica por las secuelas del 7 de septiembre fueron remitidas a clínicas de Tehuantepec y al Hospital de Especialidades de Salina Cruz. Otros más tuvieron que ser trasladados a la capital del estado y tuvieron que mover su residencia temporal para reducir costos. Nadie conoce la cifra exacta.
En Juchitán, el Hospital General Macedonio Benítez Fuentes sigue en construcción y el hospital provisional aún no termina de adaptarse en el Centro Cultural Zapoteca. Los trabajadores dan el servicio de consulta y urgencias debajo de carpas en el Campo Deportivo El Zapoteco en condiciones difíciles, por lo que prefieren remitir a todos los pacientes a otros centros.
Una fractura en su pierna izquierda tiene a Eusebia en cama, tuvieron que ponerle una placa de aluminio que su cuerpo rechaza, pues tiene diabetes. (Roselia Chaca / EL UNIVERSAL)
Lavinia
En una diminuta casa de concreto de una sola pieza, ubicada entre callejones de la ribera del río, en la Quinta Sección de Juchitán, vive Lavinia Valencia Suarez de 53 años. Dedicada a la venta de dulces típicos, esta mujer zapoteca es la responsable de mantener a sus cuatro nietos. Ella, al igual que Isabel y Eusebia, aún no puede reponerse del cataclismo que fracturó su vida y que se llevó una de sus extremidades.
A diferencia de las otras dos mujeres Lavinia sí logró acceder a los apoyos del Fonden para reconstruir su casa, pero no tiene acceso a servicios de salud gratuitos porque nunca fue inscrita en el Registro Civil y, por tanto, nunca existió de manera legal: tampoco tuvo acceso a educación. Todo el tratamiento que llevó desde la noche del sismo hasta que le amputaron la extremidad derecha fue en una clínica privada.
Lavinia quedó sepultada bajo los escombros y su pierna fue la más lastimada. En una primera revisión fue atendida por un médico particular sin lograr alivio, un mes después fue internada en una clínica, donde la operaron para salvarle la vida. En ese procedimiento, cuenta, gastó todo lo que tenía y lo que no tenía.
Los apoyos que ha recibido para avanzar no le han llegado; la silla de ruedas, las despensas, el dinero y su registro oficial llegaron a ella a través de la sociedad civil. A pesar de ello, su recuperación es lenta, desde hace cuatro meses no sale a la calle y tampoco ha vuelto a trabajar.
Sin casa, sin pierna y sin dinero, Lavinia está sumida en una depresión que la arrastra al llanto cada que recuerda que el sismo no sólo la dejó rota, sino que también la dejó más pobre entre los pobres.