Esperanza de una vida mejor, motor para familias venezolanas varadas en Oaxaca

Ante la crisis que vive ese país sudamericano, pobladores cruzan al menos seis países con el sueño de llegar a Estados Unidos; en el camino enfrentan a "la migra" y a asaltantes

Esperanza de una vida mejor, motor para familias venezolanas varadas en Oaxaca
Esperanza de una vida mejor, motor para familias venezolanas varadas en Oaxaca. Foto: Alberto López
Sociedad 25/08/2023 17:57 Alberto López Actualizada 17:58

Juchitán.– “Para mí, es más grande la esperanza que el miedo, por eso vamos hacia adelante”, dice Prilly, una joven madre venezolana que, al lado de sus tres hijos menores, y de Víctor, su pareja, desafió los peligros de la selva El Darién, cruzó seis países antes de llegar a México y sorteó, mediante “trochas”, los retenes establecidos por policías y asaltantes.

Prilly, quien se empleaba como manicurista en la ciudad de Valencia, conocida como la capital industrial de Venezuela, salió el 30 de junio pasado y llegó a esta ciudad zapoteca del Istmo de Tehuantepec el pasado lunes 21. Desde entonces ella y su familia encontraron un cruce céntrico en medio de casas comerciales. Ahí, piden el apoyo económico para reunir el costo del boleto a Oaxaca.

“Salimos de Venezuela porque la moneda bolivariana se ha venido devaluando y, por muchos ceros que le pongan o le quiten, no alcanza para comprar una bolsa de arroz. En Venezuela no hay electricidad, tampoco gas, en las noches todo está oscuro y la mayoría de la gente de Valencia cocina con leña”, cuenta Prilly envuelta en la tristeza.

Sus hijos, de 14 y 12 años de edad, los niños, y de nueve, la niña, acudían a la escuela, pero solamente un día a la semana porque los maestros decían que "como el gobierno no les paga", pues solamente daban clases un día, revela. 

“¿Qué iban a aprender?, por eso quiero llegar a la ciudad de Nueva York, para sacar adelante a mis hijos”, sentencia retadoramente.

En el recuento de la ruta seguida desde que salieron de Valencia, Prilly enumera que llegaron primero a Medellín, Colombia, y después arribaron a la playa de Mecoclíc.

“Ahí abordamos, al otro día de llegar, una piragua (pequeña embarcación) para internarnos a la selva de El Darién, de la que salimos tres días después, luego de caminar 25 horas, subir cerros altos y cruzar varios ríos”, narra.

Antes de abandonar Valencia, la familia de Prilly y David vendió algunas cosas, como una motocicleta con la que su pareja hacía mandados. Pidió ayuda y solicitaron préstamos para encarar los gastos de la travesía. “El viaje en bus de Medellín a Mecoclíc costó 50 dólares por persona y en la piragua nos cobraron 40 dólares por cada uno. Ahí gastamos 450 dólares”, dice.

Cuando salieron de la selva, donde la familia de Prilly vio tumbas olvidadas y recientes, y atestiguaron la muerte de una madre con su bebé al caer un precipicio. Luego, fueron alojados en un refugio de Frontera Chiquita, Costa Rica, donde les dieron alimentos durante tres días, pero no les autorizaron salir a caminar. De ahí subieron al bus rumbo a la frontera con Nicaragua.

A partir de ahí, desde Nicaragua – Honduras – Guatemala - México, caminando cinco horas primero “en un paraje muy peligroso conocido como El Naranjal, donde asaltan, violan y matan, fue un sacadero de dinero”. En cada retén puesto por policías o asaltantes, pagaban la “trocha”, como le dicen en Venezuela al cohecho o pago de paso. De 20, 30, 50 dólares, la paga.

Prilly espera reunir hoy o mañana los 2 mil 500 pesos para comprar cinco boletos para viajar a la ciudad de Oaxaca, de ahí, dice, ella y su familia buscarán la forma de viajar en tren hacia el norte del país. La mujer confiesa que no tiene un sólo conocido en el territorio estadounidense, pero su meta, insiste, es la ciudad de Nueva York “para sacar adelante” a sus hijos.

Mientras llega ese momento, Prilly entrecierra los ojos y susurra una frase que aprendió en el trayecto de Costa Rica a México: “bajar y rodear, bajar y rodear, bajar y rodear”, que significa “bajarse del bus antes de cualquier retén policial y rodearlo para evadir la detención”. “Bajar y rodear”, así como pagar “la trocha”, le permitió a ella y a su familia llegar sanos y salvos a Juchitán. La travesía aún está lejana de concluir.

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