Café y ajonjolí: cooperativas que fundó el “Obispo de los Pobres” empoderan a 5 mil indígenas del Istmo
La herencia de don Arturo, el “Obispo de los Pobres”, se observa en las cooperativas que organizó, en las escuelas que impulsó y en el pensamiento liberador de las comunidades con las que se solidarizó
Juchitán de Zaragoza.— Tras su muerte, el obispo emérito de la diócesis de Tehuantepec, Arturo Lona Reyes, dejó un enorme legado y un gran vacío difícil de cubrir, reconoce la primera mujer que representa las voces de los pueblos indígenas ante la ONU, la poetisa zapoteca, Irma Pineda.
La herencia de don Arturo, dice, se observa en las cooperativas que organizó, en las escuelas que impulsó y en el pensamiento liberador de las comunidades con las que se solidarizó.
La poetisa Binnizá, tenía apenas cuatro años de edad, en 1978, cuando fue cobijada por “don Arturo”, luego que el once de julio de ese año, el padre de Irma, el profesor Víctor Pineda Henestrosa,(Víctor Yodo), fue secuestrado y desaparecido, desde entonces, por militares de la Defensa Nacional. A los ocho años de edad, ella conoció al obispo de Tehuantepec. Corría el año de 1982, justo cuando Lona Reyes organizaba la cooperativa de productores de café.
Foto: Edwin Hernández
A la distancia, el sacerdote Francisco Vanderhoff Boersma, asesor de los campesinos, recuerda los primeros años de esa cooperativa de cafeticultores pobres llamada Unión de Comunidades de Indígenas de la Región del Istmo (Uciri), que Lona Reyes impulsó. En esos años, los “coyotes” o intermediarios, recurrieron a todo tipo de violencia contra los pueblos cafetaleros porque no querían “dejar la cancha fácilmente”, recuerda.
Vanderhoff, un sacerdote de origen holandés, quien escribió en 2005 el libro “Excluidos hoy protagonistas mañana”, donde narra su experiencia de trabajo al lado de las familias campesinas, confiesa que la Uciri cambió la vida de los productores de café, que antes de 1982, eran víctimas de la discriminación en las zonas urbanas. Ahora, con su producción de café en las manos, son merecedores del respeto, indica.
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A 38 años de su fundación, Uciri aglutina a unos tres mil cafeticultores que tienen unas cuatro mil hectáreas del grano en 46 comunidades de las etnias zapoteca, mixe y chontal que se ubican en el Istmo de Tehuantepec.
Actualmente, la organización exporta a países de Europa como Suecia, Suiza, Austria e Italia, un promedio de 250 toneladas de café oro, en grano, desde el puerto de Veracruz y en el mercado nacional coloca unas 60 toneladas de café envasado.
Foto: Edwin Hernández
“Apenas nos estamos recuperando de diversos golpes que tuvimos en el pasado reciente”, explica el padre Vanderhoff, asesor de Uciri, quien recuerda que en el 2017 los productores de café perdieron unas 800 toneladas del grano por la plaga conocida como “la roya” que acabó con la cosecha y después, señala, llegó el terremoto de septiembre que destruyó las viviendas de las familias campesinas. “Antes, llegamos a exportar unas 850 toneladas al mercado europeo”, recuerda.
De cara al futuro inmediato, Uciri, el legado de Lona Reyes, se rascará con sus propias uñas para obtener fondos destinados a la capacitación técnica luego que el gobierno de la 4T suspendió los programas de apoyo al campo.
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“Antes esos fondos se los llevaban los de Antorcha Campesina y la CNC. Ahora cada cafeticultor recibe un apoyo único de cinco mil pesos al año, el reto es que los incluyan”, señala el sacerdote Francisco Vanderhoff.
Con el legado de Lona Reyes, los cafeticultores de Uciri han mejorado sus ingresos, invierten en sus viviendas y en sus utensilios, envían a sus hijos a las escuelas, pero sobre todo, reciben un trato justo y como pueblos tienen conciencia de que la organización es la mejor forma para defender sus derechos. “Uciri abrió la conciencia campesina ante la brutal explotación de los intermediarios que sucumbieron ante la fuerza organizada de las comunidades”, dice.
El ajonjolí, otra herencia
Foto: Roselia Chaca
A lo largo de los 30 años al frente de la diócesis de Tehuantepec, el Obispo de los Pobres no solo impulsó la creación de escuelas, talleres de corte y confección y cooperativas del transporte, también creó cooperativas como la Uciri, pero también, desde 1994, impulsó la organización de los productores de ajonjolí, que en esa época estaban en manos de los “coyotes”, recuerda el actual responsable de la Pastoral Social de la diócesis, José Leónidas Oliva Martínez.
En el contexto de la rebelión de los zapatistas, en 1994, señala el prelado Oliva Martínez, el obispo Lona Reyes, comenzó con la creación de las “Comunidades Campesinas en Camino”, que actualmente agrupa a unos dos mil campesinos dueños de unas tres mil hectáreas de tierras donde siembran ajonjolí que exportan, como grano y aceite, a Corea del Sur, Estados Unidos y Canadá.
Al principio, rememora el sacerdote responsable de la Pastoral Social de la diócesis de Tehuantepec, los intermediarios se burlaban de los campesinos en sus primeros intentos de organización: “no saben nada, no tienen dinero, les falta estudio, esos sacerdotes van a abusar de ustedes, los está engañando. ¿Cómo se van a organizar? ¿Cómo y a quién van a vender su producción?”, les decían para desalentarlos.
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Transcurridos 26 años del inicio del proyecto, en los últimos años los campesinos han cosechado mil 500 toneladas de ajonjolí. De esa producción una parte se vende en granos y otra se procesa como aceite comestible en la planta que la cooperativa “Procesadora de Productos Ecológicos”, tiene en la comunidad de San José, que pertenece al municipio istmeño de Magdalena Tequisistlán, desde donde hace 10 años se exporta al extranjero y al mercado nacional.
“Ahora los coyotes no imponen los precios, lo hacen los campesinos y los hijos de las familias ajonjolineras, tienen la oportunidad de estudiar en la universidad jesuita que Lona Reyes impulsó en 1996 en la zona mixe de Jaltepec de Candayoc. Algunos de los egresados trabajan con nosotros como asesores en administración y otros están de regreso en sus comunidades. El camino que tenemos es largo y grande, pero lo vamos a recorrer”, dice el sacerdote Leónidas Oliva.