Apagan el sol a Santa María del Mar: Un sueño sustentable sin cumplir
Temor al Corredor Interoceánico frenó proyecto que daría energía a este pueblo que lleva una década aislada
Tirados en la arena, a la orilla de la Laguna Superior, 16 postes de cemento de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) se oxidan con la sal. En los pueblos del Mar nadie se atreve a moverlos desde noviembre, todos los que toman la lancha en El Faro de San Dionisio, rumbo a Santa María, sólo los observan y pasan de largo.
Los postes tenían que llegar a Santa María del Mar antes de que concluyera 2019 para colocarse en las calles y transportar la energía que se generaría en la granja solar para las 273 viviendas de la población, pero la amenaza de grupos que se oponen al proyecto solar, de quemar postes y maquinaria, suspendió el traslado.
Santa María del Mar es el único pueblo ikoots que pertenece a Juchitán, un municipio zapoteca.
En octubre pasado, la comunidad cumplió exactamente una década sin energía eléctrica, debido a un bloqueo al camino terrestre que comparte con San Mateo del Mar para salir hacia la carretera federal; bloqueo impuesto por su propio pueblo hermano.
Todo se debe a un conflicto agrario que involucra 3 mil 773 hectáreas de tierra y mar, territorio que en 1984 el presidente Miguel de la Madrid otorgó a Santa María y que San Mateo sigue exigiendo como propio.
La comunidad ya cumplió una década sin energía eléctrica y el corte del suministro de agua potable.
Por eso, la población de Santa María sólo sale y entra por mar. Pueblos hermanos por varios años, Santa María y San Mateo del Mar pelearon ante tribunales agrarios hasta que se le dio la razón a la primera comunidad.
Bajo el argumento de que la zona es sagrada para ellos y que, precisamente ahí, se tenía proyectada la instalación de un parque eólico. San Mateo no respetó la decisión.
El pleito entre hermanos ikoots trajo como consecuencia, además del bloqueo carretero, el corte del suministro de agua potable y de energía eléctrica, lo que complicó más la vida de la población, agudizando los índices de pobreza extrema que, de acuerdo al Consejo Nacional de Valuación de la Política de Desarrollo Social (Ceneval), encabeza la lista de agencias de Juchitán con más rezago social.
La esperanza de una granja solar
Sotero tiene en su patio un panel solar que alimenta tres focos, un televisor y puede cargar un celular, pero no más, así que su esperanza está en la granja solar que construye el Programa de Infraestructura Indígena del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI) con 45.3 millones de pesos.
Pero desde el 20 de noviembre de 2019 la obra está suspendida y los ánimos vuelven a estar por los suelos.
“La obra da trabajo a la gente del pueblo, pero al estar suspendido no hay nada. Es muy triste ver que por unos cuantos todo pare, pero si el gobierno tiene interés, si el Presidente de la República tiene las ganas de ayudarnos, lo hará buscando otros medios para meter el equipo solar, no es justo que nos castiguen así”, comenta Leobardo Mateo, lanchero comunitario.
60% de avance tiene hasta el momento la granja solar suspendida.
En un recorrido realizado por EL UNIVERSAL, las autoridades de Santa María del Mar muestran el avance de 60% de la granja solar, instalada en un terreno de 1.5 hectáreas donado por la población.
La construcción de la obra comenzó el pasado 23 de septiembre y consiste en una granja solar de 273 paneles, uno para cada vivienda, con una capacidad de 2 mil 72 kiloWatt-hora y que, en caso de alguna falla técnica, contaría con la autonomía de las baterías para suministrar energía eléctrica durante todo un día.
Además, se construiría una microred que comprende la instalación de 88 postes, con 2.2 kilómetros de circuito de media tensión y 25 transformadores que beneficiarán a 100% de la comunidad. Pero ahora todo esto está en incertidumbre, pues la construcción de la granja fue detenida.
La oposición
La suspensión de la obra se debe a la oposición de 13 autoridades comunitarias y organizaciones civiles de la región, como la Autoridad Comunitaria de Álvaro Obregón; las asambleas de Pueblos de San Mateo del Mar, de Pueblos de San Dionisio del Mar y de Pueblos Indígenas del Istmo en Defensa de la Tierra y el Territorio (APIIDTT); Pescadores Libres de San Francisco del Mar, entre otras, las cuales argumentan que se está utilizando como “chantaje sentimental” a Santa María del Mar para la construcción de un camino alterno en la Barra de Santa Teresa.
Lo anterior, aseguran, porque representa una amenaza dado que, con el proyecto del Corredor Interoceánico del gobierno federal en puerta, se abre la posibilidad de que empresas extranjeras entren al Istmo y despojen a las comunidades de su territorio.
De acuerdo a las autoridades comunitarias, como parte de dicho megaproyecto, el gobierno de la 4T proyecta un patio de maniobras para carga y descarga de mercancías sobre un muelle, lo que impactaría desde las tierras en conflicto de San Mateo del Mar, cerca de Salina Cruz, pasando por una zona de humedales, hasta llegar al punto sacro, llamado Cerro Igu, donde se bifurca con dirección hacia el norte, a Dani Gueza en Ixtepec, y hacía el sur, hasta las orillas de la Laguna Superior, todo en un polígono de 250 hectáreas.
Por ello, aseguran que dicho proyecto pone en peligro a 372 variedades de aves, 81 en una categoría de riesgo, según la norma oficial 059.
Así como especies endémicas y vegetación de duna y manglar, lo que le da vida al ecosistema y complejo lagunar.
Se trata, agregan los opositores, de las lagunas costeras más grandes el Océano Pacífico y una región marina prioritaria, debido a que es paso natural de aves migratorias como parte del corredor biológico mesoamericano. Es por ello que se oponen a que el sol dé electricidad a Santa María.
La travesía del consumo
Mientras la disputa continúa y el miedo al megaproyecto anida, los niños corren a toda prisa al ver a Norberto con su triciclo y sus dos tambos de nieve.
El hombre de 65 años es el único en el pueblo que alegra la vida de los niños con sus helados de vainilla y coco.
Hace un año que comenzó con el negocio después de ver que en la población no existía una golosina fría para mitigar el intenso calor, pues nadie tiene refrigerador.
Pero, para preparar las nieves, el hielo en bolsitas de un litro llega en las lanchas por la madrugada.
Para conseguir sus 20 hielos que se producen en San Dionisio del Mar, tiene que despertar a las cuatro y media de la madrugada, ser de los primeros en comprarlo y luego machacarlo para lograr los helados que vende a 12, 10 y 7 pesos.
A Santa María del Mar sólo se entra y sale por mar. Esto encarece todos los productos que llegan
No puede darse el lujo de desperdicio, todo en el pueblo se aprovecha al máximo, hasta los hielos.
“Hago 20 litros de helado con las bolsitas de hielo y se vende todo porque es la única golosina fría que se come aquí. Como nadie tiene refrigerador, el hielo se lo adquirimos a un señor que todos los días va a San Dionisio a comprarlo. Lo utilizan para conservar los productos de mar, pero sólo aguanta un día, luego luego lo tienen que vender fuera de Santa María”, comenta.
Hermelinda de Jesús Tovija es una comerciante de mariscos, lo poco que obtiene de la venta de la pesca, apenas y les alcanza para sobrevivir ante la carestía.
Ella perdió su casa durante el sismo del 7 de septiembre de 2017 y con los 120 mil pesos que recibió del Fondo de Desastres Naturales (Fonden) sólo logró construir un cuarto de cinco por cinco con techo de lámina.
Trasladar los productos para construcción es, además de complicado, muy caro. Un volteo de grava que tiene un costo de 2 mil 500 pesos en cualquier lugar del Istmo de Tehuantepec, en Santa María alcanza un precio de 10 mil pesos, ya que la grava se coloca en sacos y se traslada en varias lanchas desde El Faro hasta el pueblo; la tonelada de cemento con un precio de 3 mil pesos alcanza un costo 7 mil.
Por eso a Hermelinda el dinero no le rindió: “Aquí todo es carísimo, hasta la Coca-Cola de tres litro cuesta 50 pesos, es un lujo tomar refresco en el pueblo. Las verduras, que también entran por lancha, valen el triple; el pollo cuesta 90 pesos el kilo.
“Aquí construir una casa es para gente rica, lo que allá cuesta un peso, aquí cuesta 10”, lamenta Hermelinda sentada en el patio de su casa, la misma que tendrá que esperar para algún día ver iluminada con la luz de la granja solar.