Ojitlán, el pueblo de Oaxaca que sobrevivió a un etnocidio y llegó a la Guelaguetza tras 90 años
Esta comunidad chinanteca asegura que su cultura y lengua están vivas y que su presencia en esta fiesta es el pago de una deuda histórica por el olvido institucional, tras ser reubicados para construir una presa
Oaxaca de Juárez.- Sobreviviente de un etnocidio en el que hace 50 años fue desplazado de sus fértiles tierras por la construcción de una presa e ignorado por 90 años en una fiesta que se preciaba de enorgullecerse de su raíz, el pueblo chinanteco de San Lucas Ojitlán tuvo que esperar hasta este 2023 para ser considerado y finalmente participar en la Guelaguetza, el encuentro étnico más importante de América Latina.
Son las 10 de la mañana y aunque los palcos gratuitos aún lucen vacíos en el auditorio del Cerro del Fortín, cuya capacidad es de 11 mil personas, el Lunes del Cerro ha comenzado. Su arranque es distinto, pues por primera vez en la historia de esta festividad se prescindió del llamado Comité de Autenticidad, órgano encargado por décadas de elegir a las delegaciones participantes y se dejó dicha tarea a las propias comunidades y funcionarios públicos.
Como resultado de este nuevo proceso de selección, seis delegaciones nunca antes consideradas para compartir su identidad y tradición llegan este año a la llamada “Rotonda de las Azucenas”, tres de ellas en este primer lunes. San Lucas Ojitlán es la primera.
Lo anterior porque, de acuerdo con el lingüista Víctor Manuel Vásquez Castillejos, titular de la Secretaría de las Culturas y Artes (Seculta Oaxaca), este año la Guelaguetza busca volver a su esencia como una celebración “de y para los oaxaqueños”, por lo que “tiene que ser inclusiva y protagonizada por las culturas vivas del estado”.
Y eso es precisamente lo que busca Ojitlán: gritar con su baile que son un pueblo vivo. Ataviadas con un huipil rojo, trabajo de manos expertas, las mujeres se desplazan descalzas en el escenario, mientras los varones las alcanzan enfundados en un traje blanquísimo de manta.
Para Patricia Hilario Contreras y Juan Estillado Padilla, presentadores y bailarines de Ojitlán, su presentación es el pago de una deuda histórica que el gobierno de Oaxaca, desde su centralidad, tenía pendiente con un pueblo que pese a los agravios institucionales se ha mantenido en resistencia.
También, afirman, es una reivindicación que no sana, pero alivia la herida que esta comunidad chinanteca mantiene abierta desde hace medio siglo, luego de que a partir de 1972 miles de indígenas chinantecos fueron desplazados forzosamente por el gobierno federal para la construcción de la presa Cerro de Oro en este municipio de la región de la Cuenca del Papaloapan y que 50 años después continúan su lucha para que se les cumpla la promesa de entregarles nuevas tierras.
“Era una deuda que tenían con nosotros los ojitecos, hemos sido víctimas de un etnocidio, cuando nuestros hermanos chinantecos fueron reubicados en los diferentes municipios de Veracruz. Representamos a la etnia chinanteca, una cultura viva, que se aferra a que no se muera su lengua y tradición. Es algo que debimos haber hecho desde hace muchos años, pero no se había podido concretar”, dice el bailarín.
“Es un orgullo poder traer nuestro baile por primera vez, nuestro pueblo está contentísimo, muy feliz de esta oportunidad de mostrar nuestra gran riqueza cultural. Nadie se había atrevido a mostrar un baile propio de nuestro municipio. Había faltado apoyo de nuestras autoridades, no había existido interés, no le habían querido apostar a la cultura”, agrega la presentadora.
Que las 35 personas que integran esta delegación, así como las de las comunidades de San Felipe Jalapa de Díaz, ambas de la Cuenca del Papalopan; Santa María Teopoxco y San José Tenango, de la región Cañada y Santa Maria Tonameca y Santa Lucía Ocotlán, las dos del pueblo zapoteco, pero originarias de la Costa y los Valles Centrales, respectivamente hayan llegado a la Guelaguetza no es casualidad.
Víctor Cata, el secretario de Cultura oaxaqueño, asegura que esta fiesta es una oportunidad única no sólo para mostrar la cultura desde el baile, sino también para visibilizar la diversidad lingüística, el respeto a las formas de organización de las comunidades y toda su riqueza. “Somos un pueblo que es testigo, pero también que parte de esta herencia cultural que nos heredaron los pueblos originarios. Las lenguas no mueren, sólo duermen”, señala en entrevista sobre la decisión de definir otro método de selección e impulsar a las delegaciones ignoradas.
Asegura que con esa idea durante las evaluaciones que tuvieron lugar en mayo pasado, se tomaron en cuenta a las 16 culturas, además de los pueblos afromexicano y a mestizo. Finalmente, en esta edición se presentan 14 de dichas naciones originarias, a excepción de los cuicatecos e ixcatecos, cuyas lenguas están por desaparecer.
“Este primer Lunes del Cerro es parte de un proceso en el que todas y todos participaron en igualdad de condiciones y tienen la misma oportunidad de presentar a su cultura, hacerla visible, desde el reconocimiento fraterno y la dignidad, para decirles a todos nuestros pueblos y comunidades que esta fiesta es de todas y todos”, finaliza el funcionario.
Foto: Edwin Hernández