Aretes de jícara, obras de arte para conservar memoria de los pueblos mixtecos de la Costa de Oaxaca
Lucy apuesta por las formas que brotan de su imaginación; pinta en estos objetos figuras representativas de las ocho regiones del estado
Oaxaca de Juárez.- Un jícaro puede llegar a ser tan grande como la memoria de los pueblos que lo siguen cortando del árbol para convertirlo en vasija, lámpara, plato, adorno, obra de arte y, la más común de sus formas, la famosa jícara.
Lucy cuenta que en San Pedro Jicayán, municipio costeño de hablantes de mixteco en su mayoría, las jícaras verdes, redondas y lisas que crecen de los árboles son de lo más común; por eso es normal que las personas hagan objetos con ellas.
“Desde la antigüedad, nuestros antepasados lo ocupaban para utensilios de cocina. Para el café, el chocolate, incluso para tomar agua. [Estas bebidas] las sirven de grandes tinajas que también se producen allá”, explica la artesana de 34 años.
Lucy, mixteca de este tiempo, decidió apostar por la belleza de las líneas de colores y las formas que brotan de su imaginación hasta posarse en la superficie seca de pequeños trozos de jícara, transportadas por el pincel:
“Quise salir de lo común, quise innovar, para probar, porque tengo que hacer algo diferente, por eso estoy muy orgullosa de lo que hago”, dice mientras ensarta con cuidado un arete en la perforación de su oreja derecha.
“Yo amo pintar. Es mi pasión pintar. Entonces dije: ‘tengo que plasmar en estas pequeñas jicaritas diferentes regiones del estado de Oaxaca. Yo quiero que esta pequeña jícara se vaya a todo el mundo’”.
Unidad de medición en tiempos prehispánicos e, incluso, en los albores del colonialismo, la jícara en Oaxaca es uno de esos materiales que persisten en el imaginario de las comunidades, especialmente en las de la región de la Costa.
Ama de casa con dos hijos y a cuestas la imposibilidad de salir del hogar, Lucy decidió emprender en un oficio que puede hacer desde su vivienda de una pieza con paredes de lámina, en las alturas de la colonia Jardín de la ciudad de Oaxaca.
“Le dije a mi padre: ‘fíjese que tengo yo una idea muy hermosa. Quiero que usted me corte una parte de la jícara. Yo quiero dibujar un corazón en ella’. Él me contestó: ‘sí, como tú digas, yo te apoyo’”.
Como todo trabajo artesanal, la elaboración de aretes de jícara pintados conlleva, sobretodo, tiempo. Para empezar, los árboles tardan tres años en dar el fruto; tres meses en crecer del tamaño de una toronja y siete más si se quiere una gran vasija.
“Las ponemos a hervir una vez cortadas, las partimos a la mitad. Se le raspa lo que es la pulpa, se le quita todo el exceso. Se pone en una ollita aproximadamente de cinco a 10 minutos. Ya que hierve, se enjuagan, se dejan secar al sol el tiempo de dos a tres días, hasta que obtenga este color café. Es cuando ya las podemos utilizar, porque la cáscara queda dura y maciza”.
Cada dos meses, Lucy hace un viaje de 10 horas desde su casa hasta San Pedro Jicayán, en donde su padre le tiene lista la cosecha de jícaras, listas para convertirse en aretes engarzados en filigrana con chapa de oro, elaborada por un artesano zapoteca de Juchitán.
Aunque los más breves cuencos nacidos del cujete son pensados para un efímero trago de mezcal, los aretes de jícara que Lucy se desvela pintando, lejos de su destino líquido, están destinados a conservar la memoria antigua que se resiste a dejar el vasto oceáno de ideas que surgen de las manos de las artesanas y artesanos de Oaxaca.