El pequeño bulto de María en la cama contrasta con el verde intenso de la pared del diminuto cuarto. Sobre la sábana blanca que envuelve el cuerpo los pétalos de rosas se ven de un rojo intenso. Salpicadas alrededor confetis del mismo color, simulan la sangre de la doncella. Ella, con un paliacate rojo ceñido a su cabeza sonríe apenada.
Sus 16 años no la prepararon para este momento, cuando las mujeres de su barrio, vecinas y parientas, la rodean para ver el hilo de sangre de su virginidad en un pañuelo blanco, lo que llaman “honor a la casa”.